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Juan José Cercadillo

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La exigente bravura de los serios y voluminosos toros de la ganadería de El Pilar se impuso sobre la terna que hizo el paseíllo en la feria de San Isidro

Foto: Gonzalo Caballero sufre una cogida en Las Ventas. (EFE)
Gonzalo Caballero sufre una cogida en Las Ventas. (EFE)

Plaza de toros de Las Ventas, martes, 21 de mayo de 2019.

8ª de feria. Más de media plaza en tarde agradable para el público, pero con un viento molesto para los toreros.

Seis toros de El Pilar, procedencia Domecq, serios todos pero con desigual de presentación; algún toro bajito y bien hecho y otros altos y con mucho hueso, quinto y sexto siendo muy distintos fueron aplaudidos de salida. Duros y con complicaciones en general, con genio y más peligro del que aparentaron, pero con cierta movilidad y transmisión, dieron importancia a todo lo que les hicieron los toreros.

Juan del Álamo, de barquillo y oro, vuelta tras petición, aviso y silencio y silencio en el sexto, que mató en lugar de Gonzalo Caballero.

José Garrido, de catafalco y oro, silencio y silencio tras aviso.

Gonzalo Caballero, de burdeos y oro, resultó dramáticamente cogido en su primero al entrar a matar. El parte médico del doctor Máximo García Leirado describía una herida por asta de toro en la cara externa del tercio medio del muslo izquierdo con una trayectoria ascendente de 25 cm con gran destrozo muscular afectando a vasto externo e isquiotibiales y alcanzando el fémur e isquión, contusionando el nervio ciático. Es intervenido en la plaza y trasladado al Hospital La Fraternidad. Pronóstico grave.

Los toros dan cornadas, los toreros las reciben. Y recibidas como gajes del oficio, finalmente las tienen. Un torero tiene cornadas. Es algo material que posee y que a veces guarda entre sus más preciadas posesiones, como conquistas parciales de su destino de triunfos. Los toreros, bordando el eufemismo, dicen que son medallas. Medallas enterradas bajo la piel, bien profundas y claramente marcadas en el mapa de su cuerpo con socavones, badenes, con cruces de hilo y pliegues de grapas cicatrizadas que responden al nombre de algún toro o a las coordenadas de alguna fecha o de una plaza. Gonzalo guarda ya muchas medallas para lo joven de su piel y lo incipiente de sus andanzas. Pocas tardes sin heridas, pocos toros sin cornadas en esa criminal estadística de los toreros valientes que compensan con entrega la falta de actuaciones. Mucho dolor, mucha sangre, mucho hospital y camilla. Muchas tardes de curarse y muchas veces repetida la fatídica voltereta que te ha obligado a postrarte. Y también suerte, qué caramba, de poder reflexionarlo, de poder también curarse, de poder, en fin, contarlo.

placeholder El diestro Juan del Álamo sufre una cogida en Las Ventas. (EFE)
El diestro Juan del Álamo sufre una cogida en Las Ventas. (EFE)

Porque los toros, amigos, nacen con sus cornadas y, al revés de los toreros, ellos son más bien de darlas. Y algunos no llevan ninguna ni en su mente ni en sus armas, pero otros, misterios de tauromaquia, llevan varias en su cara. Y los toros de hoy de El Pilar llevaban varias decenas dentro, aunque solo entregaron una al torero Caballero. Para dar y tomar llevaban cornadas los angelitos, grandes, altos, brutos, serios, entregados a su oficio. Con esas miradas que asustan aunque miren sonriendo. Toros con genio y poder que escondían intenciones de hacer daño y de querer entregar admoniciones. Porque admonición es hacer ver algo mal e invitarte amablemente a corregirlo, y eso con sus embestidas, con vencerse y revolverse convencieron, muy amables, a toreros y cuadrillas de mejorar cada cite. Y corrigió Gonzalo los cites y la distancia con la muleta y sobrevivió al reto airoso, hasta que cuadró al toro y se volcó en el intento de amarrar matando un triunfo que merecía del todo.

Y tal fue la entrega en el cruce y tal la determinación de matarlo que el toro ni aun intentándolo pudiera haber evitado toparse con sus pitones en el muslo de Gonzalo. Hirió Medicino certero el muslo, digamos, contrario. El izquierdo lo destrozó con su pitón derecho, lo que da idea del cruce fatídico: a topa carnero, que decían los antiguos. Salió herido y rebotado a varios metros del suelo y quedó el pobre doblado al impactar con el suelo. Inerte y desmadejado ese pedazo de torero, en brazos de banderilleros, mozo espadas y apoderado llegó hasta esa enfermería que solo sabe hacer milagros. Impactados nos quedamos del topetazo, la herida, el vuelo y la brutal caída. Remató el toro Juan del Álamo y no salió la cuadrilla a recoger un aplauso. No sé si porque ya no estaban o porque el público es un asco. Me dolió mucho ese lance, por otro torero al hule y por otra herida importante: la de la gente insensible que no premió ni la sangre.

placeholder El diestro José Garrido, en Las Ventas. (EFE)
El diestro José Garrido, en Las Ventas. (EFE)

Cornadas llevaba el primero en lo alto de sus lomos y a sus lomos se echó a Juan para entregarle la herida. Se escapó de milagro a cambio de un golpe seco en el ruedo que bien pudo asesinarlo. Pudo rehacerse un poco y acabar con cuatro toros, dar muy buenas las verónicas, cuajar largos derechazos, exponerse con la izquierda y adornarse con decoro. Falló algo con la espada y eso sabemos todos que es casi otra cornada mortal al premio de los tendidos. La oreja no podía ser, pero pitar la vuelta al ruedo es para hacérselo ver aunque te creas entendido.

Firme Garrido con sus toros, con más oficio en el escape, lidió bien mientras duraron sus embestidas fugaces. Pudo con el genio y lo bronco hasta alargar las faenas un tanto de más, coincidimos todos, lo que enfrió al respetable.

Tarde dura de ver en Las Ventas al ver toreros heridos, tarde que durará en la memoria como muestra de la esencia de una fiesta que no es broma.

Plaza de toros de Las Ventas, martes, 21 de mayo de 2019.

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