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¿Por qué detestamos a las palomas callejeras?
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Juan Soto Ivars

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¿Por qué detestamos a las palomas callejeras?

Son muy torpes y muy estúpidas: si dejas una miga grande junto a una rejilla de alcantarillado, se acercará hambrienta y al picar la miga perderá gran parte por la rejilla

Foto: Palomas en una fuente de Sevilla. (EFE)
Palomas en una fuente de Sevilla. (EFE)

Unas horas antes de que el camión arramblase contra las personas que estaban disfrutando de la noche de paz y de fiesta en Niza yo estaba preguntándome por qué tanta gente odia a las palomas callejeras.

Son sucias, las palomas: muñones en las patas, costumbre de despiojarse en la mesa de la terraza donde estamos comiendo y además lo cagan todo. Pero hay pocos animales salvajes que nos soporten a nosotros y quieran vivir en nuestras ciudades y hozar en nuestra basura. Las detestamos pero se quedan por aquí, luego debemos gustarles. Quizás sea porque convertimos a sus depredadores naturales en cojines castrados y les hacemos fotos humillantes y hemos erradicado la fiereza que asustaba a las palomas.

Hay pocos animales salvajes que nos soporten a nosotros y quieran vivir en nuestras ciudades y hozar en nuestra basura, luego debemos gustarles

Yo creo que las odiaba un poco por contagio: era divertido hacerlo y era fácil ponerse de acuerdo con otros para odiar a las palomas callejeras. La imaginación encontraba motivos de sobra, los chistes sobre palomas callejeras son accesibles, todo el mundo ha sufrido alguna vez bajo los proyectiles apestosos que lanzan desde los cables de la luz y desde las ramas y las cornisas de las ventanas.

Me convertí en un ilustre odiador de las palomas callejeras. Cuando las veía por la calle las perseguía y trataba de patearlas. Cuando se acercaba una la ahuyentaba a gritos y la insultaba. Mis acompañantes se partían de risa. Perseguíamos juntos a las sucias y malolientes palomas.

Lo hacíamos con impunidad, es raro que salga alguien en su defensa. Ayer por la tarde, en un parque de Girona, estábamos tomando los cafés después de la comida y dejé que las palomas del parque se acercaran a por las migajas. Pensé en patearlas ahora que estaban confiadas, pero entonces descubrí que son muy torpes y muy estúpidas: si dejas una miga grande junto a una rejilla de alcantarillado, se acercará una paloma hambrienta y al picar la miga perderá la mayor parte por la rejilla.

Estudié cómo se comportaban las unas con las otras. En el bordillo del parque, un palomo grande se hinchó persiguiendo a una hembra. A simple vista parecía feo y sucio y le faltaban dos falanges de un dedo en la pata derecha, pero la paloma acabó fijándose en él y dejó que se le pusiera delante. El palomo abrió el pico y la paloma buscó dentro de su boca la comida que el palomo regurgitaba para ella. La hembra estuvo comiendo de su pico un rato, y luego se quedó mansa, y el palomo se le subió encima para aparearse. Por un momento, las plumas grises del cuello del palomo brillaron con un destello verde y violeta.

Después, la hembra siguió picoteando con indiferencia las migajas que encontraba por el suelo. El macho se fue para el borde del estanque y se quedó allí, saciado frente a las aguas.

Andrea tiene un detector de palomas moribundas. A veces vamos por la calle y de pronto da un respingo y señala algo en el suelo. Es una paloma que se ha colocado junto a la pared, hecha un ovillo, con la cabeza metida entre las plumas despeinadas. Mira con resentimiento a su alrededor, se está muriendo. Ya no emprende el vuelo cuando alguien viene pisando demasiado cerca. Permanecerá ahí hasta que le dé el siroco. Más tarde la veremos aplastada y destripada. Ya casi no hay gatos que vengan a comérselas.

Mira con resentimiento a su alrededor, se está muriendo. Ya no emprende el vuelo cuando alguien viene pisando demasiado cerca

¿Qué pasaría si yo fuera por ahí diciendo que ahora me gustan las palomas? La gente me diría que son las ratas del aire, es muy difícil luchar contra los tópicos y las ideas que quieren explicarlo todo con cuatro palabras. El odio cuesta menos que el aprecio. Es difícil detenerse a observar las cosas a las que nos hemos acostumbrado.

Pasa lo mismo en ciertos barrios de la ciudad, en ciertas secciones del periódico. Pero un día, Noé soltó una paloma desde la claraboya del Arca porque quería saber si el diluvio había remitido y era posible dirigirse a tierra seca. El pájaro volvió con una rama de olivo en el pico.

Unas horas antes de que el camión arramblase contra las personas que estaban disfrutando de la noche de paz y de fiesta en Niza yo estaba preguntándome por qué tanta gente odia a las palomas callejeras.