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Bomberos de Madrid, víctimas de la cosificación sexual
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Bomberos de Madrid, víctimas de la cosificación sexual

¡Pobres bomberos, cosificados sexualmente por estas arpías superficiales! ¡Nunca los valorarán más que por su vulgar musculatura! ¡Víctimas, todos ellos, de la sociedad de la imagen!

Foto: Tres bomberos del parque municipal de Bilbao durante una sesión de fotografías para el calendario del cuerpo. (EFE)
Tres bomberos del parque municipal de Bilbao durante una sesión de fotografías para el calendario del cuerpo. (EFE)

La anécdota que voy a contar empieza como una fantasía de León de la Riva y acaba como la vida real del exalcalde de Valladolid. Lo recuerdo como si fuera ayer, hace ya diez años. Yo estaba en un ascensor con cinco o seis veinteañeras bastante sexis. Me sentía, por tanto, pletórico. Subíamos a casa de una de ellas con una bandeja llenas de pasteles marroquíes. Atiborrábamos el ascensor, así que yo iba con la bandeja de pastelería en alto, en plan pizzero dando vueltas a la masa, pero pasó lo que tenía que pasar. Clac: el ascensor se atasca por exceso de peso entre dos plantas. Gritos de histeria, cálculos apresurados sobre el aire disponible, recomendaciones de respirar poco, silencio patético que da paso al descojone cuando las chicas se dan cuenta de que no tengo espacio para bajar la bandeja.

Rápidamente, una de ellas declara jubilosa:

Hay que llamar a los bomberos!

Voto positivo por parte de las otras, con mi abstención. Telefonazo envuelto en murmuraciones nerviosas y un lote de bomberos fornidos que llega veinte minutos más tarde de la siguiente manera: destrozan la puerta de la finca, oímos vozarrones por las escaleras, las chicas responden con gritos de auxilio y de placer hasta que se abre la puerta del piso de arriba a la altura de nuestras cabezas. Aparecen en lo alto tres fornidos miembros del cuerpo de bomberos de Madrid. ¡Y qué cuerpo, señora! Ven ante sí un pantano de chicas que se contonean y un pobre desgraciado con una bandeja de pastelería en lo alto. Reciben vítores jubilosos con expresiones de suficiencia. Mi brazo levantado avanza hacia un estado de necrosis.

-¿Algún problema, nenas? -pregunta un bombero fornido.

-¡UuuuUUUUUUH! -responde el coro al unísono.

-Je je je, dejadnos ayudaros a salir de este maldito agujero -bombero fornido.

-¡UuuuYYYo primeeeeer! -al unísono.

A medida que las sacan del ascensor, las chicas les abrazan y besan, palpan sus brazos hercúleos mientras el mío, huesudo y muerto, sigue en alto

Los bomberos empiezan a extraer el valioso contenido del ascensor, tirando de los níveos brazos de las chicas por orden de preferencia. Las excitadas veinteañeras quedan a salvo mientras yo sigo con la bandeja en alto, más y más humillado bajo el poder de macho alfa por triplicado de los representantes del servicio de bomberos. A medida que las sacan del ascensor, las chicas les abrazan y besan, palpan sus brazos hercúleos mientras el mío, huesudo y muerto, sigue en alto.

-¡Queremos ver el camión, queremos ver el camión! -chillan ellas al unísono.

-En seguida, nenas, pero dejadnos sacar a vuestro amiguito -bombero fornido.

Entonces yo, en un arrebato de virilidad herida, dejo la bandeja en el suelo del ascensor y me dispongo a salir por mis propios méritos para darles una lección a esos machitos y a las niñatas deslumbradas por el músculo y el uniforme. Primera reacción:

-Eh, melenas, no olvides los dulces o tendremos que entrar a por ellos -bombero fornido.

-¡HIIIIIII Jijijijijjijijiji! -las chicas, al unísono.

Humillado, me agacho a recoger la bandeja de la pastelería, la deslizo por el suelo del piso, donde se celebra la fiesta de bomberos fornidos y chicas en celo, y apoyo las manos en el suelo para tomar impulso y salir de la trampa. Pero mi maniobra resulta inútil. Consigo aupar el culo de forma patética, encajo la rodilla a duras penas en el nivel superior, pero la acción maligna de la gravedad vuelve a ponerme en mi sitio: lo más bajo. Reacción:

-Venga, chiquitín, dame la mano -bombero fornido.

-¡HIIIIJIJIJIJIJIJIJIJIJI! -corifeo femenino.

Ya en el piso, rodeado por las veinteañeras que siguen loando la musculatura de los servidores públicos, me consuelo con una idea, que repito obsesivamente

Pienso para mis adentros: “Ya os reiréis menos, cabronas, cuando la gravedad se cebe con vuestros culos respingones”. La escena acaba conmigo renqueando fuera del ascensor, agarrado al brazo fenomenal de un bombero. Luego, con la cabeza encajada entre los hombros y la bandeja de dulces de vuelta a las manos, contemplo el chorro de chicas en celo que se despeña escaleras abajo tras los bomberos, que van a enseñarles el camión. Dócil, humillado, voy tras ellas. En la calle más gritos, dedos crispados que señalan el vehículo, labios humedecidos por el deseo:

-¡UUUUH... QUÉ GRANDE... Y QUÉ... ROJO! -chilla Ana (nunca lo olvidaré).

-¿Quieres subir, nena? -bombero fornido.

-HIIIJIJIJIJIJIJIJIJIJIJIJI -coro de chicas. Ana termina en lo alto del camión, mimetizada con la carrocería por el rubor o la calentura.

-Llamadnos si os quedáis encerradas en cualquier sitio -proclama el bombero jefe.

-¡JIJIJIJIJIJJIJIJIJI! -responden las chicas, y baja el telón del primer acto.

Acto segundo y último. Después, ya en el piso, a salvo, rodeado por las cinco o seis veinteañeras hiperactivas que siguen loando la musculatura y virilidad de los servidores públicos, me consuelo con una idea, que repito obsesivamente para mis adentros:

-¡Pobres bomberos, cosificados sexualmente por estas arpías superficiales! ¡Nunca los valorarán más que por su vulgar musculatura! ¡Nunca serán considerados! ¡Víctimas, todos ellos, de la sociedad de la imagen! ¡Esclavos del culto al cuerpo! ¡Sometidos, alienados, bla bla bla!

Trago los dulces árabes a puñados. Oigo chillar a mis amigas:

-¡Jiiiiijijijijijijijijijiji!

Lágrimas amargas ruedan por mi cara de pringado. Repito mi letanía:

-¡Pobres bomberos, pobres...!

-¡HIIII-JI-JI-JI-JI-JI!

La anécdota que voy a contar empieza como una fantasía de León de la Riva y acaba como la vida real del exalcalde de Valladolid. Lo recuerdo como si fuera ayer, hace ya diez años. Yo estaba en un ascensor con cinco o seis veinteañeras bastante sexis. Me sentía, por tanto, pletórico. Subíamos a casa de una de ellas con una bandeja llenas de pasteles marroquíes. Atiborrábamos el ascensor, así que yo iba con la bandeja de pastelería en alto, en plan pizzero dando vueltas a la masa, pero pasó lo que tenía que pasar. Clac: el ascensor se atasca por exceso de peso entre dos plantas. Gritos de histeria, cálculos apresurados sobre el aire disponible, recomendaciones de respirar poco, silencio patético que da paso al descojone cuando las chicas se dan cuenta de que no tengo espacio para bajar la bandeja.

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