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Aquellas maravillosas bodas de los Alba
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César Andrés Baciero

Mucha tele que cortar

Por
César Andrés

Aquellas maravillosas bodas de los Alba

De celebrar grandes fastos abiertos al público, la familia con más títulos nobiliarios de España ha pasado, progresivamente, a celebrar sus enlaces en la más estricta intimidad

Foto: La Duquesa de Alba junto a su tercer marido Alfonso Díez
La Duquesa de Alba junto a su tercer marido Alfonso Díez

En las tres bodas de la desaparecida Duquesa de Albaestuvieron presentes los periodistas, como en la mayoría de las de sus hijos, además de los curiosos. Enlaces multitudinarios como aquel de Lolita Flores con Guillermo Furiase en la Marbella del esplendor de 1983, en el que pudo situarse en primera fila hasta el apuntador. El apuntador más madrugador o avispado, eso sí. Se recuerda el casorio por aquella frase de Lola Flores: “Si me queréis a mí: marchase, si me queréis algo, irse¡hay que sacar a gente!”. Cayetana no tuvo que irse a firmar los papeles a la sacristía como los Furiase-Florespor la avalancha incontrolada de curiosos agolpados en el altar, pero nos dejó ser testigos de excepción de sus enlaces, al menos, a través de las portadas y reportajes de los medios del mundo del colorín. Eran otros tiempos, eran buenos tiempos.

Este sábado se dieron el 'sí, quiero'su nieto, Luís Martínez de Irujo, y su novia, Adriana Marín en el palacio de Liria de Madrid, el buque insignia de la casa,residencia oficial del duque y que puede ser visitado, teóricamente, por quien quiera, eso sí, de Pascuas a Ramos para no desgastarlo. El hermano pequeño del Palacio Real de Madrid –por su importancia artística– lo llaman, no lo puedo confirmar, dice la leyenda (de la que soy víctima) que puedes apuntarte en una lista para visitarlo, pero que luego nunca te llaman para hacerlo. Doy fe. Conchita, saca los cables.

La prensa no estaba invitada al enlace del hijo del duque de Aliaga y de la bella María de Hohenlohe, por lo que lo poco que hemos visto ha sido gracias a este medio, Vanitatis (puedes curiosear las fotos de la fiesta aquí) y a un par de instantáneas compartidas por los novios con los medios de comunicación, de ellos mismos en posturas similares, que han sabido a poco, la verdad. Luís y Adriana repiten la estrategia de sus primos Jacobo y Asela de cumplir con el espectador evitando el formato exclusiva (no como el tío Cayetano en su boda con Genoveva Casanova, en la que la duquesa vestida de su antecesora pintada por Goya salió a saludar a los medios), pero sin entregarse a las mieles de las masas. Mucho más generosos fueron los padres del contrayente cuando se casaron en Marbella en 1977 y su hermano, Javier, cuando se desposó con lnés Domecq en Jerez ¿Qué fue entonces de aquellos enlaces a ojos de Dios y de los hombres? Las grandes celebraciones nupciales de la familia Alba, parece que son cosa del pasado, como cualquier tiempo pasado nos parece mejor recordamos los mejores enlaces del clan, que sin duda fueron los celebrados en Sevilla.

En segundas nupcias Cayetana se casó con Jesús Aguirre en Madrid, en su palacio, en el mismo que lo ha hecho su nieto, aunque no en el jardín, sino en la capilla. Un enlace de perfil bajo que nos saltamos a la torera para centrarnos en la primera boda de la XVIII duquesa de Alba el 12 de octubre de 1947 en la catedral de Sevilla, su Sevilla. Un enlace al que asistieron 2.500 invitados y que costó la friolera de 20 millones de pesetas. Dicen que la más cara de ese año, dato que cuesta creer teniendo en cuenta que un mes y medio después se casó la Reina Isabel II de Inglaterra con el simpático Felipe en Londres. Este dato es indiferente, el enlace fue un derroche, un cuento de hadas en una España en blanco y negro. La joven Tana se casó con elnoble Pedro Luís Martínez de Irujo vestida de blanco con un vestido (probablemente uno de los más bellos de la época) de raso natural con encaje antiguo de Bruselas, velo de tul y la tiara de la emperatriz Eugenia de Montijo, madrina de la Reina Victoria Eugenia (madrina a su vez de la joven novia) y hermana de la bisabuela de Cayetana. Una pieza de brillantes y perlas que vimos lucir por última vez a Eugenia Martínez de Irujo. Ninguna de sus nueras ha elegido esta pieza y las esposas de sus nietos han preferido tocarse con flores naturales. El mundo al revés, Makoke con tiara (prestada) del S.XIX y estas ‘descalzas’.

