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Ahora me ves, ahora no me ves: ¿Es posible ser invisible gracias a la tecnología?
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Jordi Pereyra

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Ahora me ves, ahora no me ves: ¿Es posible ser invisible gracias a la tecnología?

Permanecer oculto a los ojos de los demás es un sueño sólo al alcance de Harry Potter y Frodo Bolsón. ¿Lo es? Las nuevas tecnologías acercan cada vez más este futuro

Foto: Imagen de la película 'Harry Potter y la piedra filosofal'
Imagen de la película 'Harry Potter y la piedra filosofal'

Los seres humanos soñamos desde hace milenios con poder volvernos invisibles cuando nos venga en gana. Cada uno tendrá sus motivos pero, por muy actuales que parezcan la famosa capa de invisibilidad de Harry Potter o el Anillo Único de El Señor de los Anillos, los griegos ya fantaseaban con la idea de pasearse ante las narices de los demás sin ser vistos hace más de 2.000 años. En 'La República', Platón dejó escrita la leyenda del anillo de Giges, la historia de un pastor que encuentra un anillo de oro en una cueva y descubre que puede volverse invisible a su voluntad mientras lo lleva puesto. El pastor utiliza el poder que le concede este anillo para matar al rey y apoderarse de su reino.

Algunos soñadores han intentado convertir este anillo en realidad y hoy en día estamos más cerca de lograrlo, gracias a que tenemos la ventaja de conocer mucho mejor la naturaleza de la luz. Aunque, comparado con otros proyectos como convertir el plomo en oro, algo que hoy puede hacerse en los aceleradores de partículas, la invisibilidad aún queda bastante lejos de nuestro alcance.

A día de hoy, a lo máximo que puede aspirar el mortal medio para convencer a sus amigos de que se ha vuelto invisible es a utilizar algún truco ingenioso. En la configuración adecuada, un sistema de espejos puede producir la ilusión de que lo que sea que se encuentra en su camino ha desaparecido, como se puede ver en el siguiente vídeo, al que le acompaña su explicación:

Esto no es lo que nos pasa por la cabeza cuando pensamos en un dispositivo de invisibilidad que nos pueda ser útil. Querríamos un aparato portátil que nos volviera indetectables al ojo humano en cualquier situación, sin necesidad de tener que cargar con un armatoste desmontable allá adónde vayamos.

Y eso es más complicado… aunque tenemos un precedente interesante.

En el mundo militar, existen aviones a los que mucha gente llama “bombarderos invisibles”. Estos vehículos no tienen nada de invisible para nuestros ojos, pero sí que son indetectables para los radares, que escanean el cielo emitiendo ondas de radio: cuando las ondas inciden contra algún objeto, rebotan contra su superficie y vuelven hasta el radar, que es capaz de calcular a qué distancia se encuentra el posible enemigo midiendo cuánto tiempo han tardado las ondas de radio que ha emitido en regresar hasta él.

Los 'aviones invisibles' no pueden ser detectados por los radares porque su fuselaje está diseñado para que las ondas de radio que inciden sobre su superficie no reboten de nuevo en dirección al radar. Al no recibir ninguna señal de vuelta, el radar interpreta esta ausencia de respuesta como señal de que no hay ningún peligro a la vista.

Los 'aviones invisibles' no pueden ser detectados porque las ondas de radio que inciden sobre su superficie no rebotan en dirección al radar

Pero el ojo humano no funciona como un radar porque, como habréis notado, no vamos por ahí emitiendo luz visible por las pupilas para analizar nuestro entorno. Construir un dispositivo que nos vuelva invisibles ante los ojos de los demás es más complicado.

Cuando vamos por la calle, la luz atraviesa nuestras pupilas desde todas las direcciones y la imagen de nuestro entorno queda proyectada en nuestras retinas. O sea, que si en nuestro campo de visión hubiera un objeto que desvía o absorbe toda la luz que incide sobre él, impidiendo que llegue hasta nuestros ojos, no desaparecería de nuestra vista como si ahí no hubiera nada. De hecho, lo que veríamos sería una silueta completamente negra. Aunque esto borraría por completo los detalles superficiales del objeto, podemos estar de acuerdo en que no sería invisible.

