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El seminarista que ya no puede llevar la comunión a las ancianas
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Juan Soto Ivars

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El seminarista que ya no puede llevar la comunión a las ancianas

Si Dios existiera, pienso, estaría en los actos de alguna gente. Los creyentes dicen que los momentos como este son pruebas para la fe

Foto: Un cura da misa a una iglesia vacía. (EFE)
Un cura da misa a una iglesia vacía. (EFE)

Nota previa: esto lo escribe un ateo. Por más que haya podido intentarlo, jamás he sentido la presencia de Dios, ni una “energía”, ni nada. Sin embargo, algunas personas me permiten un momento de duda. Si Dios existiera, pienso, estaría en los actos de alguna gente. Los creyentes dicen que los momentos como este son pruebas para la fe, y que la introspección de la fe consiste en preguntarse qué puede uno hacer por los demás. Hice el ejercicio sin creencias y publiqué un tuit: ofrecía mi correo electrónico para que la gente que pierde a sus familiares y no puede despedirlos con un funeral me contara la historia de esas vidas. Yo escribiría con eso para disputar unos cuantos nombres, unas cuantas historias, a la cifra oficial.

Estoy recibiendo decenas de mensajes, que pronto empezaré a publicar, pero antes voy a dar cuenta de un correo distinto que se coló en mi buzón y que está relacionado con la fe: “Estos días estoy llamando a unas mujeres mayores de mi parroquia, a las que normalmente les llevaba la comunión. Esta semana, después de cada llamada, emprecé a recoger a modo de testimonio algunas de las cosas que me decían, y las sensaciones que me surgían. No son personas mayores que han muerto, pero quizá te sirve”. El mensaje era de Xavier. Lo llamé por teléfono. A partir de aquí, intercalaré lo que él me dijo con los textos que escribe con sus conversaciones con esas mujeres solas. Supongo que, si Dios existe, quizás se expresa en gente como Xavier. Quizás soy un ateo sin prejuicios.

Un seminarista

Tengo 27 años. Soy seminarista. Vivo en una parroquia y me preparo para ser cura. Estoy ya en el último año de mi formación. Antes estudié enfermería. Decidí colegiarme la semana pasada y ahora estoy preparado, por si me llaman. Hasta el confinamiento, uno de los servicios que hacía en la parroquia era llevar la comunión a la gente que no puede salir de casa. Cada quince días, iba a un pueblo que está aquí al lado y llevaba la comunión a Pepa, Nuria y otras mujeres. Pepa vive con una cuidadora, pero su familia la iba a ver mucho. Su hijo cada tarde, y su otra hija, y sus nietos. Estaba muy acompañada. Con esta situación todo ha cambiado. Solo puede hablar por teléfono. Yo tampoco puedo ir a darle la comunión. Es sabia, tiene casi cien años, y vive con mucho sufrimiento el no poder salir. Ahora la llamo cada dos días por teléfono. La acompaño con mucho silencio y escuchándola. Escribo, cada vez que hablo con ella, un poco.

Tengo 27 años. Soy seminarista. Vivo en una parroquia y me preparo para ser cura. Estoy en el último año. Antes estudié enfermería

24/03/20: Pepa (97 años) tiene “nervios” y lo está pasando muy mal. Tiene nervios porque sufre por los suyos, porque tiene miedo de que enfermen. Le digo que yo también tengo hoy nervios y me dice: "No tenga usted nervios que son muy malos". Su nieto la ha videollamado y ha podido ver a su bisnieta, que cumplía 4 años. Le ha cantado el cumpleaños feliz y le ha explicado que en la calle hay un bichito y que no pueden salir, pero que tiene una cosa para ella que le dará cuando todo acabe. La bisnieta, que aprende castellano solo para hablar con ella, le dice: “Sabia (así es como le llama la bisnieta, porque en catalán abuela es “avia”), ahora no podemos salir, pero cuando se muera el bichito, lo celebraremos”. Le agradezco que comparta conmigo esta historia que me ha conmovido y llenado de alegría. Le digo que ésta, la conversación con su bisnieta, es nuestra alegría hoy, la roca firme donde nos tenemos que sostener.

