España is not Spain
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Pequeños detalles que hacen de Cataluña un reino de posverdad
En un ambiente de posverdad, los datos están cargados de esencia ideológica y no pasan el filtro burbuja de las redes. Allí, los bandos se cierran en cámaras de resonancia ideológica
La desconexión entre España y Cataluña es imparable gracias, en parte, a eso que llaman posverdad. No me refiero a la mentira a secas, sino a una verdad homeopática, muy disuelta en un caldo de mentiras dulces que exalta los sentimientos colectivos. En un ambiente de opinión pública sano, cualquier mentira se puede desmontar con el debido acceso a la información. Sumergidos en el pantano de la posverdad es imposible, porque la información esclarecedora no llega donde tiene que llegar. Sobre este asunto se podrían escribir millones de líneas, pero voy a limitarme a unos pocos ejemplos concretos y de apariencia irrelevante. Creo que son los más peligrosos.
El trabajo de datos concienzudo que hizo el lunes Adrián Blanco para este periódico sirve como introducción. El periodista desmonta una por una las mentiras que el independentismo ha expandido estos días por WhatsApp, con las que vuelven a vender el relato de los agravios españoles y la promesa de una Arcadia feliz cuando Cataluña se haya independizado. ¿Cuál es el problema? Que el efecto de este artículo en la visión del mundo de los independentistas será despreciable, como lo fue el libro donde Josep Borrell desmontaba las mentiras económicas del equipo de Oriol Junqueras. Los independentistas no compartirán este artículo en sus redes, ni habrá eco en los medios independentistas, ni se leerá donde se tiene que leer.
¿Por qué? Tal como explican Mark Thompson o Eli Pariser, en un ambiente de posverdad los datos están cargados de esencia ideológica y no pasan el filtro burbuja de las redes. Allí, los bandos se cierran en cámaras de resonancia ideológica. Nos damos la razón a nosotros mismos mientras levantamos a nuestro alrededor un muro invisible. Cambiamos el significado de las palabras y las vaciamos de contenido objetivo. Esto no pasa solamente en los círculos independentistas. Cada bando tiene sus propios filtros, e incluso las personas que han renunciado a sesgar su acceso a la información tienen puntos ciegos.
Un ejemplo: hay un momento de la entrevista que Jordi Évole le hizo a Puigdemont que se ha comentado muy poco, pero que a mí me parece muy sintomático del fenómeno de las cámaras de resonancia. El periodista muestra un vídeo de 2014 en el que Carme Forcadell (entonces presidenta de la ANC) dice que el PP y C's no son partidos catalanes. Comenta que él no había visto este vídeo hasta que se puso a preparar la entrevista. ¿Cómo es posible?
Desde 2014 lo habré visto unas mil veces. Ha aparecido en la prensa de derechas, y los españolistas de Cataluña lo han compartido sin parar, porque les parece la prueba de que Carme Forcadell no es la persona idónea para presidir el Parlament. Si Évole no lo había visto hasta ahora, no es solo porque TV3 no lo haya emitido. Es porque su acceso a información a través de las redes sociales tiene un punto ciego más grande de lo que él supone. Y si esto le ocurre a un tipo tan comprometido con la pluralidad como Évole, no quiero ni pensar cómo verán el mundo quienes lo acusan de equidistante.
En esta entrevista, hay un ejemplo bastante gráfico de la construcción de relatos falsos a partir de hechos ciertos. De nuevo es un detalle, una minucia, una palabrita que tiene la apariencia de comentario irrelevante pero que, según creo, tiene un efecto devastador en la línea que separa la mentira de la verdad. Me refiero a la mención que hace el 'president' Puigdemont a los barcos llenos de policías.
Si Évole no lo había visto, no es solo porque TV3 no lo haya emitido. Es porque su acceso a información a través de las redes sociales tiene un punto ciego
En su lista de agravios, Puigdemont pronuncia estas palabras: “El Estado manda barcos llenos de policías”. ¿Es verdad? No. Pero encaja en la visión del mundo de sus seguidores. Las palabras de Puigdemont suenan a “enemigo a las puertas”. Deslizan en la mente del espectador la posibilidad de un desembarco sangriento y mucho más que eso: equiparan la presencia de policía española en Cataluña a una conquista militar. Así, Barcelona parece una ciudad asediada. Es la cantinela de los tanques por la Diagonal, ahora transformada en desembarco.
Pero lo cierto es que los policías han terminado alojados en cruceros porque los independentistas hacían caceroladas en los hoteles donde los instalaron. Es una cuestión de matiz, pero es importante, porque los relatos simbólicos se construyen a base de esta clase de minucias. Contratar tres cruceros fue una solución a un problema concreto: los hoteleros no querían hospedar policías porque las caceroladas fastidiaban al resto de clientes de los hoteles. Pero este hecho desaparece en el discurso de Puigdemont.
Es a base de estos pequeños detalles como va levantándose un muro más difícil de derribar que la frontera geográfica que supondría la independencia
Creo que es a base de estos pequeños detalles, que suelen pasar sin pena ni gloria y sin llamar la atención, como va levantándose lentamente un muro más difícil de derribar que la frontera geográfica que supondría la independencia de Cataluña. Es el muro que separa los relatos simbólicos que dividen a la población. Una frontera psicológica que, como señala Iñaki Gabilondo, tiene a un lado a los catalanes que se sienten españoles y al otro a los que ya se han ido de España. A ambos lados, distinto cuento y distinta moraleja.
¿Cómo haremos para establecer un diálogo entre las dos partes? ¿Cómo se cierra la brecha en una sociedad que no solo tiene distintas perspectivas de interpretación, sino que no comparte ni los datos más elementales? Sospecho que será imposible mientras los líderes políticos sigan relativizando de esta forma la verdad.
La desconexión entre España y Cataluña es imparable gracias, en parte, a eso que llaman posverdad. No me refiero a la mentira a secas, sino a una verdad homeopática, muy disuelta en un caldo de mentiras dulces que exalta los sentimientos colectivos. En un ambiente de opinión pública sano, cualquier mentira se puede desmontar con el debido acceso a la información. Sumergidos en el pantano de la posverdad es imposible, porque la información esclarecedora no llega donde tiene que llegar. Sobre este asunto se podrían escribir millones de líneas, pero voy a limitarme a unos pocos ejemplos concretos y de apariencia irrelevante. Creo que son los más peligrosos.