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Álvaro Reyes, maestro de acosadores, quiere denunciar a una mujer
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Juan Soto Ivars

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Álvaro Reyes, maestro de acosadores, quiere denunciar a una mujer

Un hombre que afirma tienes que "ayudar a la mujer a darse cuenta de que sí te desea", es un maldito acosador diga lo que diga su presa

Foto: Álvaro Reyes. (YouTube)
Álvaro Reyes. (YouTube)

Unas 95.000 personas piden la cabeza de Álvaro Reyes para clavarla en una pica, siempre metafóricamente y según los códigos de internet. Reyes, en represalia, amenaza con exigirle a la instigadora de la petición de change.org, judicatura mediante, 30.000 euros por un supuesto delito contra su honor.

¿Y quién es el honorable Álvaro Reyes, se preguntará usted? Pues nada menos que el macho alfa de los youtubers: un tipo que da consejos para ligar, pero también un profesor sin diplomas que imparte cursos presenciales a hombrecillos sin amor. En sus lecciones a cielo abierto enseña, a cambio de mucho dinero, a cazar mujeres por la calle con galanterías, carantoñas y alguna cosa más.

He visto sus vídeos, y desgraciadamente también he oído hablar a esta especie de Paulo Coelho caído en una marmita de Viagra. Su filosofía es tan básica como una empalmada matutina, pero sus hazañas de cámara oculta son algo mucho peor: aborda a las chicas por la calle con artimañas que van desde la gracieta a la invasión de Polonia. A mí me gustaría pensar que, con esos modales, sus alumnos lo tendrán más fácil para seducir a un rinoceronte macho que a una homo sapiens medianamente funcional. Pero ¿es así?

Comprendí, como comprendieron todos los románticos de mi generación, que hay mujeres con un gusto tan pésimo como los brutos que las persiguen

Dejemos que vuelva a nosotros el hedor de aquellos antros de panchanga en los que nos estaba permitido ocultar los nervios tras una cortina de humo de tabaco. Antes de internet coincidí con muchos Álvaros Reyes en las discotecas y las calles de mi pueblo. Iban siempre rodeados de una corte de desesperados que seguían sus instrucciones y arrimaban la cebolla a cuanta chica se arriesgase a permanecer en su campo de visión.

Los aprendices se lanzaban a la caza de las chicas con una rudeza propia de macacos mientras sonaba Macaco, pero lo que a mí me sorprendía era que las hembras, con asombrosa frecuencia, se rindieran ante ellos. Romántico sin remedio, tímido o respetuoso, demasiado flaco, yo pensaba que esas mujeres estaban aceptando las reglas de un juego que las rebajaba. Mi apasionamiento reproductivo seguía las leyes de la contemplación y la oda. Observaba a los brutos y a las brutas enrollarse y me preguntaba dónde se podría conocer a una chica pálida y sensible con la que hablar de literatura rusa al ritmo de The Stranglers.

Al final comprendí, como comprendieron todos los románticos de mi generación, que hay mujeres con un gusto tan pésimo como los brutos que las persiguen con la camisa abierta. También llegué a la conclusión, como le pasó a Fernando Fernán Gómez, de que tendría que buscar el amor que yo esperaba en otros lugares más propicios, en sitios donde no acudieran las chicas que se prestan a esa clase de cortejo muscular.

Que Reyes dé consejos por más asquerosos que me parezcan, entra en la libertad de expresión, cuya existencia nos deparará momentos de gozo y de asco

Dejé de frecuentar los antros y los antros desaparecieron para mí. Claro: era un tiempo en que el mundo respetaba los compartimentos. Un tiempo extinto que no tiene nada que ver con este otro tiempo digital y ruidoso que todo lo confunde, y que envía chistes de Irene Villa a las pantallas de las víctimas del terrorismo y consejos para ligar a los móviles de mujeres asqueadas de tanto baboso como hay por ahí.

Ayer me preguntaba una tuitera si iba yo a defender la libertad de expresión de este tipo y ahora le respondo que en este caso no estamos hablando de libertad de expresión. La libertad de expresión tiene un límite muy claro en las palabras, de manera que no contempla los actos.

Que Reyes dé consejos por más asquerosos que me parezcan, que alardee de su machismo, entra para mí en la libertad de expresión, cuya existencia nos deparará momentos de gozo y de asco. Si hace apología del acoso, si recomienda que se viole a las mujeres, no es un asunto para que lo decida Youtube sino para que lo hagan los jueces. Que los firmantes de la petición contra él lo denuncien. Él mismo se encarga de publicar las pruebas, de su inocencia o de su culpabilidad.

Me gustaría pensar que sus alumnos lo tendrán más fácil para seducir a un rinoceronte macho que a una homo sapiens medianamente funcional

Ahora bien: cuando Reyes, armado con una cámara oculta, se dedica a asaltar a chicas por la calle y luego publica los vídeos en Youtube, se parece mucho más a la confesión de un criminal. Me estaba preguntando si eso es siempre acoso. Algunas de sus presas dirán en seguida que no. Hay mujeres que lo consideran encantador, como había mujeres que consideraban el colmo de la seducción que se le arrime en la pista de baile un maromo sudoroso con la bragueta bajada.

Es una cuestión de criterios, no soy quién para meterme, hay quien prefiere el gotelé. Pero un hombre que afirma, como hace Reyes en sus vídeos, que si una mujer te dice que no en realidad está diciendo que sí, y que tienes que insistir, y que tienes que "ayudarla a darse cuenta de que sí te desea", ese hombre es un maldito acosador diga lo que diga su presa.

Unas 95.000 personas piden la cabeza de Álvaro Reyes para clavarla en una pica, siempre metafóricamente y según los códigos de internet. Reyes, en represalia, amenaza con exigirle a la instigadora de la petición de change.org, judicatura mediante, 30.000 euros por un supuesto delito contra su honor.