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Pablo Iglesias siempre fue tertuliano
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Juan Soto Ivars

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Pablo Iglesias siempre fue tertuliano

Aparecerá para darles la vuelta a los medios de comunicación de masas. Repetirá que los grandes grupos de comunicación son una mafia, y lo dirá desde los micrófonos del Grupo Godó

Foto: Pablo Iglesias en un acto de Unidas Podemos en mayo. (EFE)
Pablo Iglesias en un acto de Unidas Podemos en mayo. (EFE)
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El único tertuliano peligroso es el que se mete a político y llega a las instituciones. Es un escenario de distopía difícil de imaginar, pero figuraos por ejemplo a Eduardo Inda en el Ministerio de Interior. O a Gabriel Rufián en la Generalitat. O a Pablo Iglesias en Vicepresidencia. ¡Espantoso! Los tertulianos somos demagogos profesionales, sofistas a sueldo. Por eso el lugar de esta raza mercenaria es la tele y la radio: un coto cerrado en el que pueden exhibir su demagogia ante un público sediento de propaganda a cambio de un dinero que les mantiene alejados del poder real; un foco que basta para satisfacerles el ego de tener razón. El tertuliano arregla el mundo en la tertulia, pero jamás aceptaría una responsabilidad real.

Escoged a cualquiera de los sabelotodos de 'La Sexta Noche', de Ana Rosa, de 'Espejo Público' (yo he participado en los tres y sé de lo que hablo) y ofrecedles, qué sé yo, un puesto en el Gobierno. De primeras dirán que sí, aparecerán ante las cámaras y jurarán que ahora vamos a ver un país mejor, pero a las dos semanas se aburrirán de sus responsabilidades, abandonarán la oficina y se dejarán ver por las redes sociales con salidas de tono. Atraerán sobre sí los focos y las polémicas, se harán las víctimas y jurarán que existe una conspiración. Incapaces de mantenerse dentro de un despacho, trabajando en segundo plano, querrán figurar.

Foto: Pablo Iglesias durante su intervención en un curso de la UCM. (Twitter)

Imaginad que Pablo Iglesias hubiera pasado de las tertulias a la política real. Sé que es difícil, pero echadle un poco de fantasía. Como entrevistador, siempre fue bárbaro, fino y sugerente; como presentador de un programa de actualidad política, tenía la dosis justa de provocación y seriedad; como tertuliano en Intereconomía y La Sexta, empezó a ir de mal en peor, se hizo productivo en la tarea de darle la vuelta a la verdad para meterla en la cintura de la propaganda, espigador de consignas, “no me interrumpas a mí porque yo no te he interrumpido”. ¿Y si de ahí hubiera saltado a la política real? ¿Y si Pablo Iglesias hubiera colgado los guantes de tertulia para meterse, yo qué sé, en el Congreso de los Diputados?

En los medios de comunicación, juró que todo cambiaría cuando el ruido de las plazas del 15-M se convirtiera en una opción política. ¿Y si hubiera sido verdad? ¿Y si se hubiera presentado a las elecciones europeas jurando que desde allí iban a plantar cara a la Troika? ¿Y si se hubiera presentado a las generales? ¿Y si hubiera prometido que un pacto de gobierno con él sería el lenitivo para España? ¿Y si hubiera estado en la oposición? ¿Y si hubiera llegado al Gobierno y se hubiese largado después a las autonómicas, y como viera que nada cambiaba, se hubiera retirado? ¿Y si hubiera concedido una exclusiva a Pedro Vallín para decirnos que se cortaba la coleta?

En los medios, juró que todo cambiaría cuando el ruido de las plazas del 15-M se convirtiera en una opción política. ¿Y si hubiera sido verdad?

Es difícil de calibrar el daño que un tertuliano de estas características podría hacer recorriendo un camino como este. El tertuliano es bueno en la tele y la radio, este es su lugar. Por fortuna, rara vez un tertuliano se propone llegar más alto. Su lugar es la tertulia, lo mismo que el lugar del labrador es el bancal. Ahora dicen que oiremos a Pablo Iglesias ante los micrófonos de RAC1. ¡Es estupendo! ¡Es un buen sitio! Desde allí podrá decir que nunca estuvo donde la gente creía que estaba, que jamás se acercó al poder real. Aparecerá en las ondas para darles la vuelta a los medios de comunicación de masas. Repetirá que los grandes grupos de comunicación son una mafia, y lo dirá desde los micrófonos del Grupo Godó. ¡Lo mismo da!

Pablo Iglesias, fino entrevistador, conversador tramposo, buen profesor de ciencia política, provocador de cafetería, escritor frustrado —según me cuentan—, en verdad nunca ha dejado la tertulia. Combatió al poder desde el poder, plantó cara a la oligarquía desde la oligarquía, y trajo aire fresco al panorama mediático después de vegetar un tiempo muy largo en el aire estancado. En la universidad, tenía una carrera prometedora, pero hay sitios donde el nepotismo está más a la mano. Ahora dirá que dice la verdad donde él mismo dice que todos mienten. Desde los micrófonos de Barcelona pedirá un Gobierno progresista, porque él nunca estuvo en un Gobierno progresista. Combatirá el fascismo porque nunca fracasó ante el fascismo. Arreglará el mundo desde un salón.

Que es donde todo tiene siempre solución. Os lo digo yo.

El único tertuliano peligroso es el que se mete a político y llega a las instituciones. Es un escenario de distopía difícil de imaginar, pero figuraos por ejemplo a Eduardo Inda en el Ministerio de Interior. O a Gabriel Rufián en la Generalitat. O a Pablo Iglesias en Vicepresidencia. ¡Espantoso! Los tertulianos somos demagogos profesionales, sofistas a sueldo. Por eso el lugar de esta raza mercenaria es la tele y la radio: un coto cerrado en el que pueden exhibir su demagogia ante un público sediento de propaganda a cambio de un dinero que les mantiene alejados del poder real; un foco que basta para satisfacerles el ego de tener razón. El tertuliano arregla el mundo en la tertulia, pero jamás aceptaría una responsabilidad real.

Gabriel Rufián