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Lo que el Barroco enseña al PSOE sobre el intento de abolir la prostitución
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Juan Soto Ivars

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Lo que el Barroco enseña al PSOE sobre el intento de abolir la prostitución

Supongo que un mundo ideal no existiría la prostitución, pero en ese mundo ideal también encontrarían sexo todos los hombres con los que nadie se quiere acostar

Foto: 'The Procuress' de Dirck van Baburen.
'The Procuress' de Dirck van Baburen.
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La idea del PSOE de abolir la prostitución es bienintencionada y boba. No se puede abolir el vicio. Las opciones son hacerlo clandestino, como la droga, o regularlo. Tampoco se puede erradicar la pobreza con una ley ni poner fin al arte contemporáneo con un decreto: las limitaciones de los gobiernos, benditas sean. Al respecto del puterío, la Historia es una escuela generosa, ojalá nuestros gobernantes asistieran a clase. Los intentos de abolir la prostitución son tan viejos como esta.

Allá donde lo ha intentado un gobierno cargado de moral hasta las cejas, ha logrado que las condiciones de vida de las prostitutas empeorasen. Alfredo Urdaci ha recogido en un libro muy reciente los testimonios de un montón de prostitutas españolas e inmigrantes: basta leerlo para constatar que muchas eligen ese trabajo porque otros más acomodados a la moral están, vaya inmoralidad, mucho peor pagados. De ahí que en Francia, donde el modelo es abolicionista, muy pocas hayan recurrido en los últimos años a las oficinas que les ofrecen otras salidas laborales.

Supongo que un mundo ideal no existiría la prostitución, pero en ese mundo ideal también encontrarían sexo todos los hombres con los que nadie se quiere acostar. Dicho de otra forma, solo sería posible abolir la prostitución, convirtiendo el "sí" de las mujeres en una cuestión pública y filantrópica, dado que de lo contrario, habiendo hombres sin amor, siempre tendréis mujeres dispuestas a cobrar dinero. No es un asunto moral, ni patriarcal: es una cuestión simple de oferta y demanda.

De todas formas me parece más interesante examinar la historia, como decía. Otros gobiernos antes que el PSOE trataron de abolir la prostitución y contaban con armas más poderosas que las de un gobierno democrático. En el Barroco, la abolición se intentó con todas las fuerzas de la monarquía y la inquisición. Normal que lo intentasen, porque el país era de un putiferio espectacular.

Foto: La diputada Andrea Fernández y la ministra de Igualdad, Ana Redondo. (Europa Press/Eduardo Parra)

El francés Brunel, refiriéndose a Madrid de aquellos tiempos, dijo que "hay aquí cuatro fiestas o procesiones fuera de la ciudad, que son otras tantas exhibiciones de prostitutas. (...) No hay ciudad en el mundo donde se vean más meretrices a todas horas del día. Las calles y los paseos están llenos. Van con velos negros, y los repliegan sobre el rostro, no dejando sino un ojo al descubierto. Hablan de modo atrevido a la gente, mostrándose tan impúdicas como disolutas".

En tiempos de Felipe II, Madrid y otras ciudades españolas como Sevilla, Barcelona o Valencia hervían de burdeles y el negocio era tan popular que recibía infinidad de nombres. A los puticlubs se les llamaba mancebías, berreaderos, cambios, cercos, campos de pinos, cortos, dehesas, guantes, manflas, manflotas, mesones de las ofensas, montes, montañas, pías y vulgos.

Foto: El portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López, en el hemiciclo. (EFE/Mariscal)

Respecto a las prostitutas, las había por gremios. Se llamaba manceba a la que vivía con un señor como falsa esposa a cambio de dinero y joyas; cortesana a la asalariada con disimulo y cierta categoría; ramera, cantonera o buscona a las putas de calle o de mancebía, y en la germanía se las tildaba con nombres tan variopintos e imaginativos como cisne concejil, iza, urgamandera, coima, gaya, maraña, pelota, penuria, tributo, moza de partido, sirena de respingón o niña del agarre.

Recojo todos estos nombres como evidencia: la riqueza del idioma germina allí donde hay necesidad de buscar eufemismos para las cosas de las que todo el mundo habla con disimulo, es decir, para aquellas actividades humanas que no pasan el filtro de la moral y deben enmascararse. Con la Inquisición a pleno rendimiento y una monarquía que se enterraba en monasterios, es fácil imaginar el motivo de las máscaras. Sin embargo, el negocio estaba pujante, como demuestra el idioma.

