España is not Spain
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Destrucción de las cajas de autoservicio del supermercado
Nos venden las cajas automáticas como un método rápido y cómodo de extraer los productos de allí, pero salta a la vista que la única motivación es reducir costes
Los dos supermercados de mi barrio, que llamaremos Estados Unidos y Unión Soviética para que no nos pongan un pleito, están compitiendo en una carrera de armamento al estilo de la Guerra Fría. En la meta no está el Apocalipsis nuclear sino una extinción más modesta que afectará solamente a las cajeras humanas. Primero instaló las cajas de autoservicio Estados Unidos y a continuación lo hizo la Unión Soviética. Y yo sueño que entro disfrazado de Batman a estos establecimientos y despedazo las cajas automáticas con una ganzúa mientras las cajeras humanas y las ancianas del barrio me aplauden y me lanzan rodajas de mortadela.
Primera experiencia con las cajas automáticas, en 'aka' Estados Unidos, hace meses. Ni siquiera las veo al entrar. Apenas las 11 de la mañana y los pasillos semivacíos. Solo un par de señoras pululan por allí mirando el precio de todo, palpando melocotones que dejarán blandurrios e inventando toda clase de excusas para preguntar a los reponedores y hacer que ellos, fornidos, les bajen algún producto de los estantes a los que no alcanzan. Lleno la cesta a la velocidad del rayo y corro hacia las cintas deslizadoras... Pero la mayor parte de ellas ya no están. Quedan dos, en batería, y no hay cajeras. En su lugar están las máquinas, invitando al tiendanauta como sirenas con sus luces verdes.
Pienso inmediatamente en las viejas. Decido esperar, no tengo prisa pero sí curiosidad. Una se acerca renqueando tras su carrito. Me mira dubitativa y le cedo el paso: mire si tiene cajas para pasar delante. Ella se planta ante la caja automática como un mono delante del monolito y yo finjo que miro los chicles. Coge una caja de galletas maría de su carro y se queda con ella en la mano como un rey mago ante el niño Jesús. Me interroga con la mirada y yo me encojo de hombros. Soy 'millennial' y sé usar esas cajas con solo mirarlas. Dos plataformas con báscula, una para la compra sin pasar y otra para la compra pasada por el lector de códigos de barras. No tiene tanto misterio para mí. Para la vieja es algo peor que un logaritmo neperiano.
Tras un momento de desamparo, me pregunta, "oye, chico". Le digo que no las he usado nunca y la vieja comenta que ella las cosas eléctricas ya tal. Le propongo buscar a una cajera de carne y hueso y me mira como si hubiera bajado a su gato de un árbol. No tardo en encontrar a una: va de un lado a otro por entre las pilas de papel higiénico y reacciona con resignación cuando le digo que hay una vieja atrapada en las cajas. Las abrieron anteayer y es una tortura para las “ansianitas”, me dice. La señora está colocando sus cosas en la cinta transportadora de la caja convencional, pero la cajera le dice que vaya con ella a las automáticas, que le va a enseñar cómo se usan.
Lo que sigue es el Terror. Mi abuela Pepita Moreno considera que su televisión tiene nueve canales. Se mantiene ajena a la oferta hedionda e interminable del TDT porque nunca en su vida ha marcado un canal por encima del 10 en la tele y no le cabe en la cabeza que exista el 11. La cajera humana termina pasando toda la compra de la señora, le da 25 explicaciones, ella se encoge de hombros y agacha humillada la cabeza. Cuando se va empujando el carro, la cajera humana me dice que las obligan a explicar a las viejas cómo funciona el ingenio. “Los jefes”, me dice, “quieren que los clientes las usen”. Le respondo que me niego a pasar por esto y que por favor se coloque en su caja convencional y me cobre con sus propias manos. Lo hace.
La curva de aprendizaje de las viejas de mi barrio es nula e incluso la gente joven se lía con el método de pago y la obtención de bolsa
Durante estos meses he observado la evolución. La curva de aprendizaje de las viejas de mi barrio es nula e incluso la gente más joven se lía con el método de pago y la obtención de bolsas. Nos venden las cajas automáticas como un método rápido y cómodo de extraer los productos de allí, pero salta a la vista que la única motivación es reducir costes. A las cajeras humanas suelo preguntarles si no se dan cuenta de que pronto las despedirán a todas y ellas me responden que “los jefes” les han asegurado que no será así. Por supuesto, no se lo creen.
Las cajas automáticas son una aberración y merecen ser destruidas a cabezazos por tres motivos. El primero, apuntan el sendero de la extinción masiva de las cajeras humanas. El segundo, no dan conversación a las viudas que muchas veces SUEÑAN con ese ratito de cháchara superficial con seres humanos en el súper. El tercero, obligan al cliente a que trabaje él para ahorrar el sueldo de unos cuantos trabajadores. ¿Se reirá el futuro de mí por haber escrito esto? ¿Soy el último ludita ridículo que se niega al avance de la civilización? Me trae sin cuidado. El cliente siempre tiene la razón y no pienso utilizarlas mientras quede una sola cajera en el mundo.
Los dos supermercados de mi barrio, que llamaremos Estados Unidos y Unión Soviética para que no nos pongan un pleito, están compitiendo en una carrera de armamento al estilo de la Guerra Fría. En la meta no está el Apocalipsis nuclear sino una extinción más modesta que afectará solamente a las cajeras humanas. Primero instaló las cajas de autoservicio Estados Unidos y a continuación lo hizo la Unión Soviética. Y yo sueño que entro disfrazado de Batman a estos establecimientos y despedazo las cajas automáticas con una ganzúa mientras las cajeras humanas y las ancianas del barrio me aplauden y me lanzan rodajas de mortadela.