España is not Spain
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La vida moderna es confundirse de bote y rociar con popper al violador
Tanto el humorismo como la teología están vedados a los anormales fanáticos de mente estrecha y furia rápida
Que vivimos tiempos negros para la gracieta bruta o la ironía sutil lo demuestra el hecho de que Ferreras hable en su programa sobre los límites del humor, o que el diario 'Ara' publique un monográfico contra la censura ilustrado por humoristas gráficos. Ambos fenómenos son la consecuencia de que, durante las últimas semanas, toda clase de tuiteros, raperos y demás chistosos hayan pasado por esa invocación del tardofranquismo llamada Audiencia Nacional. Anteayer, por si fuera poco, nos asombraba la noticia de que el Gran Wyoming y Dani Mateo comparecerán ante un juez. Su crimen, informar a la audiencia de La Sexta de que la cruz del Valle de los Caídos es tan fea como lo que representa.
Que los católicos quieran pedir cuentas en el plano terrenal por las blasfemias que les ofenden demuestra que ni siquiera ellos confían en la justicia divina y el Juicio Final. Pero es que entender el humor requiere la misma sutileza mental que comprender los misterios de la religión. Tanto el humorismo como la teología están vedados a los anormales fanáticos de mente estrecha y furia rápida. Si esa es la gente que acaba yendo al cielo, no creo que haya en el mundo nadie con más ganas de que exista el infierno que Wyoming y Mateo.
Sin embargo, en las épocas regresivas aparece la vanguardia. Hace unos días, tuve un golpe de suerte y acabé en casa de Raúl Navarro viendo la segunda temporada de 'El fin de la comedia' (Comedy Central y Movistar+). Para quien no sepa de qué hablo, es una serie de ficción biográfica protagonizada por Ignatius Farray y dirigida por Navarro y Miguel Esteban. Para quien todavía no tenga ni idea, digo que, si a un lado ponemos la Audiencia Nacional y los pajilleros de la indignación de Twitter, en el otro plato de la balanza estará Farray, posiblemente desnudo de cintura para arriba y con expresión de melancolía.
Raúl Navarro y Miguel Esteban llevaban mucho tiempo trabajando en la sombra en programas como 'El Intermedio' o 'Late Motiv', pero entonces se cruzaron con Farray e inventaron una de las mejores series cómicas (y no solo cómicas) de la historia de España. En 'El fin de la comedia' resuenan las carcajadas de 'Louie' y 'Qué fue de Jorge Sanz', pero por fortuna han sido capaces de separarse de sus inspiradores y encontrar un lenguaje propio. La serie narra la vida, ficticia 'ma non troppo', del que en mi opinión es la mente más sobresaliente de todo el panorama cómico español. Verla da mucha risa, pero también provoca ternura.
¿Cómo explicarla sin estropearla? Entre los logros de la primera temporada, por ejemplo, estuvo conseguir que Willy Toledo hiciera una brutal autoparodia. Esa escena capta perfectamente bien el 'leivmotiv' de la serie. Se burlan de todo, empezando por ellos mismos.
Lo de Toledo es así: Farray está a punto de ir a juicio y tiene miedo de perder la custodia de su hija. Pide consejo a Willy, y el actor le recomienda que haga como él. Viene a decirle algo así: “Tú lo que necesitas es un buen terremoto o una buena catástrofe, cuantos más muertos mejor, para grabar un 'spot' solidario. Le enseñas al juez el vídeo, y con eso tienes ya medio juicio ganado. Después de mi divorcio me ahorré 300 euros de manutención gracias al tsunami”.
Sin habérselo propuesto se ha convertido en uno de los diques que nos separan de la riada de indignación absurda que trajeron la crisis e internet
Yo tenía una imagen de Willy Toledo incompatible con la autoparodia, así que le pregunté a Navarro cómo le habían convencido. Me contó que escribieron el personaje como una parodia suya, y que naturalmente intentaron vendérselo a otros. Ninguno podía. No sabían a quién llamar. Pero entonces la productora dijo: ¿y si se lo proponéis a Toledo? La idea parecía loca. ¿Willy Toledo cachondeándose de la actitud de Willy Toledo? Lo llamaron sin esperanza, pero Toledo dijo sí. ¡Todo mi respeto para él desde ese momento, diga lo que diga desde hoy!
A grandes rasgos, eso es 'El fin de la comedia'. Y eso es Farray. Hay pocos personajes que lleven tan lejos la broma contra uno mismo (y contra todo lo demás) como este canario histriónico, calvo y barbudo, que sin habérselo propuesto se ha convertido, junto a 'Mongolia', en uno de los diques que nos separan de la riada de indignación absurda que trajeron la crisis e internet. Heredero de genios como Pryor o Hicks, primo canario y grotesco de Louis CK, Farray chupa pezones de hombre en sus monólogos y destroza límites cada día en 'La vida moderna', junto a David Broncano y Quequé.
Que vivimos tiempos negros para la gracieta bruta o la ironía sutil lo demuestra el hecho de que Ferreras hable en su programa sobre los límites del humor, o que el diario 'Ara' publique un monográfico contra la censura ilustrado por humoristas gráficos. Ambos fenómenos son la consecuencia de que, durante las últimas semanas, toda clase de tuiteros, raperos y demás chistosos hayan pasado por esa invocación del tardofranquismo llamada Audiencia Nacional. Anteayer, por si fuera poco, nos asombraba la noticia de que el Gran Wyoming y Dani Mateo comparecerán ante un juez. Su crimen, informar a la audiencia de La Sexta de que la cruz del Valle de los Caídos es tan fea como lo que representa.