Es noticia
El trauma de tirar los VHS
  1. Televisión
  2. La hija del Acomodador
María José S. Mayo

La hija del Acomodador

Por
María José S. Mayo

El trauma de tirar los VHS

Como habrán podido comprobar a lo largo de estas semanas, mi padre en cuestión de cine vive en el pasado. Y claro, así me luce el

Foto: El trauma de tirar los VHS
El trauma de tirar los VHS

Como habrán podido comprobar a lo largo de estas semanas, mi padre en cuestión de cine vive en el pasado. Y claro, así me luce el pelo a mí. Todo el día pendiente de los clásicos que salen en DVD más que de lo que se va estrenando en los cines. Se me ponen los dientes largos con todo lo que se va editando. Cosas que ni estaban en vídeo se pueden encontrar enriquecidas con extras a cual más impactante: que si cuatro documentales, dos de la BBC, uno de Godard y otro de Bodganovich, sobre el director; que si audio comentarios del quinto ayudante; incluso entrevistas con su ex mujer o con el que le llevaba los cafés. En fin que esto es un sin vivir para todo cinéfilo de pro, que ve mermado considerablemente su bolsillo.

 

Encima ahora, cuando todavía no me he desecho de mis VHS grabados, esos que con tanto cariño etiqueté con numeritos y todo por aquello de llevar un orden, ahora tengo que comprarme los Blu-Ray. Me niego como los discos: en redondo. Me he decidido a quedarme con el DVD y espero que a todos los locos del nuevo formato les pase como les ocurrió a los que los listos del Laser Disc: que se los tengan que comer con patatas (aunque me temo que no va a ir por ahí la cosa en esta ocasión).

 

Seguro que les sucedió a muchos. Con la llegada del DVD, algunos de esos vídeos de sus películas favoritas que habían comprado con tanto cariño y que les costaron un riñón, fueron finalmente adquiridos en el nuevo formato. Cuando todavía me alegraba un año después de un lote de diez películas que me tocó en un sorteo -y que incluía joyitas como El guateque, Eva al desnudo, La ley del silencio y Lawrence de Arabia- ya tenía que empezar a jubilar el reproductor.

 

Lo cierto es que esos aparatos no tenían más que achaques. Los cabezales se le ensuciaban más que a un niño las manos y sufrían especialmente cuando les introducíamos alguna cinta adquirida en algún videoclub, esos lugares que casi parecen haber desaparecido de la faz de la tierra. Los reproductores renqueaban rebobinando las cintas que algunos socios un tanto indeseables nunca rebobinaban, y además, no había duda, las escenas que más gustaban, normalmente muy picantonas, estaban un tanto cascadas. Te alquilabas Amarcord y fallaba la escena de la estanquera, y en Excalibur no terminabas de saber si la concepción de Arturo era por acción humana o divina. En fin, un auténtico desastre.

 

El otro día tiré una remesa de treinta vídeos de mis películas mejor grabadas (las de SP, que en LP se veían peor) aprovechando que el Ayuntamiento recogía los trastos por mi barrio. No tardó ni cinco segundos en pasar la típica avanzadilla de chatarreros y se hizo con ellos sin que pudiera terminar de despedirme de ellos. Un trauma, porque ya saben que todo cinéfilo suele sufrir el síndrome de Diógenes, y no duda en acumular películas, afiches o recortes. Lo que cuesta desprenderse de esas cosas no tiene nombre.

 

Pero esta vez lo tengo claro. Que no espere nadie en mi portal: ahora colecciono mis películas en DVD y solo en ese formato. No me pienso deshacer de ellos. Lo juro por Orson Welles.

Como habrán podido comprobar a lo largo de estas semanas, mi padre en cuestión de cine vive en el pasado. Y claro, así me luce el pelo a mí. Todo el día pendiente de los clásicos que salen en DVD más que de lo que se va estrenando en los cines. Se me ponen los dientes largos con todo lo que se va editando. Cosas que ni estaban en vídeo se pueden encontrar enriquecidas con extras a cual más impactante: que si cuatro documentales, dos de la BBC, uno de Godard y otro de Bodganovich, sobre el director; que si audio comentarios del quinto ayudante; incluso entrevistas con su ex mujer o con el que le llevaba los cafés. En fin que esto es un sin vivir para todo cinéfilo de pro, que ve mermado considerablemente su bolsillo.