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La maldición de la disidencia interna en esa monarquía llamada Podemos
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Juan Soto Ivars

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La maldición de la disidencia interna en esa monarquía llamada Podemos

Podemos es hoy una curiosa quimera: un partido republicano de puertas para afuera que funciona como una monarquía de puertas para adentro

Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno y secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno y secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Muchos frentes para la autocrítica tiene abiertos Unidas Podemos. Nacieron como una formación horizontal y de la gente y ahora son verticales y de 'su' gente; hicieron campaña contra la casta para terminar repartiendo sillas y purgando disidentes; prometieron luchar contra el nepotismo que practican sin complejos; diseñaron un plan territorial de confluencias y han terminado devorados por las izquierdas nacionalistas; iban a escuchar a su militancia y han logrado tener una militancia que dice sí a cualquier idea de sus líderes; se propusieron salvar la prensa de los tentáculos del capital y han montado 'La Última Hora'; exigieron limitar los mandatos y no sorprendería ni a los meteorólogos que los hijos de Iglesias y Montero heredasen la tierra quemada.

Podemos es hoy una curiosa quimera: un partido republicano de puertas para afuera que funciona como una monarquía de puertas para adentro. La transformación de Podemos en una monarquía gobernada por un matrimonio es lo más divertido que le ha pasado a un partido de izquierdas en España, que yo recuerde. ¡Es escandaloso! Ni José María Aznar y Ana Botella consiguieron llegar tan lejos, entre otras cosas porque el PP, hasta en los momentos de mayor dictadura interna, tuvo hasta la aparición de Vox y Ciudadanos corrientes y confluencias, sensibilidades que esperaban su momento. Pero Podemos las ha aplastado todas.

La transformación en una monarquía gobernada por un matrimonio es lo más divertido que le ha pasado a un partido de izquierdas en España

El varapalo en Galicia y Euskadi ha reabierto las heridas entre los expulsados y la cúpula, y han volado hachas sobre el cauce del Manzanares. Sin necesidad de preguntar a la oposición, que los odia como el primer día, les acusan desde dentro de centralizar el poder en Galapagar, sabotear las iniciativas internas, cortar cabezas a placer, plegarse a los intereses del PSOE, utilizar en su beneficio los movimientos sociales, recrearse en la cosmética, opacar sus propias herramientas de transparencia, valorar el talento interno en función del amor a los líderes y, en pocas palabras, haber traicionado por completo todas y cada una de las aspiraciones del 15-M.

Disidencia en la izquierda

Siempre me ha fascinado la tendencia de los movimientos de izquierdas a la intransigencia interna, y es un asunto sobre el que llevo pensando unos cuantos años mientras tropiezo con experiencias increíbles. Por ejemplo, desde hace tiempo doy un cursito en universidades y librerías sobre la disidencia, uno de mis temas fetiche. Trato de reflexionar con los alumnos sobre qué es el verdadero disidente, de buscar las trampas, de delatar las disidencias de conveniencia y el vicio de la contradicción. Les presento una nómina de disidentes auténticos (Camus, Bulgákov, Orwell) para describir lo complicada que resulta esta postura en tiempos de polarización.

Foto: Ramón Espinar.

En este pequeño seminario, les cuento que el disidente no suele encontrar refugio en ningún equipo y termina expulsado de todas partes bajo la máxima marxista (por Groucho) de que jamás será miembro de un club donde le acepten. Pues bien: siempre me encuentro con la misma reacción por parte de los asistentes más izquierdistas a esas charlas. Siempre se ponen en guardia, y más todavía cuando son muy jóvenes. Delato en esa hostilidad un pensamiento colectivista. Una noción del disidente como un traidor al bien superior.

Esta impresión mía de campo se replica en los partidos de izquierdas con tanta frecuencia que el catálogo de etiquetas se hace infinito: trotskista, menchevique, contrarrevolucionario, burgués, cosmopolita... Palabras responsables de aparatosas purgas de quema interna, a menudo promovidas por la paranoia de un líder y la docilidad de su cámara, pero también por pequeñas desviaciones en la doctrina teórica. Cierto que la disidencia interna nunca ha gustado a los grupos cohesionados, pero la alergia de los movimientos de izquierdas es tan intensa que recuerda los procesos de herejía.

Foto: El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE) Opinión
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Los Monty Python fueron hábiles cuando en su caricatura unieron religión y ardor revolucionario en 'La vida de Brian' con la escena de repudio del Frente Popular de Judea al resto de partidos casi indistinguibles. Pienso que hay una especie de fervor religioso en las izquierdas, en la línea de lo descubierto por George Steiner, y que una doctrina ideológica y un amor trascendental a la figura de los líderes ocupan el puesto de la ortodoxia religiosa y la figura de Dios.

Cuervo ingenuo hablar con lengua de serpiente

El galanteo de los líderes de Podemos con el peronismo, sonrojante para cualquiera que no conserve en este momento la afiliación, es la prueba de que psicológicamente Irene Montero y Pablo Iglesias están ya situados en un trono imaginario. Después de haber purgado a las tribus rivales, que a veces tenían el hacha preparada pero otras simplemente querían aportar su energía a un proyecto común, la deriva del partido les arrastra a convertirse en una secta cada vez más pequeña y marginada. Una diminuta taifa sin espacio para desarrollarse ni energía para anexionar territorios nuevos.

Foto: La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en un mitin en Ferrol. (EFE)

Resulta enternecedor ver cómo se defienden atacando, cómo entonan un mea culpa vacío justo antes de perseverar en su estrategia de fuego externo, cómo son incapaces de abandonar el esquema de 'el mundo contra nosotros' pese a todas las pruebas de que han alejado de sí a lo mejor que tenían y se han atrincherado en el culto a la personalidad. Y esto, que ha pasado tantas veces en grupos de izquierdas, es particularmente fascinante si pensamos en Podemos, porque todo ha ocurrido a cámara rápida.

En cuestión de seis años, mi generación ha revivido la experiencia de la de nuestros padres que Javier Krahe inmortalizó en su 'Cuervo ingenuo'. Yo solo me pregunto si algún día habrá en España un partido de izquierdas capaz de salvar el culo a los que viven peor que yo sin autodestruirse en cuestión de días por la maldición de la disidencia.

Muchos frentes para la autocrítica tiene abiertos Unidas Podemos. Nacieron como una formación horizontal y de la gente y ahora son verticales y de 'su' gente; hicieron campaña contra la casta para terminar repartiendo sillas y purgando disidentes; prometieron luchar contra el nepotismo que practican sin complejos; diseñaron un plan territorial de confluencias y han terminado devorados por las izquierdas nacionalistas; iban a escuchar a su militancia y han logrado tener una militancia que dice sí a cualquier idea de sus líderes; se propusieron salvar la prensa de los tentáculos del capital y han montado 'La Última Hora'; exigieron limitar los mandatos y no sorprendería ni a los meteorólogos que los hijos de Iglesias y Montero heredasen la tierra quemada.

Irene Montero