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Un mafioso en el diván: 20 años del estreno de 'Los Soprano'
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Aloña Fernández Larrechi

Desde Melmac

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Aloña Fernández Larrechi

Un mafioso en el diván: 20 años del estreno de 'Los Soprano'

Las visitas de Tony Soprano a la consulta de la Dra. Melfi nos permitieron ver qué escondía dentro el mafioso que sufría ataques de pánico y puso de moda a los antihéroes

Foto: Imagen de la primera sesión de Tony Soprano en la consulta de la Dra. Melfi. (HBO)
Imagen de la primera sesión de Tony Soprano en la consulta de la Dra. Melfi. (HBO)

El 10 de enero de 1999, tres millones y medio de suscriptores de HBO sintonizaron el canal de cable para disfrutar de una producción que tenía la mafia italoamericana como principal atractivo. Lo primero que se encontraron fue una apertura motorizada que, a ritmo de ‘Woke Up This Morning’, recorría algunas de las estampas más características de Nueva Jersey, sin escatimar la fealdad propia de los suburbios industriales. Cuando el conductor llegaba a su destino, el panorama era bien diferente, y el coche se detenía frente a una bonita casa en un barrio residencial.

La historia arranca con un hombre sentado en una sala de espera. La presencia de una estatua encuadrada de las rodillas a los pies rompe la imagen, y sitúa al protagonista entre las piernas de la escultura. Él permanece con las manos entrelazadas, viste un pantalón gris y un polo negro, y mientras aguarda su turno tuerce el gesto y dirige su mirada al rostro de la figura. La cámara la enfoca, regresa al protagonista en un plano medio y continúa acercándose hasta que una puerta se abre. Una mujer sale y le saluda. “¿El señor Soprano?”, pregunta antes de que pasen a otra estancia.

placeholder Imagen de apertura de 'Los Soprano'. (HBO)
Imagen de apertura de 'Los Soprano'. (HBO)

Dentro, lo primero que hará será poner en duda el diagnóstico que le ha llevado allí. Lo segundo, resoplar a modo de respuesta, cuando la doctora le pregunta si no cree que sufre ataques de pánico. En un arrebato de sinceridad, le explica a la mujer que le mira atentamente que nunca va a poder ser totalmente sincero con ella. Pero atiende su petición y le cuenta cómo fue el día en el que sufrió el último ataque de pánico. Le habla de los patos que vivían en la piscina, de su tío y de su madre, de la mala relación de su mujer y su hija. Cuando le pregunta si está deprimido cambia de tema. Hasta que es inevitable y reconoce que sí, “desde que se fueron los patos”. Ella quiere que desarrolle su respuesta. Él se siente incómodo y se va.

La mafia y la terapia

Entre preguntas molestas y respuestas desairadas, en la primera mitad del episodio piloto los espectadores pudieron ver muchas caras conocidas del cine de mafiosos, algunas referencias a los títulos más conocidos y su correspondiente dosis de violencia. La verdadera novedad, el hecho diferenciador de aquella propuesta televisiva, está en la primera imagen, en lo que implica y lo que supone para el resto de la narración. El protagonista de la historia es un mafioso, pero no uno cualquiera. Es un hombre adulto que sufre una crisis propia de su edad, combinada con su actividad profesional y sus anhelos personales. La imagen de la masculinidad, que se pregunta “qué ha pasado con Gary Cooper”, atormentada por las dudas, los fracasos y sus relaciones familiares. Un mafioso que necesita ir al psiquiatra.

Al capítulo que su creador temió tener que convertir en una película terminaron siguiéndole seis temporadas. Y la cita semanal de Tony Soprano con la doctora Melfi se convirtió en una esperada rutina para 10 millones de espectadores. Como temía Chase, algunos se sentaban frente al televisor esperando ver “al gran Tony Soprano coger a un tipo de la cabeza y estampársela contra una pared como si fuera un melón”. Pero era en las consultas psiquiátricas donde la audiencia podía descubrir al verdadero mafioso que engañaba a su familia y aparentaba tener todo bajo control cuando estaba con sus amigos. Porque como él mismo reconocía, la terapia era algo que, a pesar de entenderlo, “en mi mundo eso no cuela”.

Hombres sin emociones

Cuando Tony accede a la consulta de la terapeuta por primera vez, es fácil percibir que va a ser un paciente incómodo. No sabe dónde sentarse porque no maneja la situación, probablemente tampoco ante el hecho de que su interlocutor vaya a ser una mujer, y se niega a reconocer las razones que le han llevado allí. Para Jorge Jiménez Serrano, psicólogo criminalista de la fundación universitaria Behavior and Law, “Tony nos muestra un prejuicio social muy asentado, los hombres deben ser fuertes, no pueden tener miedo y mucho menos ser emocionales”. Para el especialista, todos estos recelos se ven “acentuados por su posición de jefe de la mafia”, y la represión de sus sentimientos termina convirtiéndose en síntomas. “El estigma de ir al psicólogo o necesitar ayuda también se refleja en esta situación” señala.