Sin ancianos no somos nada

Notar el sufrimiento en estas mujeres mayores hace que me quede sin palabras, sin saber qué decir. Respondo con la mayor sencillez que puedo. Escucho y acompaño. Tampoco es que sea una gran ayuda, creo. Llevo tiempo, también, haciendo un ejercicio de sensibilización propia y de conciencia, para tener más en cuenta a la gente mayor, aprovechar la relación con ellos. El testimonio de estas mujeres ha ayudado mucho a mi fe. Crecí en una parroquia en la que no había muchos jóvenes y la gente con quien iba a misa era muy mayor. Ahora quiero recoger su testimonio y escribir la historia.

placeholder Una anciana en silla de ruedas. (EFE)
Una anciana en silla de ruedas. (EFE)

26/03/20: Pepa me cuida. Lo primero que me ha preguntado, cuando la he llamado hoy, es si estaba nervioso. Y me ha vuelto a decir que no me ponga nervioso. Le acompaña aún la angustia, pero hoy ha conseguido que los nervios no le suban más allá del vientre, y estos no han podido doblegarla del todo. Llora las primeras muertes de conocidos del pueblo, y clama a Dios (con cierta inseguridad) para que todo termine pronto.

La formación de un cura

Los seis años anteriores he estado viviendo en el seminario. Allí vivíamos durante la semana y hacíamos vida comunitaria, oraciones y formación. A partir del segundo curso vas a la facultad, que está en el mismo edificio, y estudias dos años de Filosofía y tres de Teología. Cuando acabas, llega el año de pastoral, el séptimo curso, en el que estoy. Podríamos decir, si quieres, que son las “prácticas de cura”. Estás solo un día en el seminario y el resto de la semana en la parroquia. Allí desempeñas labores volcadas con la comunidad. Respondes a lo que surge. Estos días dedico los lunes a ayudar en Cáritas con el reparto de alimentos, por ejemplo.

Constata el drama y la frialdad de no poder despedir a nuestros muertos, de no poder asistir al funeral, de no poder trabajar un duelo que no se enquiste

24/03/20: Nuria no consigue dormir por las noches. Hace unas semanas estaba contenta porque había podido dormir toda la noche de un tirón. Hoy su mayor logro es conseguir descansar 3 horas seguidas. Está triste porque un vecino (un chico de 65 años, dice ella) murió ayer. Y constata el drama y la frialdad de no poder despedir a nuestros muertos, de no poder asistir al funeral, de no poder trabajar un duelo que no se enquiste y se vuelva patológico. Nuria está nerviosa. A Nuria los nervios se le ponen en la boca y le duele. Como a mí, sobre todo hoy, que la tensión se me acumula en la mandíbula superior. Sensación molesta, que duele.

Gente desconectada

He vivido escenas duras. A mi parroquia llegó un hombre que me impresionó mucho. Cuando declararon el estado de alarma era sábado. El domingo, yo estaba en el piso de arriba cuando llamaron a la puerta. Era este chico, a quien ya conocía. Lo primero que me dice es: ¿qué pasa, que está todo cerrado? Venía descolocado, porque no tiene tele. Vive de okupa en una casa sin luz ni agua. La parroquia es el sitio donde cada lunes va a buscar el lote de alimentos, es el sitio al que acude cuando necesita algo, porque allí lo acogemos y lo atendemos. Toma medicación y a veces se queda sin pasta, se la damos. Y es terrible: no se había enterado de nada de lo que pasaba. Había salido a la calle y estaba todo cerrado. Estaba perdido. Le tuve que explicar. Hoy lo he vuelto a ver y está desesperado. Se hunde en esa casa.

26/03/20: Nuria hoy está animada. Ha podido hacer ganchillo. Ayer no pudo, no tenía fuerzas, la noticia de la muerte de otra vecina la destrozó. Estaba muy triste. Dice: “la muerte y la vida están en las manos de Dios; hoy estamos vivos pero no podemos saber hasta cuando”. Nuria me cuida. Me pregunta por mi familia y me dice que no salgan, que en los sitios grandes es más peligroso.