Su tercera boda, la segunda celebrada en la capital hispalense, tuvo lugar en el palacio de Dueñas (su palacio favorito y el mismo que albergó el ágape de su primer enlace) con el funcionario Alfonso Díaz en la escueta capilla, la misma en la que se dieron el 'sí, quiero' su hijo Cayetano con Genoveva Casanova. Ahora divorciadísimos.

Cayena, en su etapa más mito Pop, no dio vía libre a los periodistas para merodear por el jardín al que Antonio Machado dedicó los versos “mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”, pero sí salió a saludar a sus fans, por qué llamarlos de otra manera, y se arrancó por sevillanas. Ese momento de Cayetana bailando descalza (con el vestido rosa que habían diseñado Victorio y Lucchino y la pulsera de brillantes y perla de la reina Victoria Eugenia que ha lucido en sus tres bodas) vale más que el total de la boda de su única hija, Eugenia. Llegados a este punto uno se pregunta por qué se tienen que llamar todas igual.

Hecho el inciso nominativo no se puede decir que la boda de Eugenia Martínez de Irujo con Fran Rivera en 1998 no estuviese a la altura de la de la infanta Elena (con cuya presencia contaron los Alba en la celebración del sacramento en la catedral de Sevilla). Cómo no iba a estarlo si se dieron cita en ella la nobleza patria, el mundo del toro y el del colorín, pues la madre del novio era Carmina Ordóñez y la novia del hermano y padrino Cayetano, Mar Flores. Belén Esteban estuvo acompañando a Jesulín pero aún no había debutado en televisión. Se retransmitió en directo, en la cadena pública, generosamente nos dejaron asistir, como un invitado más, a aquel derroche de mantillas. Del vestido de la novia se encargó Emmanuel Ungaro –que por lo visto había enseñado en primicia a Naty Abascal–, el cabello rubio pajizo de Eugenia iba escondido por un velo casi tan antiguo como la casa de Alba de Tormes y la misma tiara que lució su madre.

Recorrieron la distancia entre la catedral y el palacio de Dueñas en un coche de caballos descubierto como ya hizo su hermano mayor y actual duque, Carlos, cuando se casó 10 años antes, ante la mirada de los más de mil invitados, con Matilde Solís. Una suerte de Lady Di a la andaluza. Él tenía casi 40 años y ella, 23. Aquella boda también estuvo a la altura de lo que se espera de la familia más noble del país. Fue la boda del año. El vestido, obra de José María Cerezal, era un híbrido entre la década de los 80 que dejaba atrás y el minimalismo de la de los 90 que pedía paso; de organza natural y seda india recogía, dicen las crónicas de entonces, la personalidad introvertida de la contrayente amante de los caballos y las sevillanas. Como complemento principal, la tiara ‘La rusa’ de platino y brillantes, propiedad de la madre del novio, herencia de su abuela materna, la duquesa de Híjar. Después de este enlace vendió la joya, que también había lucido en su enlace María deHohenlohe, para comprar un caballo a su hijo Cayetano. Quizás esta venta, y las muchas que vinieron después de la muerte de Cayetana, sea una metáfora del carácter de los nuevos Alba, más amantes de la naturaleza que de los diamantes y las bodas brillantes.

En las tres bodas de la desaparecida Duquesa de Albaestuvieron presentes los periodistas, como en la mayoría de las de sus hijos, además de los curiosos. Enlaces multitudinarios como aquel de Lolita Flores con Guillermo Furiase en la Marbella del esplendor de 1983, en el que pudo situarse en primera fila hasta el apuntador. El apuntador más madrugador o avispado, eso sí. Se recuerda el casorio por aquella frase de Lola Flores: “Si me queréis a mí: marchase, si me queréis algo, irse¡hay que sacar a gente!”. Cayetana no tuvo que irse a firmar los papeles a la sacristía como los Furiase-Florespor la avalancha incontrolada de curiosos agolpados en el altar, pero nos dejó ser testigos de excepción de sus enlaces, al menos, a través de las portadas y reportajes de los medios del mundo del colorín. Eran otros tiempos, eran buenos tiempos.