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No puedes hablar de esto porque no eres de mi tribu
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Juan Soto Ivars

España is not Spain

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No puedes hablar de esto porque no eres de mi tribu

El síntoma más evidente de la fractura tribal de la sociedad está encerrado en esta derivada de la falacia 'ad hominem'

Foto: Foto: Trym Nilsen. (Unsplash)
Foto: Trym Nilsen. (Unsplash)

“No puedes hablar de esto porque no eres de mi tribu”. Cualquiera de vosotros habrá recibido una respuesta como esta en las discusiones de internet o del mundo real. Si eres un hombre, te habrán dicho que esa opinión tuya sobre feminismo no vale un pimiento. Si eres una mujer heterosexual, te habrán ordenado que te metas en el ¿bolso? tus ideas sobre la transexualidad. Si eres viejo, te habrán mandado a que te comas tus impresiones sobre los problemas de la juventud. Y si eres natural de Valladolid, te habrán dicho que no entiendes nada de Cataluña porque tú no has nacido aquí.

Hay en esta, como en casi todas las tontunas, una pequeña parte de verdad. La experiencia es una parte del aprendizaje, pero la comunicación sirve para intercambiar vivencias, la cultura nos permite acercarnos a realidades distantes, y la empatía y la curiosidad nos empujan a saber más. Yo, por ejemplo, no he pasado hambre en mi vida, pero creo haber comprendido lo que supone leyendo a Knut Hamsun y Mohamed Chukri. Y aunque tampoco he sufrido en mis carnes la dictadura soviética, he impartido algún seminario del tema gracias a lo que me enseñaron Ajmátova, Bulgákov, Koestler, Solzhenitsyn y otros así.

Tengo la impresión de que quienes han interiorizado esta forma de dividir a los otros minusvaloran el poder de la cultura y no comprenden su sentido. La experiencia personal no es un absoluto: por un lado nos aporta una sabiduría mundana, por otra parte un lastre. Nuestros sesgos provienen de nuestras peripecias vitales: son los otros quienes nos ayudan a corregir estos sesgos, a salir de nosotros mismos, a colocarnos allá donde nuestra experiencia no llegaba. Hoy, la experiencia personal es un producto que se vende, y parece que este producto cotiza al alza.

Los privilegios por nacimiento existen, aunque no nos demos cuenta. Provocan de forma natural ángulos muertos y zonas de ceguera. Dos ejemplos: yo consideraba que los piropos eran una cosa simpatiquísima hasta que algunas mujeres me trasladaron las marranadas que les sueltan y el asco que les dan. Tampoco era consciente de que tres euros son mucho dinero hasta el día en que abronqué a un amigo que nunca quería tomar cañas conmigo y me dijo, avergonzado, que mi presupuesto para cerveza era su presupuesto para comer.

El narcisista se erige como víctima porque otros que se le parecen son víctimas, y desde esta atalaya niega al otro su derecho a discutir

Sin embargo, la explicación viene hoy muchas veces convertida en un reproche. Se recriminan situaciones ventajosas de partida sin tener en cuenta nada más. Un narcisismo sofisticado aparece ahí: el narcisista no alardea de sus virtudes sino de los traumas de su grupo. Se erige como víctima porque otros que se le parecen son víctimas, y desde esta atalaya niega al otro su derecho a discutir. Además, niega a los individuos de su mismo grupo la posibilidad de disentir con él. Si perteneces a mi grupo, parece decir, tienes que pensar como yo.

De ahí surge ese reproche, “no puedes hablar de esto porque no formas parte de esta tribu”. El síntoma más evidente de la fractura tribal de la sociedad está encerrado en esta derivada de la falacia 'ad hominem'. Quienes la utilizan pretenden desacreditar cualquier idea que no se adapte a su visión del mundo, como si la sensibilidad y la empatía no existieran, como si estuviéramos encerrados en nuestras burbujas de privilegio u opresión, sordos y ciegos, y más allá: como si, en una sociedad como la nuestra, mover una pieza no desplazase a otra.

Quienes la utilizan pretenden desacreditar cualquier idea que no se adapte a su visión del mundo, como si la sensibilidad y la empatía no existieran

Quienes niegan al otro la oportunidad de oponerse han tirado la toalla. Olvidan que la sociedad no funciona como una batalla, sino como una sofisticada forma de equilibrio entre los que quieren más y los que deben ceder. Prefieren permanecer en su zona de confort y plantearse el mundo como un territorio de disputa permanente, pero ignoran que los mayores logros son fruto de la empatía y la cooperación. Algunos ejemplos al azar:

Patricia Highsmith era lesbiana, pero diseccionó con brillantez los traumas amorosos de los hombres. Gustave Flaubert era un hombre, pero comprendía como nadie a la casada burguesa. Karl Marx y Frederich Engels eran hijos de familias acomodadas, pero teorizaron sobre los problemas del proletariado mejor que los propios obreros. Ignàc Semmelweis hizo un descubrimiento que salvaría la vida de millones de mujeres: que los médicos debían lavarse las manos antes de atender un parto para evitar la fiebre puerperal.

Ay, si les hubieran dicho, como dicen tanto ahora: tú no hables de esto porque no eres como yo.

“No puedes hablar de esto porque no eres de mi tribu”. Cualquiera de vosotros habrá recibido una respuesta como esta en las discusiones de internet o del mundo real. Si eres un hombre, te habrán dicho que esa opinión tuya sobre feminismo no vale un pimiento. Si eres una mujer heterosexual, te habrán ordenado que te metas en el ¿bolso? tus ideas sobre la transexualidad. Si eres viejo, te habrán mandado a que te comas tus impresiones sobre los problemas de la juventud. Y si eres natural de Valladolid, te habrán dicho que no entiendes nada de Cataluña porque tú no has nacido aquí.

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