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Évole vs. Maduro: ¿y si España y Venezuela no son tan diferentes?
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Juan Soto Ivars

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Évole vs. Maduro: ¿y si España y Venezuela no son tan diferentes?

Maduro hacía lo que hacen los nuestros: echar balones fuera y aludir a nebulosas conspiraciones

Foto: Jordi Évole y Nicolás Maduro, en 'Salvados'.
Jordi Évole y Nicolás Maduro, en 'Salvados'.

Nicolás Maduro bajó unas escaleras silbando y apareció en la sala oscura donde lo esperaba Jordi Évole. El presidente mide un metro noventa. A su lado, Évole parecía un gnomo pequeño y frágil, como les ocurre a todos los periodistas en regímenes donde se persigue la libertad de expresión e información. Sentados a la mesa la cosa cambiaba, porque Évole lanzaba preguntas y Maduro, mal que bien, las contestaba. Cuando jugamos a decir la verdad, no hay presidente que aguante el choque con un periodista.

Maduro vestía uno de esos blusones negros y apostólicos que por algún motivo gustan tanto a los líderes del comunismo crepuscular. Bromeó con interrogatorios policiales y con sacar al periodista esposado, pidió ayuda a Dios, un vaso de agua y se sentó a responder. Fue afable y elocuente, campechano. Leandro Stoliar y Gilzon Souza, dos periodistas brasileños expulsados de Venezuela este mismo año por investigar las relaciones entre Petrobras y las autoridades chavistas, debieron sentir envidia.

Se preveía máxima audiencia para esta entrevista en una España tan polarizada como Venezuela y se cuidó la escena al milímetro. La conversación tuvo lugar en una sala tenebrosa, bajo tres retratos de Simón Bolívar: uno de factura clásica y dos que parecían personajes de videojuego. La relación con los videojuegos iría mucho más allá porque, para el lector español, Venezuela no es un país, sino un escenario donde cada cual proyecta lo que le conviene.

Recordemos: Albert Rivera marchó para allá con un avatar solidario que se le ha visto muy pocas veces aquí, y dijo que el Gobierno estaba reprimiendo al pueblo democrático. Iglesias contraatacó poniéndose un avatar legalista inaudito si pensamos en el 155, y dijo que el pueblo había votado a Maduro y que los de la calle eran unos golpistas. Si Venezuela convierte a Ciudadanos en una ONG y a Podemos en partidario de la vía dura, ¿qué podíamos esperar de esta entrevista?

Venezuela es nuestro espejo

Empezó la emisión, noté olor a quemado y miré Twitter de reojo. Desde el minuto uno se acusaba a Évole de dos cosas: de ofrecer a Maduro un espacio cómodo para la propaganda y de aguijonear al pobre presidente con el argumentario del PP. Caí en la cuenta de que Évole no había sido valiente por plantarse delante de un megalómano, sino por emitir en España una entrevista que iba a funcionar como un test de Rorschach de la polarización.

El país donde manda Maduro ha sido el arma propagandística de la derecha española desde la irrupción de Podemos hasta que Rajoy aplicó el 155 en Cataluña, momento en que las comparaciones se volvieron odiosas. Después de unos años viendo vídeos seleccionados para ofrecer una imagen furibunda de Maduro, el personaje que hablaba con Évole me pareció decepcionante. El tirano no me sonaba muy distinto a lo que tenemos aquí.

Maduro se zafaba de las preguntas y evitaba responder a los datos con la misma torpeza que los políticos españoles, usaba la misma retórica grandilocuente y vacía para lanzar sus mensajes prefabricados y esquivaba las evidencias con la misma propaganda barata. Ante los testimonios de que su país sufre la carestía de alimentos y medicamentos, mientras una inflación absurda convierte las bolsas de billetes en bolsas de basura, Maduro hacía lo que hacen los nuestros: echar balones fuera y aludir a nebulosas conspiraciones.

Se escudaba en las leyes para justificar su represión y en la democracia para jactarse de su autoridad

Maduro, que se cree la voz del pueblo, tuvo que conformarse con ser el segundo plato porque Évole se había paseado por Caracas y le puso por delante a chavistas desencantados. Todos coincidían en una máxima: Maduro no es Chávez, y pensaba yo que España no podría ser nunca Venezuela. Pero a medida que hablaba, me entraban las dudas. ¿Y si España y Venezuela, a nivel político, tienen ya demasiadas cosas en común?

El presidente se sentía como la encarnación de una verdad absoluta. Se refería a sus oponentes como ciegos, en el mejor de los casos, o como seres enajenados y mentirosos. Se escudaba en las leyes para justificar su represión y en la democracia para jactarse de su autoridad. Contraatacaba con el 'y tú más' ante cualquier pregunta que delatase sus mentiras y lanzaba sus productos estrella como un vendedor de la teletienda.

Si alguien quería aprender algo sobre Venezuela viendo este programa supongo que se quedó, como yo, con las ganas. Porque Maduro más bien parece un aviso. Y Venezuela, un espejo.

Nicolás Maduro bajó unas escaleras silbando y apareció en la sala oscura donde lo esperaba Jordi Évole. El presidente mide un metro noventa. A su lado, Évole parecía un gnomo pequeño y frágil, como les ocurre a todos los periodistas en regímenes donde se persigue la libertad de expresión e información. Sentados a la mesa la cosa cambiaba, porque Évole lanzaba preguntas y Maduro, mal que bien, las contestaba. Cuando jugamos a decir la verdad, no hay presidente que aguante el choque con un periodista.

Nicolás Maduro Jordi Évole Salvados