Para qué sirve la Iglesia

Es complicado estos días vivir en el seno de la Iglesia, porque esta situación hace que te cuestiones muchas cosas. De entrada, no podemos hacer las actividades que hacíamos. Uno de nuestros pilares es el hecho de encontrarte con la gente. Ahora hay muchas iniciativas relacionadas con hacer la misa por internet, en Istagram, etcétera, y creo que está bien, pero a mí me genera mucha contradicción cuando veo, por ejemplo, el testimonio de ese chico que no tiene ni televisión, y de mucha gente que lo está pasando como él, que no tienen internet, ni nada: desconectados. Estas experiencias hacen que me cuestione cuál es el sentido de la Iglesia ahora mismo. Y creo que tenemos que estar, justo, por esa gente desconectada.

placeholder Una iglesia cerrada por el coronavirus. (EFE)
Una iglesia cerrada por el coronavirus. (EFE)

28/03/20: Pepa hoy está tranquila y ha podido descansar por la noche. Ayer estuvo muy mal, mientras comía se enteró de todos los que se habían muerto en el pueblo, y le cogió mucha angustia en el vientre, y nervios. Hoy da gracias a Dios porque está mejor. Pero hay momentos en que se desespera pensando en si se pone enferma: qué será de ella. No tiene miedo a morir. Lo que le asusta es que, si se pone mala, a quién va a llamar. Tiene el timbre (teleasistencia), pero si se la llevan al hospital, se ha acabado todo…

Contradicciones

En general, vivo con la contradicción en muchos ámbitos. Intentas basar tu vida en un fin, en un sentido y una verdad. Sin embargo, lo más fácil, según nos han enseñado, es ir haciendo según te apetece a cada momento, según lo que te gusta, y no tanto comprometerte con algo y ser fiel a una opción. Y esto lo vives como una contradicción contigo mismo, porque cuesta, y también con la época. En esta época, el mío es un mensaje incomprensible. Yo baso mi opción en la fe, y en lo que creo que Dios me está pidiendo. Es una experiencia subjetiva que se objetiva en cosas determinadas, pero siempre hay un punto que descansa en el misterio y no se puede explicar. No puedes justificarlo del todo. Es avanzar con firmeza y confianza en Dios, pero muy abierto a la escucha, con incertidumbre, sin una seguridad última. Algo que, por otra parte, es una viviencia muy bíblica.

28/03/20: Llamo a Nuria y me contesta al teléfono radiante de alegría: "¡He descansado toda la noche! ¡Hacía meses que no podía!", me dice. Hoy esta animada y se encuentra bien. Nuria no se saca de la cabeza a la vecina que murió hace unos días: "era tan activa y alegre…" Hace un mes, esta vecina le comentó que fue a visitar a una amiga que estaba a punto de morir, y le sorprendió lo asumido que lo tenía, estaba conforme. Ella no podía aguantarlo y tenía que salir a llorar. "Qué poco se lo pensaba como iría todo". "Nos tenemos que conformar a la muerte", me dice. "Hoy estamos y mañana no".

Dónde está el mundo

Trato de vivir en un diálogo permanente con mi época. Es muy fácil caer, en la Iglesia, en un discurso disociado: aquí está el mundo, aquí estamos nosotros. Por un lado, esa disociación falsa, porque nosotros somos parte del mundo: todo lo que ocurre nos está afectando y nos constituye. Por otro lado, quedarnos aislados del mundo sería como no responder a nuestra llamada. Estamos llamados a dialogar con el mundo y la época. Es una de las vivencias que agradezco, sentirme una persona de mi época, con todos los problemas y virtudes de la gente de mi generación.

Trato de vivir en un diálogo con mi época. Es muy fácil caer, en la Iglesia, en un discurso disociado: aquí está el mundo, aquí estamos nosotros

28/03/20: Nuria cuenta que ve cómo salen los del gobierno por la tele: "Están tomando todas las medidas que pueden, trabajan mucho y estan convencidos que lo superaremos, pero no nombran a Dios, no piden la ayuda de Dios; aunque seguro que muchos lo piensan por dentro".

