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La nueva política no sabe perder ni quiere ganar
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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La nueva política no sabe perder ni quiere ganar

Si Podemos y C's hubieran apoyado al PSOE y le hubieran exigido una reforma de la ley electoral, hoy no gobernaría el PP y en las próximas elecciones habría una correlación de votos y escaños más justa

Foto: Pablo Iglesias y Alberto Garzón, tras conocerse los resultados del 26-J. (Reuters)
Pablo Iglesias y Alberto Garzón, tras conocerse los resultados del 26-J. (Reuters)

La otra noche, en el balcón de Génova, Rajoy tenía la misma cara que yo aquel día en que me cayó un notable sin haber tocado los apuntes. Casi ocho millones de votos y 137 escaños eran la causa de su sorpresa y de la nuestra. El hombre soltó a la multitud una diatriba surrealista, titubeante al principio y suficientemente pletórica después como para besar a su mujer al estilo Iker Casillas. Faltó que sonase el “ya hemos pasao” de Celia Gámez para bordar el fin de fiesta.

[Consulte aquí todos los resultados de las elecciones generales del 26-J]

Lo confieso: a mí esa noche me llevaron los demonios. No soporto la corrupción. Voté contra el PP y contra el PSOE, y cuando los forofos gritaban bajo el balcón de Génova “Sí se puede”, yo pensé rabioso que sí, que aquí se puede mangonear, está visto; y que además te pueden pillar mil veces y aun así vuelves a ganar, como pasa con el PSOE en las autonómicas andaluzas. Me fui a la cama tarde y con la punta de la napia de un rojo encendido. ¡Siempre igual!

Pero al día siguiente, luego de un sueño agitado, el PP seguía ahí, y yo caí en la cuenta de que no tiene mayoría absoluta, de que no va a ser fácil que ningún partido la tenga en los próximos años y de que, por lo tanto, hoy vivimos en un país ligeramente mejor que el de hace cuatro años. Este Parlamento fragmentado puede garantizar una representación más aceptable de todas las sensibilidades y cierto grado de control sobre la corrupción. Esto, claro, siempre que los nuevos partidos aprendan a perder, y no parece que por el momento estén trabajando en ello.

El PP basó su campaña en el viejo lema de que más vale malo conocido que bueno por conocer, algo que no funciona mal en España. Con nuestra economía de huesos quebradizos temblando tras el Brexit, siete millones y medio de españoles mostraron una actitud conservadora y una prudencia que para mi gusto rozaba la cobardía, pero no por eso voy a salvar la actuación de los nuevos partidos.

De hecho, la victoria del PP es culpa de los nuevos partidos, aunque ellos no quieran darse por aludidos y pongan la misma cara que un alumno que ha suspendido y se empeña en culpar a su profesor.

-¡Es que me tiene manía!

Albert Rivera salió a hablar con el rostro pálido y admitió su decepción, pero luego dijo que sus resultados no eran malos e hizo de todo menos autocrítica. Para un político nunca hay error, sino cosas mal explicadas a una ciudadanía un poco tonta. Él lloriqueó, dijo que lo había hecho todo bien, que había contado siempre el mismo cuento, un discurso recto, claro y coherente. Que su electorado hubiera huido en desbandada de vuelta al PP pese a la corrupción no quitaba que Rivera se sintiera como un mártir de la democracia. Míster Líneas Rojas creía que es el único dispuesto a dar su brazo a torcer.

Mientras tanto, en Podemos seguían soñando con sus quimeras habituales aunque habían tomado el suelo por asalto. Monedero escribió un artículo en 'Público' haciendo autocrítica al día siguiente y aquello estuvo bien, pero se le olvidaba un detalle: que siete millones y medio de españoles sigan votando al PP demuestra que buena parte de esa 'gente' de la que alardean no quiere ni oír hablar de su mensaje.

La única excusa creíble de los nuevos partidos, la única queja razonable en la resaca electoral, es una en la que ambos coinciden: la ley electoral les perjudica

Iglesias había hecho su campaña en un tono que a mí me recordaba al de un predicador que ha perdido la fe pero quiere mantener lleno el cepillo de la iglesia. Tras un juego de tronos arribista y tramposo, tras forzar nuevas elecciones, tras haber humillado sistemáticamente al PSOE, no es raro que más de un millón de votantes de izquierdas le hayan dicho “esta vez no” y se hayan decantado por Pedro Sánchez o por la abstención.

La única excusa creíble de los nuevos partidos, la única queja razonable en esta resaca electoral, es una en la que los dos coinciden: la ley electoral les perjudica. Sin embargo, en ese tema encuentro la mayor constatación de que Podemos y Ciudadanos están haciendo las cosas mal. Si los dos hubieran apoyado al PSOE sin boicotearse el uno al otro y le hubieran exigido a cambio una reforma de la ley electoral, hoy no solo no gobernaría el PP, sino que en las próximas elecciones habría una correlación de votos y escaños más justa.

Pero debe ser que no he entendido bien el mensaje. Que se han explicado mal. Si es así, pido perdón.

La otra noche, en el balcón de Génova, Rajoy tenía la misma cara que yo aquel día en que me cayó un notable sin haber tocado los apuntes. Casi ocho millones de votos y 137 escaños eran la causa de su sorpresa y de la nuestra. El hombre soltó a la multitud una diatriba surrealista, titubeante al principio y suficientemente pletórica después como para besar a su mujer al estilo Iker Casillas. Faltó que sonase el “ya hemos pasao” de Celia Gámez para bordar el fin de fiesta.

Ciudadanos Juan Carlos Monedero Mariano Rajoy Pedro Sánchez Brexit