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Quiero morir como un perro
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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Quiero morir como un perro

La muerte indigna es la única opción mientras no se legalice la digna

Foto: Entrega de firmas para pedir la despenalización de la eutanasia. (EFE)
Entrega de firmas para pedir la despenalización de la eutanasia. (EFE)

Si quieres usar la eutanasia en España, si no puedes hacerlo por ti mismo y no deseas que ningún ser querido pague las consecuencias penales, hay un truco. Pide a un amigo que te monte en el ferri de Almería hasta Nador. Pídele que te conduzca después hasta una playa africana y paga 3.000 euros a la mafia. En mitad de la noche, alguno te ayudará a subir a una lancha de goma y te echará al mar con la proa apuntando a España y unos cuantos subsaharianos a bordo. En el naufragio, cuando el capitán haya clavado el cúter en la goma y os deje solos, podrás encontrarte con la muerte sin que los defensores de la vida hayan protestado. Nadie pagará las consecuencias penales.

¿Queda otra cosa además de la parodia ante esta situación? La muerte indigna es la única opción mientras no se legalice la digna. Hemos visto estos días un acto de amor superior al que rodó Haneke por cuanto tiene de cierto: un marido compungido que ayuda a morir a su mujer, retorcida y marchita después de 30 años de esclerosis, deseosa de recibir la muerte por su mano como la enamorada que espera el primer beso. El marido, después, es detenido —el juez decretó este jueves por la noche libertad sin medidas cautelares—. Ella misma ha sorbido el veneno. Al dolor inmenso de la pérdida del hombre, el dolor de la detención. Una cárcel no es el lugar para pasar el duelo. El mecanismo legal es inhumano.

Foto: Ángel Hernández, junto a su mujer, María José Carrasco. (Telecinco)

La tragedia de un país sin eutanasia es doble: para el que sufre hasta que muere y para el que, en un caso extremo como el de esta semana, termina concediéndole la muerte a quien más quiere. El primero prolonga su dolor innecesariamente y el otro se ve convertido en criminal y en asesino. Si un médico está en el mundo para librarnos de la enfermedad, tendría que ser él quien aplicase esta excepción al juramento hipocrático. El médico que ayuda a morir será entonces un héroe: libra al enfermo de su enfermedad y cura además al ser querido.

Pienso que nadie debería obligar a un médico a aplicar una eutanasia en ningún caso, puesto que la objeción de conciencia es sagrada, pero también creo que no se debe castigar al médico que ayuda a un impedido a llevar a cabo su decisión, consciente y meditada: necesaria.

Al dolor inmenso de la pérdida del hombre, el dolor de la detención. Una cárcel no es el lugar para pasar el duelo. El mecanismo legal es inhumano

Los enemigos de la eutanasia se refieren a esto que digo como la “cultura de la muerte”. No disputaré los términos: quizás es precisamente en la cultura donde tenemos que aprender a pensar en ella, a naturalizarla. Pero en la elección del término hay también una delación del trasfondo: con el “no matarás” de su parte y la creencia de que el alma es un préstamo que solo Dios puede zanjar, el legislador autodenominado “provida” se ha erigido en conserje de una vida que no le pertenece. Si Dios construyó la puerta, ¿quién eres tú para guardarte las llaves?

Tengo la esperanza de que el suicidio asistido será legal cuando yo me vea en el trance de necesitarlo. No puedo saber si elegiré esta opción hasta que no llegue el momento, pero llamaría torturador al legislador que me lo impidiera. He sabido de defensores fervientes de la eutanasia que cambiaban de opinión después de un grave percance y disfrutaban con los pequeños placeres que les permitía la parálisis. He sabido de un católico que perdió la fe y suplicó ayuda a unos familiares que se la negaban. Dos personas en una misma situación son dos mundos. Qué sentido tiene prohibirle a uno la única salida deseable.

Foto: (Foto: Reuters)

No es justo que yo pueda liberar a un perro enfermo de su sufrimiento con una inyección y no pueda hacer lo mismo con mi abuela si ella sufre y me suplica que la ayude. El legislador católico concibe al perro como un ser desprovisto de alma y esto, paradójicamente, termina siendo una ventaja para el perro. Nadie ha prohibido a los veterinarios que liberen a los animales de su sufrimiento, ni lo hará. Pensando en los animales, vemos que tiene sentido acortar un camino de dolor si sabemos que no hay cura posible.

Yo quiero tener garantizados los mismos derechos que un perro si me veo en el trance de tener que tomar esta decisión. Pensando así, no estaría mal morir como un perro.

Si quieres usar la eutanasia en España, si no puedes hacerlo por ti mismo y no deseas que ningún ser querido pague las consecuencias penales, hay un truco. Pide a un amigo que te monte en el ferri de Almería hasta Nador. Pídele que te conduzca después hasta una playa africana y paga 3.000 euros a la mafia. En mitad de la noche, alguno te ayudará a subir a una lancha de goma y te echará al mar con la proa apuntando a España y unos cuantos subsaharianos a bordo. En el naufragio, cuando el capitán haya clavado el cúter en la goma y os deje solos, podrás encontrarte con la muerte sin que los defensores de la vida hayan protestado. Nadie pagará las consecuencias penales.

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