Escenas bíblicas

Hay algunas imágenes bíblicas que me ayudan estos días. Son tres. La primera es la experiencia del pueblo de Israel en el desierto, cuando salen de Egipto. Allí estaban esclavizados pero tenían ciertas necesidades cubiertas. En el desierto, lo primero que hacen es quejarse a Moisés, diciendo: en Egipto teníamos agua, teníamos olla, teníamos cebollas, y ahora no tenemos nada. Esto conecta con nuestra experiencia: lo teníamos todo y ahora nos faltan muchas cosas. Para mí se pone de manifiesto la necesidad que tenemos de Dios y de estar a la escucha. ¿Qué nos está queriendo decir con esta situación?

28/03/20: Nuria dice: "ahora ya no estaré más sola, porqué me han traido la capilla de la Sagrada Família y se quedará conmigo hasta que todo pase. Antes no estaba nunca sola porqué estaban mis hijos, mi marido... y yo solo le pedía a Dios que no me dejara morir sola; pero ahora... Ojala esto pase pronto, porque ya llevamos mucho. Que Dios nos ayude. Usted es joven y le queda mucho por hacer, en cambio yo soy muy mayor, pero que también me ayude Dios lo que me quede de vida".

Es un tiempo en que también en la parroquia nos vemos obligados al silencio y el anonimato, porque no podemos encontrarnos con la gente

La segunda imagen bíblica que me ayuda a entender lo que pasa hoy es el exilio a Babilonia del pueblo de Israel. Los signos de identidad de los israelitas eran el Rey, el Templo y la Tierra Prometida. Cuando los exilian, se ven en un sitio sin identidad, porque ya no tienen Rey, ni Templo, ni están en Jerusalén. Entonces se cuestionan cuál es su sentido, incluso dónde está su dios. Necesitan volver al origen, al sentido. Entonces yo, como hombre creyente, creo que esta situación también es una invitación a volver a la fuente, una vez más.

Y la tercera imagen es la vida oculta que Jesús tiene en Nazaret. Hasta los 30 años, Jesús no empieza su vida pública. La mayor parte de su vida la pasa, por tanto, en el anonimato y el silencio, mezclado con el pueblo de Nazaret. Así que este, que es un tiempo en que también en la parroquia nos vemos obligados al silencio y el anonimato, porque no podemos encontrarnos con la gente, ni dar misas, ni nada, representa también una oportunidad para servir a nuestra gente en ese anonimato.

Más allá del deber ético

A Nuria y Pepa las llamaba al principio por un deber ético, podríamos decir, pensando que son mujeres de la parroquia. Era el deber ético lo que me empujaba a llamarlas, pero a lo largo de las semanas se ha producido una conversión. Ya no es tanto el imperativo ético, sino que forman parte de mi vida. Me preocupo por ellas y las llamo, igual que llamo a mis propios abuelos. Para mí es una experiencia bonita porque responde a lo más fundamental de nuestra vocación y nuestro ministerio: hacer las cosas por amor. Cuando tú descubres al otro, te mueves por amor al otro, no por imperativos. La ética es necesaria y ayuda, pero con el amor se va mucho más allá.

Nota previa: esto lo escribe un ateo. Por más que haya podido intentarlo, jamás he sentido la presencia de Dios, ni una “energía”, ni nada. Sin embargo, algunas personas me permiten un momento de duda. Si Dios existiera, pienso, estaría en los actos de alguna gente. Los creyentes dicen que los momentos como este son pruebas para la fe, y que la introspección de la fe consiste en preguntarse qué puede uno hacer por los demás. Hice el ejercicio sin creencias y publiqué un tuit: ofrecía mi correo electrónico para que la gente que pierde a sus familiares y no puede despedirlos con un funeral me contara la historia de esas vidas. Yo escribiría con eso para disputar unos cuantos nombres, unas cuantas historias, a la cifra oficial.