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Aquí yace Hermann Terstch
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Nacho Gay

Carta de Ajuste

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Aquí yace Hermann Terstch

Es realmente genial ese plano cenital de Volver, la película de Pedro Almodóvar, en el que un grupo de mujeres enlutadas hasta las cejas camina por las calles

Foto: Aquí yace Hermann Terstch
Aquí yace Hermann Terstch

Es realmente genial ese plano cenital de Volver, la película de Pedro Almodóvar, en el que un grupo de mujeres enlutadas hasta las cejas camina por las calles de un pueblo de la Mancha llorando el cuerpo sin vida de la gran Chus Lampreave. Ayer, al conocer la noticia de la muerte catódica de Hermann Terstch, supongo que por eso que Aristóteles dio en llamar asociación de ideas –las mías son habitualmente absurdas-,  me imaginé a un grupo de plañideras llorando falsamente a las puertas de Telemadrid, alentadas por un funcionario de la Comunidad.

Ha muerto Hermann Terstch, pero sólo un poco, como todos los grandes, que nunca se van del todo. De momento vislumbraremos el espectro del periodista en algunos de las tertulias-aquelarre que emite la autonómica madrileña, bajo la batuta paranormal de Curri Valenzuela o Ernesto Sáenz de Buruaga, periodistas que han hecho de lo anodino todo una arte. El octavo, creo. Y le veremos también, le pudimos ver ayer, de hecho, en el minuto de oro del Diario de la noche que abandona, pero no abandona, sentando cátedra al filo de la madrugada, ante la atenta mirada de su sustituta en la dirección, la mujer impertérrita, Ana Samboal.

Sin ver ese reestreno de Hermann El Grande –probablemente lo vio muy poca gente-, me atrevería a apostar a que les puedo hacer un abstract fiable de su análisis en profundidad de la actualidad informativa: Sí, Zapatero sigue teniendo la culpa de todo. También, por cierto, de que a Terstch le dieran una paliza a la puerta de un antro madrileño a altas horas de la madrugada. Nada tuvieron que ver en aquel episodio diseñado por el mismísimo Wyoming, desde luego, los peces de hielo y demás metáforas progres de las canciones de Joaquín Sabina.

Cambiar... ¿para que todos siga igual?

No parece Samboal tampoco una periodista dada a la mesura -¿qué es eso?-. Tiene pinta más bien de dominatrix republicana. Pero su llegada como mesías de una nueva era del desfasado Diario ha de ser recibida como la buena nueva que en realidad no es. Como poco le deberían montar a esta buena dama un obelisco que hiciera juego con la antena parabólica de Telemadrid por haber aguantado con estoicismo durante los últimos tres años de su vida el ser la señora para todo de un triunvirato de periodistas endiosados hasta la médula, Yanke-Dragó-Terstch, que han convertido la franja de emisión de su dichoso informativo de autor -contradicción in terminis- en una tierra sin dios. Bueno, con un dios de derechas.

Lo verdaderamente dramático de todo esto, al margen de para qué lado calce cada cual, que es muy doño de hacerlo y de enorgullecerse de ello, es la peligrosa senda por la que camina Telemadrid, cadena que sufragan todos los madrileños: los de izquierdas, los de derechas y los que están hasta el moño de esta dialéctica insufrible heredera de no sé qué traumas freudianos de guerra y postguerra. Agradezco enormemente a sus programadores ese esfuerzo por emitir en ocasiones lo imposible. He visto al menos diez películas de Alfred Hitchcock en este canal. Telecinco no ha emitido una sola en veinte años de errática existencia. También he visto otras muchas grandes obras del cine en aquel glorioso Megahit, que cada día, por cierto, lo es un poco menos. Pero si la redención de Telemadrid, que suprimió de su programación todos los espacios de cuore hace unos años, pasaba por llenar los huecos con semejante fauna, entonces me quedo con la Esteban.

Oremos de todos modos hoy por el alma en pena del señor Terstch, que descansa desde ayer en ese cementerio de elefantes con pluma estilográfica, junto a otros ilustres opinadores del reino como el señor Gabilondo. Será que corren malos tiempos para los opinadores. Será.  

Es realmente genial ese plano cenital de Volver, la película de Pedro Almodóvar, en el que un grupo de mujeres enlutadas hasta las cejas camina por las calles de un pueblo de la Mancha llorando el cuerpo sin vida de la gran Chus Lampreave. Ayer, al conocer la noticia de la muerte catódica de Hermann Terstch, supongo que por eso que Aristóteles dio en llamar asociación de ideas –las mías son habitualmente absurdas-,  me imaginé a un grupo de plañideras llorando falsamente a las puertas de Telemadrid, alentadas por un funcionario de la Comunidad.

Iñaki Gabilondo Fernando Sánchez Dragó