Para hacer que algo se vuelva invisible a la vista no basta con evitar que toda la luz que incide sobre él llegue rebote hasta nosotros: hay que conseguir que a la persona que lo observa le dé la impresión de que la luz que está incidiendo sobre el objeto está siguiendo su camino original, como si no hubiera nada en medio.

Y hay dos maneras de conseguir este objetivo.

Por un lado, se puede cubrir el objeto con algún tipo de material que desvíe la luz que incide sobre él para que salga por el extremo opuesto, como si el objeto no hubiera estado ahí en un primer momento. Suena a ciencia-ficción, pero se está avanzando poco a poco en este campo: el año pasado, un grupo de investigadores chinos ocupó muchos titulares por haber conseguido fabricar, literalmente, una “capa de invisibilidad”.

El invento es una lámina de 80 nanómetros de grosor que tiene una base de fluoruro de magnesio, un material transparente a una gran cantidad de longitudes de onda (o colores, que es lo mismo) recubierto de millones de diminutas “antenas” de oro que desvían la luz que incide sobre ellas. La idea suena muy atractiva pero, lamentablemente, por el momento esta tecnología no sólo está limitada a cubrir objetos microscópicos sino que, además, la “capa de invisibilidad” sólo afecta a la luz que tiene una longitud de onda de unos 730 nanómetros [PDF], lo que equivale a la luz de color rojo muy oscuro.

Esto significa que, si te metieras en un traje hecho de este material, la gente no te vería desaparecer por completo: más bien te convertirías en una silueta negra sobre la que aparecería proyectado el paisaje que tuvieras detrás con un tono rojizo muy débil. Es por eso que, como sus propios autores admiten, su trabajo es sólo una demostración de que, en principio, la tecnología es posible.

Lo otra opción que nos podría volver invisibles no requiere manipular los rayos de luz para engañar a los ojos. En su lugar, se trata de proyectar sobre la superficie de un objeto un entorno “simulado” que imite de manera muy precisa el paisaje que tiene a su alrededor.

A esta otra técnica se le llama camuflaje activo y su uso se está estudiando en mayor medida en el ámbito militar porque sería una herramienta muy útil en un entorno en el que los detalles del paisaje cambian constantemente, como puede ser una ciudad.

Debería ser posible construir un traje cubierto de células pigmentadas o LEDs que cambiara de color de manera constante

Igual que ocurre con las ilusiones hechas con espejos, esta tecnología necesita aparatos externos que analicen el entorno y proyecten la imagen sobre el objeto o la persona que se quiere “invisibilizar” para conseguir resultados mínimamente aceptables, así que de momento es demasiado aparatosa como para que tenga una utilidad real.

Hoy en día aún es muy difícil pero, en teoría, a largo plazo debería ser posible construir un traje cubierto de células pigmentadas o LEDs que cambiara de color de manera constante a partir de la señal recibida por una o más cámaras que tuviera incorporadas… Que viene a ser lo mismo que algunos cefalópodos llevan haciendo desde hace millones de años:

Nos queda mucho por aprender en este campo pero, teniendo en cuenta que la evolución ha tardado millones de años en dotar a algunas especies con el poder de la invisibilidad, tampoco lo estamos haciendo tan mal.

Los seres humanos soñamos desde hace milenios con poder volvernos invisibles cuando nos venga en gana. Cada uno tendrá sus motivos pero, por muy actuales que parezcan la famosa capa de invisibilidad de Harry Potter o el Anillo Único de El Señor de los Anillos, los griegos ya fantaseaban con la idea de pasearse ante las narices de los demás sin ser vistos hace más de 2.000 años. En 'La República', Platón dejó escrita la leyenda del anillo de Giges, la historia de un pastor que encuentra un anillo de oro en una cueva y descubre que puede volverse invisible a su voluntad mientras lo lleva puesto. El pastor utiliza el poder que le concede este anillo para matar al rey y apoderarse de su reino.

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