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Alejandro Laso

V Doble

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Víctimas del canon

¿Recuerda cuándo fue la última vez que alquiló una película? Probablemente en estos momentos estará haciendo un complejo ejercicio de memoria para hallar la respuesta. Si

¿Recuerda cuándo fue la última vez que alquiló una película? Probablemente en estos momentos estará haciendo un complejo ejercicio de memoria para hallar la respuesta. Si se para a pensar cuántos videoclubs siguen abiertos en su barrio, la pregunta se convierte en un reto mucho mayor.

Y es que el uso generalizado de Internet se está comiendo año tras año a este sector. La herida la abrió la llegada del P2P con programas como eMule, Torrent o Ares;  ahora las descargas directas se han convertido en el método más utilizado para consumir cine. La facilidad que tienen los usuarios para descargar títulos a través de la Red ha hecho que la cultura cinematográfica en nuestro país aumente al mismo nivel que lo hace la piratería. En el año 2010 el 77,1% de las películas que se visualizaron se consumieron de forma ilegal. ¿Cultura libre o un atentado para la industria videográfica?

El sector del videoclub es uno de los más castigados por la piratería en España. Los últimos seis años han sido criminales para esta industria. De los 8.000 establecimientos de este tipo que había en España en el 2005, hoy tan sólo sobreviven 2.000. En el año 2005 se realizaban 150 millones de alquileres al año en España lo que se traducía en una facturación de unos 300 millones de euros. Ahora la cifra se ha reducido drásticamente a los 40 millones de alquileres, y sus ventas están no llegan a los 100 millones, un 73% menos.

La piratería está acabando con esta industria que todavía hoy se siente indefensa. Carlos Grande, gerente de Asociación Nacional de Empresarios Mayoristas del Sector Videográfico (Anemsevi), asegura que les es imposible intentar competir con portales como películasyonkis: “La película de Torrente 4 podrá comprarse o alquilarse dentro de tres meses como muy pronto. Mientras tanto, miles de personas la habrán descargado o visualizado de forma gratuita a través de Internet. No es que nuestro sector no se ha adaptado a las nuevas tecnologías, sino que no que se están dando unas circunstancias en las que nos es imposible poder competir”.

Pero si  el P2P y la piratería abrió la herida de esta industria, el canon digital ha provocado su desangre. La aplicación de esta tasa a los dispositivos y soportes digitales ha provocado un malestar social que se ha traducido en el ‘puedo descargarlo porque ya lo he pagado’, lo que está afectando directamente al sector videográfico: “El debate sobre canon digital y la SGAE han contaminado nuestro sector y lo estamos acusando. Si alguien se compra un coche que alcance los 200km/h eso no le da derecho a ir a esa velocidad. La gente nos ha metido en el mismo saco cuando nosotros también tenemos que pagar canon”.

Ahora los usuarios ven cómo la barra libre de cultura que se está viviendo gracias a las descargas directas, se verá alterada por la Ley Sinde. Una normativa que llega con retraso y con un defecto en sus contenidos ya que pretende ser un ancla en vez de una oportunidad de futuro. Los políticos todavía no han asumido que Internet se va a ir comiendo una a una todas las industrias y que la solución no pasa por legislar en contra de la sociedad obligándola a anclarse en un pasado condenado a morir, sino pensar soluciones de futuro y ser los artífices de ese cambio.

La entrada en vigor de la Ley de Economía Sostenible no erradicará la piratería, será un parche más. Internet es una era de cambio y ahora hay que trabajar en alternativas novedosas que convenzan a industria y a usuarios.

En el caso de los videoclubs, la generalización del uso de Internet ha provocado que ir a una tienda a alquilar una película parezca algo del pasado. La quiebra de Blockbuster es un dato más de que el sector está condenado a evolucionar hacia Internet o morir. Alternativas como Netflix, por la que se paga una tarifa plana para ver en streamming todas las películas de un catálogo, parece que serán las que se impondrán a nivel mundial y se convertirán en un servicio al que suscribiría todo hijo de vecino.

Mientras que la industria videográfica entienda que Internet supone un cambio y a la espera de que terminen de decidir cómo repartirse el pastel de este nuevo negocio, los usuarios continuarán esperando 45 segundos a que empiece su descarga.

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¿Recuerda cuándo fue la última vez que alquiló una película? Probablemente en estos momentos estará haciendo un complejo ejercicio de memoria para hallar la respuesta. Si se para a pensar cuántos videoclubs siguen abiertos en su barrio, la pregunta se convierte en un reto mucho mayor.