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¿Tienen sentido los 'smartwatches' tal y como se plantean?
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Alfredo Pascual

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¿Tienen sentido los 'smartwatches' tal y como se plantean?

Probados los nuevos relojes inteligentes: seguramente los dispositivos tengan una gran navidad, quizá muchas, pero no será ésta.

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Arranco reconociendo un error: hace poco más de un mes abriamos Teknautas asegurando que los smartwatches estaban llamados a arrasar estas navidades, dando por hecho que se incrustarían en nuestro día a día hasta hacerse imprescindibles como lo hicieran las tablets y los móviles. Pese a que sigo creyendo en las posibilidades de estos dispositivos, tras probar los nuevos relojes inteligentes de Samsung (Galaxy Gear) y Sony (Smartwatch 2) estoy convencido de que la revolución de la muñeca tendrá que posponerse. Esto no ha hecho más que empezar.

La razón está implícita en el mismo estreno del producto. Lo sacas de su caja, lo enciendes, te asombras con su pantalla, lo sincronizas con el teléfono, haces un par de fotos y... el castillo de cristal se desmorona de una pedrada. De súbito te encuentras con un armatoste en la muñeca que apenas sirve para mostrar las notificaciones del teléfono. Ni tan siquiera se pueden contestar. En realidad, tal y como se ha planteado, su único objeto consiste en evitar que el usuario saque el móvil del bolsillo, por la molestia y por ahorrar batería, dicen.

En el mejor de los escenarios, un reloj inteligente podría hacer lo mismo que un teléfono, solo que un poco peor. Un poco más lento, un poco más difícil de manejar y un poco más pequeño para leer

Pero esto no es exactamente así. Los beneficios en batería se neutralizan debido a la necesidad de estar conectado permanentemente -via bluetooth- con el smartphone. Bien es cierto que las últimas versiones del protocolo han reducido notablemente su consumo de energía con respecto a sus predecesores, pero también lo es que lastra al usuario con otro dispositivo que cargar todas las noches. Además, y me baso en experiencia propia, sigue siendo necesario sacar el móvil para -casi- cualquier interacción; de verdad, algo chasca en el proceso lógico cuando recibes un correo electrónico y no tienes posibilidad de contestarlo.

En líneas generales, los smartwatches actuales presentan tres problemas:

- Batería. Si preguntas a tu alrededor comprobarás que a nadie le gusta cargar el smartphone cada día o mendigar en las cafeterías por unos minutos de enchufe. Solo lo hacen porque no tienen -tenemos- remedio; sin teléfono no hay nada. ¿Es posible colar en la agenda de carga de dispositivos del usuario, ya completa con tablets, readers y iPods, otro nuevo aparato? Solo si es indispensable, lo que me lleva al siguiente punto.

- Utilidad. ¿En qué mejoran los actuales smartwatches la vida del usuario? En el mejor de los escenarios, un reloj inteligente podría hacer lo mismo que un teléfono, solo que un poco peor. Un poco más lento, un poco más difícil de manejar y un poco más pequeño para leer. Digo que sería el mejor de los escenarios porque actualmente ningún reloj puede suplir al móvil. En primera instancia porque están concebidos para funcionar con su cordón umbilical y, por tanto, no cuentan con 3G, wifi o lector de tarjeta SIM.

Y en segundo lugar porque no hay en el mercado un modelo redondo: el Smartwatch 2 de Sony es elegante, sencillo de manejar y cuenta con una batería que resiste hasta cuatro días. Por contra no puede recibir llamadas ni hacer fotografías, que son dos de las caracteristicas que más llaman la atención del usuario. Galaxy Gear, por su parte, monta un procesador más rápido y ejerce como teléfono y cámara, pero tiene una batería ridícula (25 horas), demasiado precio y un diseño que grita: "¡Ocio! ¡Ocio! ¡No me lleves al trabajo!"

