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Juan Soto Ivars

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Artur Mas murió vestido de punk

Artur Mas es el peor enemigo de España desde Otegi, y no lo ha reventado el mazo de la Audiencia Nacional, sino el lado más macarra de su propio Frankenstein

Foto: Artur Mas, en la ofrenda floral a Francesc Macià. (EFE)
Artur Mas, en la ofrenda floral a Francesc Macià. (EFE)

Siempre se ha dicho que la izquierda grita y la derecha confabula, es decir: que los pobres salen a protestar y a dar el cante mientras los ricos traman el próximo golpe de timón en el reservado de un restorán. Era así, solía ser así, hasta que la CUP invirtió los papeles.

Ayer salieron del centro cívico Pere Quart para darle la puntilla a Artur Mas. ¿Alguien tenía alguna duda sobre el final de esta crónica de una muerte anunciada? Pues no sería por falta de 'spoilers': la CUP hizo campaña diciendo que no a Artur Mas, entró en el Parlament diciendo que no a Artur Mas, negoció diciendo que no a Artur Mas y finalmente, tras varias asambleas -surrealistas todas ellas-, ha vuelto a decir que no a Artur Mas.

Total: tres meses de negociaciones estériles y, en conjunto, el ejercicio de sadismo político más minucioso, prolongado y cruel que se haya visto en este mundo. ¿Legislatura corta, dice usted? Habría que preguntárselo a Artur Mas. Desde septiembre ha pasado el pobre unas noches toledanas, como un enamorado ahíto que no sabe si le corresponderán. A ratos se lo comía la ilusión y luego lo vencía la desesperanza, y recorría las cinco fases del duelo varias veces al día, ida y vuelta; por la mañana negaba la evidencia, a mediodía discutía con la realidad y antes de la merienda quería negociar.

Pero negociar, ¿con quién? Los de la CUP le daban duro con un palo y duro también con una soga. Él rogó, suplicó y ofreció convertir lo que quedaba de Convergència en una especie de mercadillo solidario a cambio de que le dejasen ser presidente, pero los sádicos cuperos se mantenían en silencio, deliberando, decían ellos, pero sospecho que en realidad sonreían y dejaban que su enemigo se rebajase. Satisfechos, lo escuchaban rogar, suplicar y ofrecer hasta que todo ha saltado por los aires. Se preguntan ahora muchos catalanes qué va a pasar.

¿Elecciones otra vez? No tiene ganas de meterse en una campaña ni Albiol. ¿El fin del proceso? Pues mire usted, ese bulto que se agita al fondo de la grada se llama Oriol. ¿Se ha autodestruido la CUP? Háganme el favor de dejarles saborear su victoria.

Hemos presenciado una humillación del poderoso a manos del Don Nadie que ni en las canciones más optimistas de Albert Pla. Los catalanes que saludaban a Franco con el brazo levantado se catalanizaron cuando oyeron el acento de Pujol. Luego, colgaron la estelada en los balcones del Ensanche. Es previsible que ahora bajen camino del Raval para apuntarse a un curso rápido de beber a morro en litrona, al estilo Can Masdeu.

Pero lo más hermoso de todo, lo más luminoso, es esta inmensa justicia poética: Artur Mas es el peor enemigo de España desde Otegi, y no lo ha reventado el mazo de la Audiencia Nacional, sino el lado más macarra de su propio Frankenstein. Esto, más allá del Ebro, todavía saben cómo tomárselo.

Siempre se ha dicho que la izquierda grita y la derecha confabula, es decir: que los pobres salen a protestar y a dar el cante mientras los ricos traman el próximo golpe de timón en el reservado de un restorán. Era así, solía ser así, hasta que la CUP invirtió los papeles.

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