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Lo que dijo Arturo Barea cuando los refugiados éramos nosotros
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Juan Soto Ivars

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Lo que dijo Arturo Barea cuando los refugiados éramos nosotros

Si las palabras de nuestros escritores refugiados tocasen a nuestros políticos, sería más fácil que entendieran que acoger a quien lo necesita es un imperativo moral

Foto: Un migrante afgano intenta retirar una alambrada en la localidad fronteriza de Gevgelija, Macedonia. (EFE)
Un migrante afgano intenta retirar una alambrada en la localidad fronteriza de Gevgelija, Macedonia. (EFE)

Arturo Barea y Ramón J. Sénder vieron interrumpida su existencia con la Guerra Civil española. Republicanos ambos, tuvieron que marcharse por miedo a ser fusilados. Puede que cometieran un error de cara a la posteridad porque, por lo visto, en España es más heroico el fusilamiento que la aventura de salvar el pellejo viajando. Mientras buscamos los restos de Lorca, nos despreocupamos de rescatar las obras de nuestros genios emigrados. Si los fantasmas existieran, los moros oirían a Sénder y Barea arrastrando sus cadenas contra las vallas de Melilla.

Creo que este desinterés está relacionado con el que muestra España hacia cientos de miles de personas sin patria que vagan por llanuras, montañas y pantanos, que navegan y naufragan en el mar. A veces una voz irritada se levanta entre la multitud y dice: ¡acordaos de cuando fuimos refugiados los españoles!, pero a esa alma bienintencionada no se le hace ningún caso. Quizá si las palabras de nuestros escritores refugiados tocasen a nuestros políticos, sería más fácil que entendieran que acoger a quien lo necesita es un imperativo moral.

Arturo Barea tuvo que largarse a Inglaterra. Muchos han leído la trilogía 'La forja de un rebelde', escrita en el exilio, pero allí cuenta lo que ocurría en España y apenas hay unas cuantas notas sobre la experiencia del exilio al final de la obra. Pero Barea emitía en la BBC charlas llenas de agradecimiento destinadas a quienes lo habían acogido. Se publicaron hace algunos años en el libro 'Palabras recordadas' (Debate) y nos permiten conocer a fondo la vida de un refugiado español.

Cuando nos dicen que no hay recursos en esta Europa de paz para proporcionar una vida decente a los que huyen de las guerras, yo sé que nos están mintiendo

Hay un detalle nada desdeñable que podría provocarnos sonrojo: al poco tiempo de llegar Barea y su mujer a Inglaterra, estalló la II Guerra Mundial y el país conoció la miseria bajo los bombardeos alemanes. Hoy, cuando nos dicen que no hay recursos en esta Europa de paz para proporcionar una vida decente a los que huyen de las guerras, yo sé que nos están mintiendo porque los ingleses, azotados por la Luftwaffe y los misiles V-1, cuidaron de los huéspedes que se habían refugiado en su democracia.

Uno de los discursos radiofónicos de Barea parece que quiere lanzar un mensaje a los españoles de nuestro tiempo. Resulta que unos amigos británicos de Barea no podían tener hijos, así que habían adoptado a dos huerfanitos. La chica era normal, pero su hermano era un chiquillo contrahecho, jorobado y epiléptico, con un intelecto bastante precoz, con quien el escritor salió a dar un paseo en una lancha. A partir de aquí, habla Arturo Barea:

“Al cabo de un rato, me preguntó:

-Entonces, ¿usted es aquí un refugiado?

-Sí -le dije.

-¿Y no puede volver a su país?

-No.

Guardó un gran rato de silencio y después dijo simplemente:

-Le pasa lo que a mí. Yo no tengo padres de verdad. Yo también soy un refugiado. Estos son mis padres actuales y los quiero mucho, pero no son mis padres. -Hizo un gesto tremendo que era como si se mirara a sí mismo y agregó-: sin duda me han abandonado porque soy así, con esta joroba y los ataques que me dan. A usted le pasa lo mismo y lo entiendo muy bien. En su país no le quieren porque es como si usted fuera para ellos jorobado y epiléptico. No se apure. Le va a pasar lo que a mí: aquí me quieren todos. Hasta creo que si no tuviera esos defectos no me querrían tanto.

En su país no le quieren porque es como si fuera jorobado. No se apure. Aquí me quieren todos. Creo que si no tuviera esos defectos no me querrían tanto

El más tremendo consuelo que yo he recibido recién llegado a estas islas fueron estas palabras simples y proféticas de aquel chiquillo. Yo hace muchos años ya que he encontrado una segunda patria, pero cada día hay más hombres que se quedan sin patria, que es como si les repudiara la madre porque mira su joroba y no que son fruto de sus entrañas. Vienen a estas islas y van a vuestros países cada día estos hombres, la madre perdida. Es fácil que estemos en vísperas de tiempos en que millones más van a correr en busca de una nueva patria, de una nueva madre.

No todos son jorobados. Y aunque lo sean, todos ellos tienen dentro algo que no es joroba, tienen un espíritu del hombre o, si lo preferís, el alma, espíritu de Dios, y pueden sembrar cariño y pagar con esta simiente. Esta guerra ha lanzado millones de abandonados en el mundo. La próxima, si llega, lanzará millones más.

Hay que aprender la lección de los niños abandonados de Inglaterra. La lección de que los que los adoptan, por muy jorobados que sean, y tratan de hacerles olvidar su joroba. Los tiempos están preñados de amenaza y tú que me escuchas puedes ser el abandonado de mañana. Abrid las puertas. La mía está abierta de par en par hace ya muchos años y por ella han entrado muchas miserias que siempre, siempre se han convertido en alegrías. Tal vez no nos amenazaría hoy una guerra más si todas las puertas estuvieran abiertas de par en par”.

Era el año 1950.

Arturo Barea y Ramón J. Sénder vieron interrumpida su existencia con la Guerra Civil española. Republicanos ambos, tuvieron que marcharse por miedo a ser fusilados. Puede que cometieran un error de cara a la posteridad porque, por lo visto, en España es más heroico el fusilamiento que la aventura de salvar el pellejo viajando. Mientras buscamos los restos de Lorca, nos despreocupamos de rescatar las obras de nuestros genios emigrados. Si los fantasmas existieran, los moros oirían a Sénder y Barea arrastrando sus cadenas contra las vallas de Melilla.

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