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¿Por qué lo llaman "amor" cuando quieren decir "euforia más instinto"?
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José A. Pérez

No me creas

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¿Por qué lo llaman "amor" cuando quieren decir "euforia más instinto"?

Ya estamos en primavera, la época del amor. La llegada del calor favorece la secreción de hormonas y nuestro cerebro hace el resto. Muy poco poético

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Ya está aquí la primavera y, con ella, ya se sabe, el polen y el amor surcan el aire. Decía Azcona que solo un bohemio o un anarquista se moriría en estos meses donde todo florece, la estación históricamente asociada al más noble sentimiento de todos, ese que (dicen) mueve el mundo y posibilita que nuestra especie se perpetúe.

¿Y qué tiene que decir la ciencia sobre el amor? ¡Nada!, clamarán algunos. El amor es un sentimiento demasiado puro para ser descuartizado por sádicos de batas blancas, un misterio inexplicable, ajeno a la razón.

Pero la verdad es que la ciencia tiene mucho que decir al respecto. Lo primero, y obvio, es que el amor no se halla en el corazón, por más que se nos acelere, sino en el cerebro. Lo que no parece tan claro es dónde exactamente. Un estudio de la Universidad de Londres, realizado en el año 2000, sostiene que existen dos áreas implicadas: una región de la ínsula asociada con el instinto, y una del córtex del cíngulo anterior asociada con sentimientos de euforia. Euforia más instinto, eso parece encajar. Al menos, los primeros meses de relación.

En 2012, un estudio de la Universidad de Concordia (Canadá) demostraba que el amor estimula una zona llamada núcleo estriado, que es también la responsable de otras sensaciones con menos encanto como la adicción a las drogas.

Oxitocina

La palabra clave, en cualquier caso, parece ser oxitocina. La llamada "molécula del amor". Se sabe que esta hormona genera excitación sexual (al menos en ratas) y que aumenta la confianza y la generosidad. También tiene relación con la monogamia. Un estudio alemán del año pasado indicaba que los sujetos con altos índices de oxitocina se sienten más atraídos hacia sus parejas que el resto.

Euforia más instinto, eso parece encajar con el amor. Al menos, los primeros meses de relación

¿Y qué hay de las famosas feromonas?, te preguntarás. Bueno, lo cierto es que, hasta el momento, nadie ha demostrado que los humanos secretemos esta sustancia. Lo cual no es óbice para que el mito haya calado hasta los huesos de la cultura popular. Una prueba de ello son las fiestas de las feromonas, de las que me entero por este artículo de BBC que, al parecer, llevan década y media de moda en los sitios más in del planeta.

La idea fue de Judith Prays, una joven artista estadounidense, convencida de que (a) los humanos desprendemos feromonas y (b) pueden ser un buen plan para un sábado noche. Ella organizó la primera Pheromone Party en Brooklyn, allá por 2010, y el éxito fue tal que ya se celebran por medio mundo.

El funcionamiento es sencillo. Duermes tres noches con una misma camiseta (de algodón, dicen en su web) y luego vas a una de estas fiestas con la prenda metida en una bolsa de cierre hermético. Allí, los invitados huelen todas las camisetas, en busca de ese perfume natural que le acelere el corazón. Luego echas un ojo a la gente que ha valorado positivamente tu olor y, si alguno te gusta, pues, en fin, tú sabrás hasta dónde quieres llegar.

No está documentado que estas fiestas hayan creado emparejamientos felices y fieles, así que parece improbable que Judith Prays gane un Nobel. Si, de todos modos, decides acudir a una de estas Pheromone Parties y la oxitocina hace su trabajo, lo más recomendable es que olvides completamente este artículo. Para ciertas cosas, me temo, la poesía sigue siendo mucho más útil que la biología.

Ya está aquí la primavera y, con ella, ya se sabe, el polen y el amor surcan el aire. Decía Azcona que solo un bohemio o un anarquista se moriría en estos meses donde todo florece, la estación históricamente asociada al más noble sentimiento de todos, ese que (dicen) mueve el mundo y posibilita que nuestra especie se perpetúe.

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