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Quemad a ese anarquista, ¡es una bruja!
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Quemad a ese anarquista, ¡es una bruja!

Hace año y medio, detuvieron al anarquista Nahuel junto a varios de sus amigos en una operación policial bautizada, no sin cierta justicia poética, como “Ice”.

Foto: Jovenes ante una sucursal bancaria. (EFE)
Jovenes ante una sucursal bancaria. (EFE)

Hace año y medio, detuvieron al anarquista Nahuel junto a varios de sus amigos en una operación policial bautizada, no sin cierta justicia poética, como “Ice”. Sus compañeros quedarían libres, pero a Nahuel le esperaba un frío calvario de dieciséis meses en régimen de aislamiento FIES, ideado para terroristas peligrosos, sin una sola prueba contra él y, por si fuera poco, a la espera de juicio. Conviene preguntarse si Nahuel es un terrorista peligroso. Leída toda la documentación del caso, la única respuesta, a no ser que la jueza haya aprendido a leer las intenciones ocultas de sus procesados, es que no.

Breve resumen de lo ocurrido. Tras los incendios a cuatro sucursales bancarias en Madrid desde 2013, la policía lanza la Operación Ice. En 2015 se achaca la responsabilidad a los jóvenes anarquistas de Straight Edge Madrid, colectivo abstemio y vegano (¡salvajes!) al que el atestado se referirá como banda terrorista. Los sospechosos tienen entre dieciséis y veinticinco años, y se considera que Nahuel es el líder. Abc le añade en el adjetivo “dictatorial”, que no hay potaje sin hueso de jamón. ¿Pruebas? Sólo una: antes de los incendios aparece una pitada de Straight Edge en la fachada de una de las sucursales.

Pese a que las cámaras de seguridad de los bancos no permiten ninguna identificación, pese a la ausencia de huellas dactilares o testigos, la policía penetra en el domicilio de Nahuel con una orden judicial, derriba a los jóvenes al suelo con brutalidad y procede al registro del “piso franco”. Allí encuentran, atención: tracas para niños, una bolsa de yeso, un fanzine anarquista y productos de limpieza como los que mi madre tiene debajo del fregadero. ¿Que no es suficiente? También un bote de ajo picado. Pero las publicaciones de estos jóvenes reivindicativos en las redes sociales hacen el resto.

Paréntesis de 16 meses. Ahora Nahuel tiene 26 años, de los que ha pasado uno y medio por varias cárceles españolas gracias a la beca Séneca de dispersión anti-terrorista. En una entrevista de Esteban Ordoñez, publicada tras la excarcelación, explica Nahuel que su viaje al anarquismo empezó tarde: nació en Perú y vino con su familia a vivir a España hace diez años.No le interesaba mucho la política hasta que lo desahuciaron junto a su familia. A partir de entonces empieza a pensar, mire usted qué cosa, que esta sociedad no es justa. Se implica en los colectivos antidesahucios y más tarde acaba en “Straight Edge”. Cerramos paréntesis y miramos a nuestro alrededor.

El caso de Nahuel se coloca en lo alto de un podio de la vergüenza judicial, por cuyos escalones se desparraman penas de cárcel y las multas por terrorismo contra gente que armó alborotos o tuiteó cosas. Tras la reforma del Código Penal, el pensamiento expresado de subvertir el orden constitucional se equipara al intento de llevar a cabo la subversión violenta. Cuando la frontera entre el pensamiento y el acto se desvanece, nos encontramos ante un ataque a los fundamentos del estado de derecho. De esto, en los años sesenta, ya nos advertía Solzhenitsyn.

Según me cuenta Eduardo Gómez Cuadrado, abogado de Nahuel, su detención y su internamiento en régimen FIES es inexplicable sin la alquimia léxica que ha vaciado de sentido el concepto de “terrorismo” tras el fin de ETA. El abogado nos recuerda que, aún en el caso poco probable de que la justicia hubiera encontrado pruebas de que Nahuel incendió las sucursales, habría una gran diferencia entre un castigo por vandalismo o destrucción de la propiedad y la pena por terrorismo.

Gómez Cuadrado, y con él varios catedráticos de derecho, además del colectivo Jueces para la Democracia, insisten desde hace año y medio en que nos hemos metido en la peligrosa senda del relativismo judicial. Desfigurado el concepto de terrorismo, vacío de contenido y dispuesto para unos órganos que recuerdan más a lo represivo que a lo garante de la seguridad, un joven ha recorrido durante dieciséis meses las mismas celdas que ocuparon quienes mataban, mutilaban y amordazaban.

Así que pregunto a la juez: ¿quién está banalizando aquí el terrorismo?

Hace año y medio, detuvieron al anarquista Nahuel junto a varios de sus amigos en una operación policial bautizada, no sin cierta justicia poética, como “Ice”. Sus compañeros quedarían libres, pero a Nahuel le esperaba un frío calvario de dieciséis meses en régimen de aislamiento FIES, ideado para terroristas peligrosos, sin una sola prueba contra él y, por si fuera poco, a la espera de juicio. Conviene preguntarse si Nahuel es un terrorista peligroso. Leída toda la documentación del caso, la única respuesta, a no ser que la jueza haya aprendido a leer las intenciones ocultas de sus procesados, es que no.

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