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El pecado de Jordi Cruz fue decirlo
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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El pecado de Jordi Cruz fue decirlo

Si de lo que estamos hablando es de Jordi Cruz como acusado de explotación, no creo que el tipo sea más culpable que el 99% de las empresas

Foto: El cocinero del restaurante Àbac y popular presentador de televisión Jordi Cruz. (EFE)
El cocinero del restaurante Àbac y popular presentador de televisión Jordi Cruz. (EFE)

A medida que el personal se iba rasgando las vestiduras, se entendía menos de qué estábamos hablando. Tras un reportaje del compañero David Brunat sobre los negreros de la alta cocina y sus esclavos, con menestra de latigazos en el lomo y guarnición de pedantería culinaria, uno de esos cocineros televisivos, Jordi Cruz, va y dice que sus pinches son unos privilegiados porque tienen casa y comida como los santos inocentes, y que con eso y lo que aprenden ya está justificado que trabajen gratis.

Las redes arden, y como respuesta saca Cruz una foto rodeado de becarios, tan sonrientes como Azarías en la foto aquella de Los santos inocentes The Movie, pero las redes continúan ardiendo. El muy panoli tuvo la ocurrencia de abrir el melón el Día del Trabajo, así que aparecen cartas abiertas al cocinero como si fuera el presidente del gobierno, escritas por divos y divas de medio pelo que aprovechaban la polémica para cubrirse un poco de gloria precaria. Y al final, luego de varios días de polémica estéril, es como si la gente creyera que el cocinero logró comprarse un palacete no por sus contactos en la tele ni por sus dotes licuando cebolla, sino porque le pirran los becarios más que a un periódico en agosto.

Y tampoco es eso. Los becarios son una lacra, sí, pero en parte también son el sustituto del eterno aprendiz de trabajador, sólo que pasado por la picadora políticamente correcta de la modernidad, los créditos, los máster y demás aberraciones educativas. Becarios explotados hay en casa del chef Jordi Cruz y en las galeras de toda empresa que presuma de dar formación. Lo único que ha hecho el chef es decir claramente lo que piensa todo empresario español: que pudiendo tener unos curritos gratis, tonto el último. Y si encima mi empresa es buena, tonto el que no pase conmigo un año de mili.

Si de lo que estamos hablando es de Jordi Cruz como acusado de explotación, no creo que el tipo sea más culpable que el 99% de las empresas. Aquí todo Dios ofrece a las universidades y escuelas técnicas unas cuantas vacantes para mantener el motor encendido sin dejarse parte de los activos. En este sentido, el propio Cruz ha dicho una gran verdad. Ser su becario es un lujo. Y la verdad es que un chico que quiera ser aprendiz de cocinero pero tenga la mala suerte de pertenecer a una familia pobre, tendrá que deslomarse en los fogones de un chiringo, que pagan poco pero pagan, mientras los delfines de la nouveau gastronomía pasan una temporada en Can Roca gracias al dinero de papá.

Foto: Cocineros de El Bulli preparando alimentos en 2011. (EFE)

Sin embargo, si de lo que estamos hablando es del maltrato sistemático y aplaudido contra los cocineros y los camareros en un país como el nuestro, que oposita para chiringuito con zona vip para todos los jubilados de Europa, entonces quedan unas pocas líneas que escribir. Hablemos claro y digámoslo de una vez por todas: la alta cocina televisada es el fascismo. Y de postre, estajanovismo juche. Y para colmo pedante. Y por tanto hay que luchar contra este fenómeno con barricadas, piedras y cohetes. Hasta la victoria final.

Me explico: cuando ando un poco bajo de glucosa sintonizo esos programas de cocina que divierten tanto al público. En ellos se ve siempre lo mismo: gente inexperta y nerviosa que trata de pasar un puré mientras los Catedráticos de la Brasa insultan y gritan. El cliente, que puede llegar a ser más repulsivo que un jefe de cocina histérico, aparece inevitablemente con cara de asco. Y se usan palabras absurdas como “emplatar”, y los concursantes parecen los reclutas de una Legión que se mueve alimentada por el ardor patriótico de estómago.

[Jordi Cruz, enemigo número uno el Día del Trabajo]

Sé que la alta cocina es una cosa muy exquisita, pero lo que llevo visto en restaurantes desde que se pusieron de moda los máster chefs y los máster chofs no son mejores platos, sino un ejército de gañanes que ha encontrado carta blanca para hacerse el listo. Al calor de programas como el de Cruz o el de Chicote, aparecen supuestos entendidos que se quejan al cocinero, maltratan al camarero y aburren a las visitas con explicaciones sobre la elaboración del más simple caldo de gallina.

Mi abuela dice que la comida sale bien cuando se hace con cariño, así que sospecho que de esos programas sólo puede salir bazofia.

A medida que el personal se iba rasgando las vestiduras, se entendía menos de qué estábamos hablando. Tras un reportaje del compañero David Brunat sobre los negreros de la alta cocina y sus esclavos, con menestra de latigazos en el lomo y guarnición de pedantería culinaria, uno de esos cocineros televisivos, Jordi Cruz, va y dice que sus pinches son unos privilegiados porque tienen casa y comida como los santos inocentes, y que con eso y lo que aprenden ya está justificado que trabajen gratis.

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