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Almodóvar resurge de sus cenizas para honrar a ‘Celda 211’
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Almodóvar resurge de sus cenizas para honrar a ‘Celda 211’

En un intento desesperado por suplir cierta ausencia de discurso, llenó ayer el gremio del cine español su función de fin de curso con varias citas célebres

Foto: Almodóvar resurge de sus cenizas para honrar a ‘Celda 211’
Almodóvar resurge de sus cenizas para honrar a ‘Celda 211’

En un intento desesperado por suplir cierta ausencia de discurso, llenó ayer el gremio del cine español su función de fin de curso con varias citas célebres de los que han sido sin duda sus más insignes representantes a lo largo de la historia, tales como Luis Buñuel, Fernando Fernán Gómez o Rafael Azcona. Sin embargo, es una máxima ajena a esa industria, o quizá no tanto, la que resume la relación de la Academia con su cita anual con las masas televisivas de esa España con la que mantiene una relación tan tormentosa: “Hay que luchar y seguir luchando aunque sólo sea previsible la derrota”.

En la filosofía comunista de Mao Tse-Tung estaba probablemente la clave. Derrota tras derrota, la gala de los Goya, habitualmente una mala copia de la feria crepuscular que montan cada año por estas fechas los primos yanquis del celuloide, se ha ido haciendo fuerte. Y ayer, por fin, tras veintitrés ofensivas, la mayor parte de ellas fallidas, tras veintitrés noches ininterrumpidas de hastío y sopor, la industria se reivindicó a sí misma como pocas veces lo había hecho antes.

Lo hizo gracias a un maestro de ceremonias, Andreu Buenafuente, que sería capaz de levantar con su sola presencia el espectáculo más lánguido e intrascendente del mundo. Y lo hizo también, y sobre todo, gracias al buen hacer de un buen señor, sir Alex de la Iglesia, al que sus compañeros de profesión deben estar haciendo la ola todavía a estas horas. Se presentó este caballero andante con ínfulas quijotescas, algo pasado de vueltas, sí, pero honesto y coherente en sus pretensiones, para atizar con su cetro de mando a todos los yoístas de esa empresa ruinosa que gestiona –de eso hablaba su discurso, de humildad- y con la intención de callar todas las bocas de quienes mencionan con lastimosa asiduidad el nombre de la Academia en vano, que son muchos y mal avenidos.

Un 'conejo' venido de La Mancha

Después de llenar la gala de un humor gamberro que se agradece, de dotar a esa retahíla infumable de candidaturas y discursos latosos de un ritmo medianamente solvente y de añadir al divertimento algún detalle grandilocuente de devoción cinéfila, la misma que destilan sus obras, De la Iglesia se sacó un conejo de la chistera que tenía un parecido razonable con Pedro Almodóvar, quien apareció por sorpresa a última hora de la noche para salvar definitivamente la gala.

Vino el señor Almodóvar desde las tinieblas a ungir de honores y laureles a Celda 211 (consulte el palmarés), coronada ayer con todo merecimiento como mejor película del año, y a dar una lección de modestia -que, por cierto, no le sobra- a un auditorio que primero enmudeció, perplejo ante la presencia del fantasma, para después ponerse en pie y reconocer así, unánimemente, el gesto reconciliador de un señor tiroteado hasta el escarnio y la humillación pública por sus propios compañeros. La farsa tuvo su efecto. El cine es un poco eso: un buen final siempre salva una película mediocre.

Almodóvar fue ayer el gran triunfador de los Goya (vea su discurso), a pesar de que sus compañeros volvieron a dar la espalda a una de sus criaturas, Los abrazos rotos, una película fallida e imperfecta, en la que, sin embargo, hay quizá mejor cine que en la mayoría de las cintas que anoche se llevaron el gato al agua. Entre las afortunadas, destacaron fundamentalmente dos: Celda 211 -ocho premios- y Ágora -siete-. Pero eso ya se sabía desde hace alrededor de cuatro meses, de ahí que el presidente de la Academia echara mano de su chistera, sabedor de que la previsibilidad habitual de estos premios es sin duda el camino más corto hacia el fracaso.

'El baile de la victoria'... de 'Celda 211'

Alejandro Amenábar y Daniel Monzón -en la imagen- se hicieron entre ambos con quince 'cabezones' de Goya para mayor gloria de una empresa productora, Telecinco Cinema, que invierte en este negocio no por iniciativa propia sino por obligación. Ese desde luego es el mayor drama que ha filmado nuestro cine el año pasado. El segundo, Celda 211, se llevó a casa los premios de Mejor Película, Director (Daniel Monzón), Guión Adaptado, Actor Protagonista (LuisTosar), Actor revelación (Alberto Ammánn), Actriz secundaria (Marta Etura), Montaje y Sonido. No es habitual que una academia demasiado acostumbrada a enaltecer los dramas sociales de alto contenido voltaico –tradúzcase aquí el potencial eléctrico como potencial reivindicativo-, premie una película de género como ésta. Y ese también es un paso hacia adelante, de esos que hacen añicos ciertos prejuicios.

A pesar de sus siete galardones, en realidad, Ágora fue –junto a El baile de la victoria, en cuyo título nada profético se hallaba implícita su penitencia- la gran derrotada de la noche y probablemente también del año. Su mastodóntico tonelaje presupuestario y sus problemas de distribución allende nuestras fronteras han dejado realmente tocadas las arcas de Vasile y cía. Sus honores ayer, dejando de lado el Goya al Mejor Guión Original, entregado a Amenábar como si de un premio de consolación se tratara, fueron los de un grupo de técnicos de origen foráneo que convirtieron la primera hora de la gala en una Torre de Babel de trasfondo pesimista, desde cuyos rosetones se oteaba la debilidad de una industria que tiene que salir a buscar fuera cierto talento que aún le falta en casa.

No obstante, ayer las luces vencieron a las sombras en su perenne dicotomía. Hubo algún premio justo pero decididamente incompresible, como el que se otorgó a una intérprete con cuarenta años cumplidos y ocho películas a sus espaldas, Soledad Villamil, como ¿Mejor Actriz Revelación?, por El secreto de sus ojos. Hubo también alguna que otra sorpresa que ayudó a sobrellevar la inevitable sensación de saberse el guión de la gala sin haberlo leído previamente: Raúl Arévalo (Gordos) y la ya citada Marta Etura (Celda 211) no estaban en muchas quinielas, pero salieron anoche del Palacio Municipal de Congresos de Madrid premiados como mejores actores de reparto. También hubo algún premio para el debate: ¿Es Lola Dueñas la mejor intérprete femenina del año? Pero sobre todo hubo espectáculo, en una gala a la que le sienta bien el directo y la ausencia de publicidad. Impagable la aparición estelar de Rosa María Sardá. Malo, bueno, regular. Hubo espectáculo. El que fue capaz de ofrecer una industria que se supone vive de él, pero que lo suele trabajar bastante poco.

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En un intento desesperado por suplir cierta ausencia de discurso, llenó ayer el gremio del cine español su función de fin de curso con varias citas célebres de los que han sido sin duda sus más insignes representantes a lo largo de la historia, tales como Luis Buñuel, Fernando Fernán Gómez o Rafael Azcona. Sin embargo, es una máxima ajena a esa industria, o quizá no tanto, la que resume la relación de la Academia con su cita anual con las masas televisivas de esa España con la que mantiene una relación tan tormentosa: “Hay que luchar y seguir luchando aunque sólo sea previsible la derrota”.

Andreu Buenafuente Luis Tosar