Según Bonnecase, había entonces en la Corte 300.000 prostitutas, lo que es difícil de creer pero, según parece, se debe a una divertida confusión producto de un curioso fenómeno de contagio indumentario: resulta que las vestimentas de las prostitutas, que iban variando con las modas, se copiaban por parte de las grandes señoras que deseaban verse a sí mismas guapas y atractivas, de forma que era fácil confundir, en aquel Madrid, a una prostituta con una gran señora.

Como hoy, se produjo entonces un debate entre los abolicionistas y los regulacionistas. José Deleito y Piñuela ha descrito los intentos de los sucesivos monarcas españoles y de la inquisición por acabar para siempre con el vil trabajo y también la posición contraria, encarnada por el padre Zarza, que advertía al rey de que todo intento por erradicar ese trabajo fracasaría en su objetivo y haría peor la vida de esas mujeres.

Foto: Carmen Calvo, Isabel Rodríguez, Andrea Fernández, Ana Redondo, Francina Armengol y Pilar Alegría, en la última manifestación del 25-N. (Europa Press/Jesús Hellín)

Basándose en los textos de los Santos Padres y también en razones políticas y pragmáticas, elevó Zarza este dictamen al rey: "Que en su conciencia las mancebías públicas, vigiladas con cuidado por el gobierno y sujetas a ciertas reglas, eran útiles a la buena moral, a la salud pública y al bienestar del reino, y así que veía mayores males en su prohibición que los que producían las casas mancebías".

Fue desterrado por estas opiniones y Felipe IV decretó el 4 de febrero de 1623 el cierre de todos los burdeles. Prueba de su nulo éxito es que volvió a decretarlo otra vez en 1632, momento en que impuso gravísimas penas para putas y puteros, y también para chulos y "colaboradoras". Pero, como explica Deleito, "no obstante tales radicalismos y amenazas, y la reiteración de órdenes posteriores, la prostitución siguió desenfrenadamente en Madrid, como en el resto de España".

Así lo reconocía el Rey en los últimos tiempos de su reinado. Los pronósticos del padre Zarza se cumplieron y, al prohibirse los burdeles públicos, surgieron los clandestinos, con riesgos mayores, y la prostitución siguió en creciente aumento.

Bien. Vuelvo ahora al libro de Alfredo Urdaci y a nuestro tiempo. En sus páginas, las prostitutas entrevistadas hablan del miedo que les da la política abolicionista. Informan de que prefieren trabajar en prostíbulos en lugar de hacerlo en pisos, puesto que en los locales de alterne cuentan con protección y en sus casas estarían, a menudo, a expensas de cualquier clase de bruto o pervertido.

¿Es preferible para todo el mundo deslomarse fregando suelos por mucho menos dinero o cambiando pañales a ancianos seniles?

Las prostitutas, según estos testimonios, temen la clandestinidad, porque la seguridad es uno de los elementos que más valoran en su trabajo. Pero ¿es un trabajo? Según la opinión abolicionista, no lo es, puesto que nadie que tuviera otra opción elegiría acostarse con gente sin deseo. Sin embargo, ¿alguien elegiría la mina, el asfaltado de carreteras o cualquier otro de los trabajos insufribles que hay?

¿Es preferible para todo el mundo deslomarse fregando suelos por mucho menos dinero o cambiando pañales a ancianos seniles? No es una pregunta que haga yo, sino que la hacen trabajadoras entrevistadas por Urdaci, a las que el abolicionismo redentor parece negarse a prestar oídos.

Pero, si no las escuchan a ellas, quizás puedan oír el testimonio de la historia. Todo intento por abolir la prostitución ha empobrecido la existencia de esas personas que, de forma incomprensible para muchos, se dedican a un trabajo que siempre ha estado ahí.

La idea del PSOE de abolir la prostitución es bienintencionada y boba. No se puede abolir el vicio. Las opciones son hacerlo clandestino, como la droga, o regularlo. Tampoco se puede erradicar la pobreza con una ley ni poner fin al arte contemporáneo con un decreto: las limitaciones de los gobiernos, benditas sean. Al respecto del puterío, la Historia es una escuela generosa, ojalá nuestros gobernantes asistieran a clase. Los intentos de abolir la prostitución son tan viejos como esta.

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