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De toros y toreros: en Cataluña el Estado tiene las de perder
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Juan Soto Ivars

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De toros y toreros: en Cataluña el Estado tiene las de perder

Lo que algunos siguen llamando “deriva independentista” se ha demostrado como una línea recta. La Generalitat empuña el timón y sabe muy bien adónde va

Foto: Un momento de la tradicional manifestación convocada por la ANC con motivo de la Diada del 11 de septiembre. (EFE)
Un momento de la tradicional manifestación convocada por la ANC con motivo de la Diada del 11 de septiembre. (EFE)

El tono de las relaciones entre el Estado y Cataluña ha cambiado mucho en los últimos años. Fue una opereta que se tiñó de melodrama, pasó por la comedia bufa y luego se avinagró. Si Iñaki Gabilondo no se equivoca, el espectáculo podría estar adoptando tintes de tragedia. Cuando la derecha catalana perdió la impunidad y apostó por el independentismo, después de que Artur Mas diseñara su 'procés', nos metimos en este camino del que el gobierno de Rajoy ha sido incapaz de sacarnos, o del que quizás no nos ha querido sacar.

Lo que algunos siguen llamando “deriva independentista” se ha demostrado como una línea recta. La Generalitat empuña el timón y sabe muy bien adónde va. Visto el engaño, se empezó a popularizar otra metáfora, el choque de trenes. A mí me parece igual de torpe y de imprecisa. Esa imagen da por hecho que hay maquinistas locos y que el colofón es un testarazo desastroso del que las dos partes van a salir con chichón. No creo que sea el caso.

Foto: El mayor de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero (i), a su llegada a la Fiscalía Superior de Catalunya. (EFE)

Sospecho que aquí la Generalitat independentista tiene todas las de ganar. Se supone que el final del 'procés' es la independencia de Cataluña, pero nos movemos entre mentirosos. Se han dedicado a incumplir sus plazos uno detrás de otro. No hubo ruptura unilateral a los 18 meses de la formación del Govern, no la habrá el día 2 de octubre, y dudo que nadie con dos dedos de frente la espere en la próxima década.

Pero la prisa, la inminencia del desastre, la conquista de la libertad, la crispación, la división y el miedo tienen una función política. Los sentimientos calientes son provocados por cerebros fríos. Hay una estrategia que el independentismo ha meditado y ha puesto en marcha, mientras unos sueñan con repúblicas y otros exigen que se anule la autonomía. Y yo estoy empezando a sospechar cuál es.

Iglesias dice que hay que usar la política y no los tribunales, pero tras las últimas semanas es tarde. Si él fuera presidente, haría lo mismo que Rajoy

Los que vivimos en Cataluña pero tenemos a la familia en el resto de España nos hemos acostumbrado a una broma y una pregunta. La broma consiste en que te mencionen el pasaporte cuando dices que tienes pensado viajar a Madrid o cuando planean venir a Barcelona de visita. La pregunta que viene a continuación suele plantearse así: ¿qué crees tú que va a pasar?

Hay que tener cuidado, ser prudente, meditar, calcular y medir las palabras antes de responder a esa pregunta. Nos movemos entre cínicos, estrategas y fanfarrones. Es evidente que no vamos a ver una independencia pasado mañana. Puede que ni siquiera llegue a celebrarse un referéndum en octubre, y también parece imposible que JxS y la CUP vaya a dar marcha atrás. Entonces ¿qué es lo que nos espera? O más bien: ¿qué sentido político tiene todo esto?

Lo veo así: el Estado es fuerte y está sujeto a las leyes. Como el toro, vive atado a sus instintos, que le dejan muy pocas opciones. La Generalitat, que carece de la fuerza, cultiva la astucia y el engaño. Los independentistas serán, pues, el torero. Plantados delante de la bestia, la provocan. Preparan un espectáculo, cobran entrada, se visten de luces y sacan adelante dos leyes que chocan de frente con la Constitución. ¿Qué han hecho? ¿Están locos? No. Enseñan el capote y dicen ¡eh!

placeholder Carles Puigdemont (c), Carme Forcadell (i), y Jordi Sánchez (d) participan en la Diada de Barcelona. (EFE)
Carles Puigdemont (c), Carme Forcadell (i), y Jordi Sánchez (d) participan en la Diada de Barcelona. (EFE)

La provocación no es sutil. Cataluña se ha convertido en un limbo donde los alcaldes y los funcionarios no saben qué ley tiene que cumplir. Por mucho que Pablo Iglesias diga que hay que usar la política y no los tribunales, después de las últimas semanas es tarde. Si él fuera presidente, estaría obligado a hacer lo mismo que Rajoy. La Generalitat ha transgredido los límites que un estado de derecho regido por una Constitución puede tolerar. Esto, nos guste más o menos la Constitución o el Estado, es así.

Así que, ¿qué hará el Estado? No le queda otra que embestir. Ya hemos visto guardias civiles vigilando una imprenta y registrando un medio de comunicación. También a fiscales que censuran la publicidad institucional en una autonomía, y veremos otras embestidas en las próximas semanas. El torero quiere que el toro haga exactamente eso: embestir. Pero detrás del capote está el estoque.

La respuesta del Estado y de los jueces es ineludible, pero va a ser trágica. A los independentistas se les podrá castigar todo lo que marque la ley. A corto plazo servirá de poco y a largo plazo será peor. El toro está condenado desde el momento en que entra en la plaza, y creo que en este juego de los independentistas el Estado tiene las de perder.

El tono de las relaciones entre el Estado y Cataluña ha cambiado mucho en los últimos años. Fue una opereta que se tiñó de melodrama, pasó por la comedia bufa y luego se avinagró. Si Iñaki Gabilondo no se equivoca, el espectáculo podría estar adoptando tintes de tragedia. Cuando la derecha catalana perdió la impunidad y apostó por el independentismo, después de que Artur Mas diseñara su 'procés', nos metimos en este camino del que el gobierno de Rajoy ha sido incapaz de sacarnos, o del que quizás no nos ha querido sacar.

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