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De cómo Auschwitz nos clavó en la butaca
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María José S. Mayo

La hija del Acomodador

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María José S. Mayo

De cómo Auschwitz nos clavó en la butaca

En una de esas noches de insomnio encontré por casualidad en la denostada segunda cadena una de esas películas que te preguntas qué hicieron para merecer

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De cómo Auschwitz nos clavó en la butaca

En una de esas noches de insomnio encontré por casualidad en la denostada segunda cadena una de esas películas que te preguntas qué hicieron para merecer tan inclemente horario. Era Shoah, un monumental documento sobre el Holocausto judío en el que todo son entrevistas entrelazadas que el propio director, Claude Lanzmann, realiza al más variado abanico de personas, testigos directos o no del horror. Trabajadores del ferrocarril, campesinos polacos cercanos al campo de Auschwitz que no dudan en afirmar que hacían el gesto de cortar el cuello a los judíos que pasaban en los abarrotados vagones, o un peluquero que recuerda cómo cortó al pelo a tantas y tantas personas que iban directas a la muerte.

 

Me acordaba del impacto que me causó cuando hace unos días se celebraba el 65 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Más aún cuando recuerdo las sensaciones que me provocó la visita que realicé al lugar hace unos años. Hubo una especialmente aterradora: cuando miré hacía el agujero que había en el techo de uno de los barracones y me dijeron que era por ahí por donde vertían los productos químicos para gasear a los prisioneros. No era solo que los datos reales fuesen espeluznantes, es que el cine se había encargado de llenarnos de sensaciones terroríficas tratadas con mayor o menor cuidado, llegando en algunos casos a la estetización de sus horrores. 

Y es que hay que reconocer que en una gran parte de sus ejemplos se cargaron las tintas en exceso y se jugó con la empatía que provocaba el drama en el espectador, escondiendo el poco talento que había para contar las cosas. Recuerdo las terribles sensaciones de ver El triunfo del espíritu, con William Dafoe; o La zona gris, muy irregular visión de aquellos que se encargaban de los crematorios del famoso campo. Y, claro, qué difícil poner objeciones cuando se te responde que la película es así porque es lo que sucedió en realidad. El dichoso asunto del “basado en hechos reales”. Me dan ganas de decir: "revisa Shoah, que no saca nada de la época, y verás lo que es de verdad la realidad".

La vida es bella, un tanto ñoña, demostró cómo la sonrisa podía ser la mejor vía para comprender lo que sucedía, la irracionalidad de los hechos. También, El tren de la vida o Jacob el mentiroso. Pero fue el maestro Spielberg el que revitalizó el que casi se puede ver como un género, gracias a ese blanco y negro glorioso, a su agilidad y destreza contando las cosas; eso sí, sin dejar de perder la costumbre de sus últimos años de fastidiarlo todo al final con un toque lacrimógeno que no hace falta. “Podía haber vendido este anillo, podía haber salvado a más”, dice Schindler y da al traste con toda la agilidad del relato. Pero aparte de estos problemas, se le debe reconocer al rey Midas del cine la capacidad de asentar la memoria audiovisual del holocausto judío a base de jugar con ella.

Hubo, además, una serie de televisión de la BBC, Holocausto, que fue otra de las que contribuyó a convertir el tema en carne de entretenimiento. Delicado tema éste, pues en la mayoría de los casos lleva a una sedación poco recomendable que hace que el espectador no se interrogue convenientemente sobre el tema. Es por esta razón que documentales como el mencionado de Lanzmann, u otros como The Sorrow and the Pity -ese que Woody Allen se empeña en ver una y otra vez en Annie Hall-, de Max Ophuls, se convierten en la mejor manera de analizar asunto tan peliagudo. Porque el tema no nos ha de clavar en la butaca, sino hacernos remover con nerviosismo. Y de eso parece que sabe mucho Michael Haneke: echen un vistazo a La cinta blanca.

En una de esas noches de insomnio encontré por casualidad en la denostada segunda cadena una de esas películas que te preguntas qué hicieron para merecer tan inclemente horario. Era Shoah, un monumental documento sobre el Holocausto judío en el que todo son entrevistas entrelazadas que el propio director, Claude Lanzmann, realiza al más variado abanico de personas, testigos directos o no del horror. Trabajadores del ferrocarril, campesinos polacos cercanos al campo de Auschwitz que no dudan en afirmar que hacían el gesto de cortar el cuello a los judíos que pasaban en los abarrotados vagones, o un peluquero que recuerda cómo cortó al pelo a tantas y tantas personas que iban directas a la muerte.

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