Chanquete ha muerto
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'El fin de la comedia' 2: el doble salto mortal de Ignatius Farray
Con esas emociones fuertes juega, de nuevo, la segunda temporada de esta serie a contracorriente... aunque no esperen una sucesión de chascarrillos
Tuve la oportunidad de asistir a un monólogo de Ignatius Farray el pasado mes de agosto en Oviedo. No seríamos más de treinta o cuarenta personas en la sala cuando el cómico anunciaba, con una sonrisa de oreja a oreja, que 'La vida moderna' se iba a convertir en un programa diario y que la serie que protagonizaba, 'El fin de la comedia', acababa de recibir luz verde para rodar una segunda temporada. Han pasado siete meses desde aquel momento aunque podrían parecer siete años.
De repente, Ignatius acapara titulares, cuelga el cartel de no hay entradas en sus shows en la noche madrileña y se ha ganado, a golpe de traspasar los odiosos límites del humor una y otra vez, el cariño de una legión de incondicionales. Pero la primera temporada de 'El fin de la comedia' ya descubría a un humorista capaz de jugar al costumbrismo en pantalla mezclando lo real y lo surreal y abrazando la comedia con el drama diario.
La primera temporada ya descubría a un humorista capaz de jugar al costumbrismo mezclando lo real y lo surreal y abrazando comedia y drama
Los que sigan habitualmente al cómico canario encontrarán en esta segunda temporada algunas de sus referencias habituales (sus mudanzas con sudamericanos, el vasito de agua, los raperos y UPyD, los problemas de corazón que le han diagnosticado en los últimos meses) unidos al habitual juego de famosetes que desfilarán por la pantalla haciendo de ellos mismos y con mención especial a Joaquín Reyes y a una divertidísima Natalia de Molina.
Y, por supuesto, aquí se reparten hostias para todos los colectivos. Pillan los negros, pillan los raperos y pillan hasta los pederastas pero siempre con el sello de Ignatius, es decir, es el cómico el que acaba preso de empujar esos límites del humor como cuando se acerca a un chico de color para pillar marihuana y desencadena una tormenta de mierda por el mero hecho de dar por sentado que su interlocutor era camello por el color de piel. Bonus track: sí, era camello.
'El fin de la comedia' no abandona ni esconde el espejo en el que se mira, Louie, aunque en esta ocasión la serie trata de dar un doble salto mortal: sin desvelar demasiado, una de las tramas principales gira en torno a una serie de televisión interpretada por Ignatius y basada en su persona. Una serie dentro de una serie, metalenguaje fílmico en toda regla.
Pero hasta llegar a ese punto, son los problemas de salud del humorista los que centran la trama. Problemas sacados, de nuevo, de su vida real. En la primera temporada hacía referencia explícita a su obsesión por la literatura, la pornografía y la masturbación (motivos que salieron a flote en el juicio por la custodia de su hija y que no duda en comentar en sus monólogos) y en esta segunda tanda de episodios es la miocardiopatía hipertrófica la que obsesiona al protagonista, que ahora se ve obligado a llevar una vida sana, abandonar los excesos y hasta a abrazar el deporte. Y por deporte nos referimos a nadar en una piscina municipal con un gorro de tiburón y un bañador rasgado que muestra las vergüenzas de Ignatius al resto de bañistas.
¿Por fin una comedia a la americana?
Si algo se puede extraer de la creciente popularidad de Ignatius es que productos como el que nos ocupa, en una línea muy similar a la de '¿Qué fue de Jorge Sanz?', se abren paso poco a poco en la parrilla televisiva española. Cierto que todavía es en cadenas de pago y en formatos con un riesgo mínimo, pero son la demostración fehaciente de que otro tipo de humor se puede emitir en antena, adaptado a los tradicionales formatos estadounidenses de episodios de media hora, y dirigidos a un público muy específico. El mismo capaz de dejarse chupar un pezón o de llevarse un carro de improperios por sentarse en primera fila en un monólogo de Ignatius. Con esas emociones fuertes juega, de nuevo, 'El fin de la comedia' aunque no esperen una sucesión de chascarrillos: en esa fina línea entre la comicidad y la vergüenza ajena reside la mayor virtud de la serie.
La mejor noticia del estreno es que los capítulos se devoran en un fin de semana y te dejan con ganas de más
Aunque si algo ha conseguido el cómico, después de años, es lograr un reconocimiento que le permita avanzar más allá del Loco de las Coles, el personaje que le dio a conocer en los círculos 'underground' del humor gracias a La Hora Chanante. Comparar al canario con Louie pueden ser palabras mayores, pero que el trabajo de Miguel Navarro y Raúl Esteban, creadores de la serie, pueda prestarse a la comparación habla maravillas del buen trabajo realizado. Quizá se echa de menos en esta segunda temporada una ración más contundente de monólogos del canario que aportaban ese contrapunto cómico en la temporada anterior. Con todo, la mejor noticia del estreno es que los capítulos se devoran en un fin de semana y te dejan con ganas de más. Ignatius, por favor, sólo te pedimos una cosa: no dejes que la rueda del 'amoche' te lleve por delante antes de rodar la tercera temporada.
Tuve la oportunidad de asistir a un monólogo de Ignatius Farray el pasado mes de agosto en Oviedo. No seríamos más de treinta o cuarenta personas en la sala cuando el cómico anunciaba, con una sonrisa de oreja a oreja, que 'La vida moderna' se iba a convertir en un programa diario y que la serie que protagonizaba, 'El fin de la comedia', acababa de recibir luz verde para rodar una segunda temporada. Han pasado siete meses desde aquel momento aunque podrían parecer siete años.
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