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Juan José Cercadillo

Feria de San Isidro

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Se eligen trajes claros y oscuros, como claroscuras temporadas, trajes chillones como algunas andanadas, trajes puros y sencillos como los buenos toreros, trajes granas, vino tinto, corintio...

Foto: El diestro Curro Díaz da un pase a su primer toro durante el decimoquinto festejo de la Feria de San Isidro. (EFE)
El diestro Curro Díaz da un pase a su primer toro durante el decimoquinto festejo de la Feria de San Isidro. (EFE)

Plaza de toros de Las Ventas, martes 22 de mayo de 2018.

15ª de feria. Tres cuartos de plaza en tarde primaveral y fresca, con rastros del agua de ayer que dejó algo embarrado el suelo, pero donde se ha podido torear gracias a un magnífico drenaje.

Cinco toros, tres de ellos cinqueños, de El Ventorrillo, y uno de Valdefresno lidiado en quinto lugar, de entre 523 y 570 kilos. Algo desigual la corrida dentro de una presentación aceptable en general, serios en cualquier caso pero de muy, muy pobre juego en general. Mejor el quinto de Valdefresno, que se apagó muy pronto en la muleta.

Curro Díaz, de azul celeste y oro con remates blancos. Silencio y silencio.

Morenito de Aranda, de grana y oro. Silencio y silencio.

David Mora, de lila y oro. Vuelta al ruedo y silencio.

Se lesionó Jose Antonio Carretero en el tercio de banderillas en el cuarto.

Los toreros gastan tiempo en vestir y no precisamente por presumidos, o sí. Tardan mucho en elegir un buen vestido, sobre todo para Madrid. Es un ritual bien concebido en el que, dependiendo del carácter, pueden participar la novia o el mozo de espadas, algún banderillero de confianza y las más de las veces el propio sastre. Gastan tiempo en vestir y gastan dinero, que los trajes a medida, con bordados, alamares, con cabos y con chalecos, son un conjunto de pequeñas obras de arte que adaptar a finos cuerpos convirtiendo en otra piel sedas e hilos de oro, y los pocos buenos sastres que aún nos quedan por ahí hacen valer bien sus artes. Es un mundo el del vestido, tanto cuando te lo haces como cuando tienes que elegir esa segunda piel que te acompañe la tarde en que te juegas la vida, en especial en Madrid. Focos de revistas taurinas, cámaras de Movistar, chicas que van divinas solo a verte torear... Compañeros que escudriñan hasta el más leve de los pliegues, aficionados añejos que valoran aún el rito... Son muchas las razones para vestir bien de torero, sobre todo en Madrid, donde te juegas el puesto, donde te juegas la vida y donde vas a echar el resto.

Y se eligen trajes claros y oscuros, como claroscuras temporadas, trajes chillones como algunas andanadas, trajes puros y sencillos como los buenos toreros, trajes granas, vino tinto, corintio y burdeos con los que espantar hemorragias... Cada uno tiene sus gustos y los pone precavido al servicio del destino, sometido a la superstición de qué toro le hizo hilo o le pegó una cornada...

Y ahí llegamos al lila y oro del torero David Mora. Porque volvía a Madrid de nuevo para encontrarse con esa némesis que le supone anunciarse con El Ventorrillo a un torero que a la puerta de toriles fue a presentar sus ganas hace no tantos años y uno, hermano de estos, le arrancó de una cornada la femoral y la safena, la poplítea y la ilíaca. Tal destrozo le hizo uno del Ventorrillo que puso la vida de Mora al borde de un precipicio. Un lance que uno no olvida a quien le debe la causa, e imagino a David, anunciado en San Isidro precisamente con el ganado que casi le quita la vida, sufriendo aún más de la cuenta en la elección del vestido.

Algunos toreros que quieren quitarse del todo fantasmas a veces hasta se ponen el vestidito de marras. El que llevaban puesto en la fatídica tarde, el que les han remendado como les han remendado la carne. Y eso, que roza ya el reto, se convierte en un evento casi de renacimiento, de resurrección torera y de expulsión de los miedos.

No eligió el mismo David de aquella fatídica tarde y optó por un lila y oro, precioso, con sus remates, con sus machos y chalecos, con su bordados y alamares. Pero hoy quería imaginar al torero, al apoderado, al sastre, al banderillero y a la novia si existiera, decidiendo hace unos días con qué color afrontar semejante cuesta arriba. El reto de torear en Madrid hermanos de tu asesino, que asesino pudo ser aunque quedara en intento, y no por su falta de tino sino por el equipo médico.

placeholder El diestro David Mora da un pase a su primer toro durante el decimoquinto festejo de la Feria de San Isidro. (EFE)
El diestro David Mora da un pase a su primer toro durante el decimoquinto festejo de la Feria de San Isidro. (EFE)

Un trago para el torero, para el sastre, el apoderado y la novia, y también para ese mozo que era hoy tan de vestidos como lo es siempre de espadas. La emoción se nos notaba a flor de la piel de verdad de aquellos que recordábamos esa tarde de hace cuatro años, y se podía suponer a la flor lila de la segunda piel de Mora, que lucía orgulloso y decidido con ese vestido precioso y bien ajustado al final del paseíllo. La sensibilidad de algunos arrancó leves aplausos que crecieron sobre todo al acabar David la faena del primero con un soberbio espadazo. Muy bien con el castaño ajustándose en los pases y alargando la embestida de un mal toro de esa banda de asesinos y de esa sucesión de embestidas, casi intentos de homicidio... Perdón por la contundencia, quizás un poco exagerada. Pero es que ha sido muy mala. La corrida hoy de El Ventorrillo, mala hoy para el ganadero y nula para los toreros, que pusieron todas sus ganas y muslos, toda su técnica y el pecho. Toros sin ninguna intención de colaborar con el torero, ni de rememorar embistiendo los éxitos de antecesores de prestigio que siempre tuvo El Ventorrillo, que todos aún recordamos y que deben reconfortar y animar hoy al ganadero a mantener el esfuerzo de que vuelvan por sus fueros.

Nada que hacer Curro Díaz, nada que sacar Morenito, una tarde en que, en vestir, acción crucial del toreo, vino con uve y separada, por desgracia, de todo éxito.

Plaza de toros de Las Ventas, martes 22 de mayo de 2018.