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Cine de verano II: en busca del tiempo perdido
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María José S. Mayo

La hija del Acomodador

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María José S. Mayo

Cine de verano II: en busca del tiempo perdido

Hace poco más de un año miraba atrás -sin ira- para recordar esos momentos en los que de pequeña acudí a alguno de esos cines de

Foto: Cine de verano II: en busca del tiempo perdido
Cine de verano II: en busca del tiempo perdido

Hace poco más de un año miraba atrás -sin ira- para recordar esos momentos en los que de pequeña acudí a alguno de esos cines de verano que hubiesen dejado el grindhouse recuperado por Tarantino a la altura del betún (Ver Cine de verano: de la pipa al tostón). Fueron tiernos recuerdos de una época en la que Bud Spencer o Manolo Escobar triunfaban en la sábana improvisada de cualquier plaza de pueblo.

 

Más allá del calor y el ruidoso entorno que se sufría en estas citas con lo más casposillo, la época estival siempre fue el momento ideal para nadar en lagunas cinematográficas. Con especial cariño recuerdo el verano que dediqué a ver algunos títulos de Eric Rohmer en la oscuridad de mi madriguera. Mientras fuera se sufrían treinta y tantos grados de temperatura, yo me escondía cual vampiro para recibir solo la estricta luminosidad de películas como La rodilla de Clara, Cuento de Verano o Pauline en la Playa. Otro año me dio por Truffaut y sus títulos con el protagonista de Los cuatrocientos golpes ya crecido: Domicilio Conyugal o Besos robados. A falta de recursos para pasar por la Costa azul, Francia llamaba a mi puerta.

 

También hubo años de cine mudo y otros centrados en pasar por alguna de las filmotecas que tan jugosas cintas programan en sus improvisados cines de verano (la de Madrid en la terraza, todo un lujo a pesar del ruido de las copas).

 

Eso sí, en alguna ocasión también me dediqué a la pequeña pantalla. Por ejemplo, La 2 y su emisión, cerca de la madrugada, de los encantadores capítulos de Doctor en Alaska (ver Aquellos veranos con Doctor en Alaska). O a verse las primeras temporadas de Perdidos -no es mi caso-; o las últimas de A dos metros bajo tierra -aquí sí que soy yo-. En esta ocasión, después de haber disfrutado de Hermanos de sangre, estoy decidida a dedicar unas cuantas sesiones a The Pacific, la otra serie de Spielberg sobre la Segunda Guerra Mundial (habrá que hablar de esto en algún momento…).

 

A ella se sumará el reciente descubrimiento de que se acaba de editar una película largamente deseada, la china Yi Yi, posiblemente una de las mejores que haya podido ver en los últimos años, pienso ver con fruición cada segundo extra de la edición especial. Y muchas más cosas que rescataré, así que adiós a mi enésimo empeño de leer Guerra y Paz. Quizá el verano que viene…

Hace poco más de un año miraba atrás -sin ira- para recordar esos momentos en los que de pequeña acudí a alguno de esos cines de verano que hubiesen dejado el grindhouse recuperado por Tarantino a la altura del betún (Ver Cine de verano: de la pipa al tostón). Fueron tiernos recuerdos de una época en la que Bud Spencer o Manolo Escobar triunfaban en la sábana improvisada de cualquier plaza de pueblo.

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