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Es tarde para tropezar con Windows 8
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Alfredo Pascual

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Es tarde para tropezar con Windows 8

Windows 8 va camino del desgüace. El sistema no ha terminado de funcionar en el mercado y Microsoft ya trabaja con la vista puesta en una nueva versión

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Los sistemas operativos son como el metro en las grandes ciudades: cuando nadie habla de ellos es porque funcionan bien. Y lo cierto es que de Windows 8 estamos hablando demasiado. Yo he decidido saltármelo, pasar del 7 al 9, y les quiero explicar por qué.

La primera vez que vi Windows 8 en funcionamiento salí preocupado. Fue en una presentación con prensa especializada, y vi a demasiados compañeros, duchos en la cosa tecnológica, moverse erráticos en el entorno visual Metro. Ya saben, les hablo de ese sistema de cuadritos de colores que se ideó para hacerle la vida un poco más sencilla al control táctil e increíblemente más complicada a los demás. A ninguno nos convenció en la toma de contacto, pero no quise sacar conclusiones porque algunas de las mejores ideas, como Twitter o Napster, también nos parecieron complejas en primera instancia.

Después el sistema operativo comenzó a llegar al mercado. En la redacción fue recibido con bufidos de impotencia, algo inédito en un redactor al que le cambian su vieja máquina por un equipo nuevo. "No podemos hacerle nada, ya no venden ordenadores con Windows 7", era la cantinela que repetían desde el departamento técnico. Aún hoy, los trabajadores evitan en la medida de lo posbible ocupar ordenadores con Windows 8 cuando su puesto no está operativo.

Por último, les contaré el episodio que me hizo desinstalar un sistema operativo por el que pagué 160 euros. Fue hace unas semanas, coincidiendo con la visita a casa de un amigo, ingeniero en Indra y desarrollador de alguna app popular. Mientras comíamos, mi amigo recibió una llamada de su jefe; debía terminar un trabajo y enviar un archivo a la mayor brevedad. Me pidió un ordenador y yo le ofrecí dos: un portátil i5 de última generación en el que instalé Windows 8 y un EeePC de hace cuatro años con 512 kb. de RAM y una versión capada de Linux. Le advertí, antes de escoger, que con el último corría el riesgo de envejecer ante la pantalla si abría algo más que Word. Se decantó por el primero, se lo traje y le dejé solo en el salón.

A los diez minutos apareció por mi habitación, angustiado, pidiéndome el otro. "No me gusta Windows 8", dijo. Fue en ese momento que me di cuenta de que a mí tampoco, y que tenía ese ordenador abandonado por su culpa. Reparé en que que solo lo mantenía instalado por el gran desembolso económico, a la espera de que los lanzamientos de software me forzasen a abandonar Windows 7, el sistema que tengo en mi portátil de cabecera. Pero ese momento no ha llegado, ni va a llegar. Windows 9 está a vuelta de la esquina y todo indica que la historia pondrá a la octava versión al nivel de Vista.

Rechazo generalizado

Más allá de estas percepciones personales, que sirven para argumentar una postura y su contraria, las cifras siguen tercamente enfrentadas a Windows 8. Hace un par de meses les contaba que su ritmo de implementación era lento, demasiado, en relación al camino que tenía por recorrer. Y lo sigue siendo: la versión 8.1 crece en este tramo un 2%, una cifra que no es mala per se (hablaríamos de un 24% en el interanual), de no ser porque el viejo Windows 7 se anota un 2,7%.

Con todo, la comparación, dolorosa por directa, es menos lacerante que la pintó Tim Cook, CEO de Apple, en la última keynote. Allí, con dos sencillos gráficos de tarta, le sacó los colores a Redmond, demostrando que su Mavericks había sido capaz de capturar el seis meses la mitad del mercado, mientras que Windows 8, en casi dos años, no alcanza el 15%. La diferencia entre porcentajes se mide en confianza: la que el usuario muestra en que el nuevo sistema mejore al actual. El usuario de Apple siempre la ha tenido y el de Windows la está perdiendo.

Es curiosa la paradoja de Microsoft. Por un lado domina rotundamente el sector de los sistemas oeprativos de sobremesa con un 92%, lejísimos de Apple (4,15%) y Linux, con solo el 1,62%. Pero tres cuartas partes corresponden a Windows XP (25%) y a Windows 7 (50,7%), dos sistemas cuya rentabilidad ya vivió sus mejores días. Lo peor es que la jugada de matar XP para favorecer a la nueva versión no está funcionando como esperaban, y gran parte de la migración se está moviendo a Windows 7. Tampoco le ayuda el descenso en las ventas de ordenadores, que caen por segundo año consecutivo. Si el interés del consumidor por las tabletas es o no pasajero es uno de los mayores dilemas del sector.

Mientras Microsoft pone parches con actualizaciones de la versión 8, ya ha comenzado a fltrar los detalles de Windows 9. El cambio de guardia está en las últimas fases. Al parecer se centrará en arreglar los despropósitos de la versión acutal, especialmente en materia de usabilidad. Cuenten también con un papel determinante para Cortana, el asistente por voz. Apple, Microsoft y sobre todo Google están empeñados en que le hablemos al ordenador, de modo que vayan buscándole un nombre simpático. Sea como fuere, ya es tarde para tropezar con Windows 8.

Los sistemas operativos son como el metro en las grandes ciudades: cuando nadie habla de ellos es porque funcionan bien. Y lo cierto es que de Windows 8 estamos hablando demasiado. Yo he decidido saltármelo, pasar del 7 al 9, y les quiero explicar por qué.

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