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Otra barrera artificial que se interpone entre el usuario y el boom de los relojes inteligentes es la compatibilidad. Y es que en este apartado los grandes fabricantes se han quedado tan anchos: ni Smartwatch 2 ni Galaxy Gear funcionan, por ejemplo, con iPhone. El de Samsung va un paso más allá limitando su relación a la gama Galaxy de la compañía, será por aquello de las venéreas. De modo que los usuarios de iOS, Windows Phone, Firefox OS o Blackberry, que representan en torno al 25%, quedan excluidos de la primera oleada.

En la integración han avanzado más pequeños proyectos de smartwatch, algunos tan lúcidos como Peeble, que se estrellan como mosquitos en el parabrisas de las majors del hardware. Una curiosa situación en la que están, pero no se les espera, no hasta que vengan de la mano de un fabricante de garantías.

En conclusión, el smartwatch que se está planteando no quiere ser el smartphone, sino su socio. Básicamente uno que no se depega de su espalda y se dedica a duplicarle las funciones. No, no es el socio perfecto. Tampoco es barato.

- Precio. Los 300 euros que Samsung cobra por el Galaxy Gear parecen excesivos para un complemento (es más de lo que cuesta la mayoría de sus móviles). Sony se acerca más con el precio del Smartwatch 2 (190 euros), si bien es cierto que su producto es más humilde en cuanto a prestaciones. 

¿Tienen sentido todo esto?

Llegados a este punto surge la pregunta: ¿Van por la senda correcta los fabricantes de smartwatches? ¿Realmente estamos dispuestos a gastar hasta 300 euros por una segunda pantalla del teléfono?

Llegados a este punto surge la pregunta: ¿Van por la senda correcta los fabricantes de smartwatches? ¿Realmente estamos dispuestos a gastar hasta 300 euros por una segunda pantalla del teléfono?

Tengo la sensación de que en el caso evolutivo de los relojes inteligentes, el órgano ha precedido a la función. En un futuro alternativo el smartwatch tendría todas las ventajas de un móvil y se presentaría como una eficaz alternativa fuera de las horas del trabajo. Llegar a casa, apagar el teléfono, responder las llamadas desde la muñeca. Añadiríamos a esto un sensor biométrico tipo pulsómetro, un GPS para los deportistas y un sistema de voz eficiente para cerrar una oferta interesante. Ese futuro alternativo tendría la pega de ser también cíclico. Los relojes costarían más, gastarían más batería y, para colmo, nos calentarían la muñeca de lo lindo. De momento, y sirve como muestra de la confianza de las tecnológicas con este mercado, nos tendremos que conformar con la versión light del smartwatch.

Y es que, al final de todo, el cáncer del reloj inteligente es que no es más listo que el teléfono y nunca lo será. Aunque solo sea por la dificultad de replicar la potencía técnica de un smartphone en tres pulgadas, o por la comodidad de uso, es un juego en el que el reloj no puede ganar.  

Si no hay cambios de conceptuales, el smartwatch está condenado a medir su utilidad en segundos, concretamente los que demora un usuario en sacarse el móvil del bolsillo. Aún me queda esperanza: la historia de la tecnología está repleta de situaciones en las que el mundo no acogió una idea hasta que alguien la desarrolló con brillantez, que señaló  un camino que siempre había estado allí y nadie vimos. Recientes están los episodios de la Apple pre Cook con el iPod, el iPhone y el iPad, de Google con los buscadores o de Amazon con los ereaders. A ver si hay suerte y alguien le da la vuelta a esto.

Arranco reconociendo un error: hace poco más de un mes abriamos Teknautas asegurando que los smartwatches estaban llamados a arrasar estas navidades, dando por hecho que se incrustarían en nuestro día a día hasta hacerse imprescindibles como lo hicieran las tablets y los móviles. Pese a que sigo creyendo en las posibilidades de estos dispositivos, tras probar los nuevos relojes inteligentes de Samsung (Galaxy Gear) y Sony (Smartwatch 2) estoy convencido de que la revolución de la muñeca tendrá que posponerse. Esto no ha hecho más que empezar.

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