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El tabaco salva más vidas de las que destroza
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Juan Soto Ivars

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El tabaco salva más vidas de las que destroza

¿Por qué pienso en cáncer mientras fumo? ¿Por qué dejo el cigarrillo en el cenicero? Porque los fumadores somos irracionales, y la gente irracional es víctima de las campañas de publicidad

Foto: Un brazo mecánico, retirando las colillas de un cenicero. (EFE)
Un brazo mecánico, retirando las colillas de un cenicero. (EFE)

De pronto, mientras estoy fumando, pienso en el cáncer. Qué momento tan jodido. Acabo de dar una calada, esa masa de humo por la que me he dejado medio sueldo viaja felizmente hacia abajo, y de pronto se convierte en mierda. Dejo el cigarrillo en el cenicero y empiezo a encontrarme mal. ¿Acaba de provocarme el tabaco un cáncer justo en este momento? No. Todo es culpa del cerebro. Al resto del cuerpo no le importa un carajo lo que hagas. Sé de lo que hablo: he bebido Jägermeister toda una noche sin que el estómago lo expulsase violentamente, como correspondería a un órgano con el más mínimo criterio.

Pero el cuerpo es dócil. Suficientemente dócil como para que no me importe por dónde pasa el humo antes de llegar a los pulmones. Diría que pasa por la tráquea, pero ni siquiera estoy seguro. Si alguien me dijera que el humo atraviesa el esófago y el fémur, yo empezaría a repetir que el humo pasa por el esófago y el fémur. Lo creería a pies juntillas. Se lo creería a ese estafador de fama internacional llamado Josep Pàmies. Tampoco es disparatado pensar que Pàmies diga tal cosa. Con mentiras más locas ha levantado su imperio.

Los tubos no nos importan demasiado a los fumadores. Solo nos interesa que el humo llegue a los pulmones. Hemos pagado, hemos desperdiciado energías fósiles para encender el cigarrillo, hemos apestado media casa y realizado una serie de tareas guturales solo para alcanzar el clímax pulmonar. El humo en el pulmón es al fumador lo que el dinero en Suiza al político corrupto. Pero justo en ese momento, zas, aparece la idea del cáncer. Como si un Pujol pensara en Hacienda justo cuando lo reciben en el banco de Ginebra.

Foto: Foto: EFE/Javier Etxezarreta.

¿Por qué pienso en cáncer mientras fumo? ¿Por qué dejo el cigarrillo en el cenicero? Porque los fumadores somos irracionales, y la gente irracional es víctima de las campañas de publicidad. Y eso que en las campañas antitabaco se percibe el engaño desde el principio: “Las autoridades sanitarias advierten...”. ¿Desde cuándo le ha importado a una autoridad la vida humana? Si las autoridades realmente quisieran informar a la ciudadanía de las consecuencias de sus hábitos de consumo, las camisetas de Zara vendrían estampadas con fotos de esclavas vietnamitas, y los anuncios de Apple te explicarían su fórmula de evasión de impuestos, el mejor diseño imaginado por ese sinvergüenza que, por cierto, murió de cáncer.

Lo que me lleva a otro pensamiento lógico: ¿qué tiene de malo el cáncer? Y por consiguiente, ¿qué tiene de malo el tabaco? Nadie habla de las cosas buenas que el tabaco ha dado a la humanidad. Empecemos por lo más elemental: si el tabaco fuera malo, mataría solamente a buenas personas. Los anuncios que hablan de la muerte asociada al tabaco siempre usan los ejemplos más dramáticos y artificiales. Por ejemplo, un niñito desconsolado suplica a su padre que deje de fumar por el agujero de la traqueotomía. Pero ¿acaso un buen padre haría algo así delante de su hijo? ¡El mundo será mejor sin la presencia de ese padre sin escrúpulos!

Para matar a Hitler, que no fumaba, hizo falta derrotar al ejército más fanatizado del mundo. En cambio, con Stalin el tabaco nos ahorró ese trabajo

Es evidente que hay un pacto de silencio porque nadie habla de los beneficios del tabaco cuando basta echar mano de los libros de historia. Para matar a Hitler, que ni fumaba ni bebía, hizo falta derrotar al ejército más fanatizado del mundo, atravesar varios países, desperdiciar millones de vidas humanas y arrasar una ciudad tan bonita, Berlín. En cambio, a la hora de matar a Stalin, el tabaco nos ahorró todo ese trabajo.

La única finalidad de las campañas antitabaco es que los fumadores nos sintamos irracionales y miserables. Esto es lo que te está diciendo: “Todo ese dinero por el que has pagado, todo ese humo que estás empujando torpemente hacia tus órganos esenciales, solo sirve para que unos cuantos empresarios se lucren con tu muerte”. ¿No es ridículo? ¿Qué clase de empresario querría matar a sus clientes más leales? Es tan absurdo como imaginar a un banquero que intenta arruinar a los jubilados, que son sus clientes más fieles.

Pero no desperdiciéis saliva conmigo. No me deis consejos. En el fondo, sé que fumar es un mal vicio. Sigo haciéndolo por una sola razón: en este mundo cada vez más paralizado por la corrección política, el tabaco me otorgará el derecho de hacer bromas sobre el cáncer. Seré el Eddie Murphy de los cancerosos y nadie tendrá autoridad moral para impedirme que haga esas bromas.

Ya, ya lo sé, el tabaco es malísimo. ¿Qué me vais a contar a mí? Lo noto cada vez que subo escaleras. Pero también os digo que la responsabilidad no es solo del tabaco, sino de esos desaprensivos que se empeñan en vivir en pisos altos sin ascensor.

De pronto, mientras estoy fumando, pienso en el cáncer. Qué momento tan jodido. Acabo de dar una calada, esa masa de humo por la que me he dejado medio sueldo viaja felizmente hacia abajo, y de pronto se convierte en mierda. Dejo el cigarrillo en el cenicero y empiezo a encontrarme mal. ¿Acaba de provocarme el tabaco un cáncer justo en este momento? No. Todo es culpa del cerebro. Al resto del cuerpo no le importa un carajo lo que hagas. Sé de lo que hablo: he bebido Jägermeister toda una noche sin que el estómago lo expulsase violentamente, como correspondería a un órgano con el más mínimo criterio.

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