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Barrio de Salamanca grita "els carrers seran sempre nostres!"
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Juan Soto Ivars

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Barrio de Salamanca grita "els carrers seran sempre nostres!"

Desde Barcelona, lo vimos venir. Aquí llevamos años con los parámetros trastocados y sabemos que tira más gente a la calle una bandera que unas condiciones laborales esclavistas

Foto: Cacerolada en la milla de oro de Madrid. (Carmen Castellón)
Cacerolada en la milla de oro de Madrid. (Carmen Castellón)

Un tipo aporreando una señal de tráfico con un palo de golf al grito de ¡libertad! es algo que no se ve todos los días. Hoy te puedes encontrar al parroquiano habitual de la antisistemia anarquizante lanzando invocaciones al orden, y al engominado que normalmente celebra el desalojo a palos de unos manifestantes andrajosos como capitán de la algarada callejera.

En el Apocalipsis de San Juan los muertos se levantan de las sepulturas y la luna se tiñe de sangre en el cielo. Nuestra versión es, como vaticinó Valle, menos espectacular, esperpéntica: pijos que se levantan de sus sofás de La Oca y una señal de tráfico aporreada.

Podría parecer que el confinamiento y la enfermedad han puesto el mundo patas arriba, pero no es así. Desde Barcelona lo vimos venir. Aquí llevamos años con los parámetros trastocados y sabemos que tira más gente a la calle una bandera que unas condiciones laborales esclavistas.

La protesta de la clase media-alta y de la élite es simbólica, y no hay un símbolo más magnético que una bandera

La protesta de la clase media-alta y de la élite es simbólica, y no hay un símbolo más magnético que una bandera. Capitalizar esta energía fue el gran descubrimiento de la derecha nacionalista catalana. Por deferencia, espero que Vox y Ayuso paguen los derechos de autor a Artur Mas y compañía. De lo contrario podrían denunciarlos por plagio.

Cacerolada en la milla de oro de Madrid

Es cierto que, entre la derecha independentista y la derecha cayetana cambian algunas líneas de código. Las diferencias son sutiles: unos consideran enemigo de su patria a gente como el progre o el moro, mientras los otros señalan al 'ñordo' y el 'botifler'. En fin, es una cuestión de léxico, son leves variaciones del odio.

La xenofobia, la intransigencia y el supremacismo son iguales por mucho que cambien sus adjetivos. Por eso me pasó que el miércoles, cuando vi las primeras imágenes de la protesta del barrio de Salamanca, tuve que dedicar unos segundos en corroborar que aquello no era el Eixample Dreta.

Tan pedagógico sería mandar una semana a un pijo catalán a Barbate como destinar 10 días a un pijo cayetano a Aluche

Ya veis lo rápido que se pasa del “a por ellos” al “els carrers serán sempre nosotres”. Todo depende de quien mande. De la misma forma que la élite catalana se terminó convenciendo a sí misma de que es pobre y está marginada -gente que nunca ha pisado un pueblo de Murcia, gente que nunca ha esperado un tren en Extremadura-, ahora esta élite madrileña se sugestiona para creer sinceramente que un gobierno comunista ha pisoteado su libertad.

Tan pedagógico sería mandar una semana a un pijo catalán a Barbate como destinar 10 días a un pijo cayetano a Aluche.

Tampoco debería extrañar a nadie que, de toda la gente confinada en Madrid, salgan precisamente a protestar los que se confinaron en pisos más espaciosos y confortables. Como venía a decir mi amigo Alberto Olmos con otras palabras, hace ya muchos años que el pobre está diseñado para el engorde y el rico para los deportes de riesgo. Por eso, pese a que Madrid es una ciudad de un millón de infraviviendas y pisos compartidos, una ciudad de familias al límite, sea en el barrio de Salamanca donde se produce la algarada. Los de Aluche no podrían hacerlo, porque perderían el sitio en la cola del banco de alimentos.

En fin. He apuntado a las ligeras diferencias entre una derecha que protesta con una bandera y otra derecha que protesta con otra bandera, pero debo señalar la principal semejanza, lo que los iguala. Unos y otros gritan “libertad” y lo hacen insensatamente. Despojan a esta bonita palabra de toda su carga responsable, de todo su sentido. Porque la libertad la está pidiendo, en uno y otro caso, precisamente la gente que más libertad tiene. Se trata de una libertad ombliguista, nacida de la sugestión.

En un momento de pandemia, con la economía destrozada y un gobierno que no ha brillado por su eficacia, sale a reclamar libertad quien la tiene a salvo en una cámara acorazada. Es un acto de arrogancia incuestionable. Mientras familias enteras se ven abocadas a la beneficencia, mientras los médicos y enfermeras arriesgan sus vidas a diario, un puñado de pijos se saltan el confinamiento sin darse cuenta de que, lo único que están dejando claro al resto del país, es que consideran que las leyes no están escritas para ellos.

Ejem. Ya digo: en Barcelona, lo habíamos visto venir.

Un tipo aporreando una señal de tráfico con un palo de golf al grito de ¡libertad! es algo que no se ve todos los días. Hoy te puedes encontrar al parroquiano habitual de la antisistemia anarquizante lanzando invocaciones al orden, y al engominado que normalmente celebra el desalojo a palos de unos manifestantes andrajosos como capitán de la algarada callejera.

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