El origen de los problemas del mafioso encarnado por James Gandolfini son sus frustraciones personales, que van desde su papel como padre y esposo a su vertiente criminal y el abismo que las separa. La lucha del yo y el superyó a partir de la visión freudiana del psicoanálisis es utilizada por los guionistas, según Jiménez Serrano, para “mostrar la lucha interna que todos tenemos entre lo que somos y lo que nos gustaría ser.” “Tony se despierta un día y no se siente feliz con su trabajo, no se siente feliz como padre y esposo. Como no sabe gestionar estas sensaciones y emociones, su cuerpo somatiza este problema en forma de ataque de pánico”.

Ese factor estresante llamado familia

En su primera sesión, Tony habla a la Dra. Melfi de su tío Junior y su madre Livia. Ambos hicieron su pequeña aportación al ataque de pánico que sufre el protagonista cuando los patos alzan el vuelo. Y tienen su parte de responsabilidad en el conjunto del diagnóstico. El primero es para el protagonista una especie de figura paterna desdibujada por los negocios, y alentada por la propia Livia. Una mujer que ha dedicado su vida a traumatizar a su único hijo.

“La madre de Tony”, explica el especialista, “también muestra una configuración psicológica enfermiza que podría encuadrarse en otro diagnóstico, un trastorno de personalidad límite que muestra en sus problemas de relaciones, con ese sentimiento de abandono, inestabilidad emocional, paranoia e ira”. Para Jiménez Serrano, “este tipo de personas suelen crear mucha dependencia y sufrimiento en sus familiares y cuidadores, algo que se describe en esa relación de Tony con su madre”. Sin embargo, aunque el mafioso bromea con ello, su trabajo en la consulta no termina cuando su madre fallece.

La psicoanalista más creíble

Tony Soprano llega a la consulta de la Dra. Melfi gracias a su vecino, el Dr. Cusamano. Un detalle que la especialista no pasa por alto con la primera mentira de su nuevo paciente. Cuando Tony le responde que se dedica al reciclaje, ella invierte unos minutos en explicarle que el privilegio médico-paciente no se aplica “si un paciente me habla de posibles agresiones”. Porque aunque el protagonista no sea completamente honesto con su terapeuta, esta es consciente de que su casa en un barrio residencial no se paga con basura.

La falta de confianza se extenderá a lo largo de todas las sesiones, pero el mafioso encuentra en el despacho de esa mujer, a la que su madre le habría gustado ver como una nuera, un lugar en el que el desahogo y los sentimientos están permitidos. “La Dra. Melfi”, apunta Jiménez Serrano, “muestra algo del trabajo real de un psicoterapeuta de orientación psicoanalítica y se utiliza como un personaje interesante porque es capaz de mostrarnos un Tony Soprano oculto, que hace que afloren sus deseos y traumas escondidos”. Para el psicólogo criminalista, el “enfoque psicoanalítico, representado además por una mujer, le da un toque argumental muy atractivo” a la serie.

['Los Soprano', 10 años después del fundido a negro más famoso de la historia]

A pesar de que a lo largo de las seis temporadas hubo quien criticó que la relación entre paciente y especialista no era realista, Lorraine Braco terminó siendo reconocida por la Asociación de Psicoanalítica de América por haber interpretado “al psicoanalista más creíble jamás aparecido en el cine o la televisión”. Y también uno de los que más riesgos asumieron a la hora de hacerse cargo de un paciente. Porque tratar a Tony, como vemos en temporadas posteriores, tiene implicaciones para su propia vida, además de provocar que la terapeuta termine buscando su propio especialista. Un recurso habitual en la “tradición psicoanalítica, todo el mundo necesita un psicoterapeuta en su vida, incluso un propio psicoanalista”, señala Jiménez Serrano.

El oasis de la semana

Aquel 10 de enero de 1999 muchos de los que apostaron por el estreno de HBO supieron que estaban ante algo diferente. Menos claro tenían hasta dónde llegaría la relación entre el mafioso barrigudo y la estilosa terapeuta. Al final de las seis temporadas descubrirían, en palabras del propio Tony, que lo que había empezado como una obligación clínica cargada de vergüenza se había convertido en “un oasis en mi semana”. Por el camino, el protagonista había experimentado pequeños progresos internos que, sin embargo, no impidieron que el sociópata que llevaba dentro siguiese creciendo.

Probablemente fueron pocos los que, la mañana siguiente del estreno, se preguntaron si esa era la imagen de la masculinidad que la televisión quería dejar al cierre del siglo XX. Pero lo cierto es que a Tony Soprano le siguieron otros antihéroes que, como él, triunfaron y escribieron una parte de la historia de la ficción televisiva. “Hoy todo el mundo va al psiquiatra y sale en televisión hablando de sus problemas”, le dijo con desagrado a la Dra. Melfi en su primera consulta.

El 10 de enero de 1999, tres millones y medio de suscriptores de HBO sintonizaron el canal de cable para disfrutar de una producción que tenía la mafia italoamericana como principal atractivo. Lo primero que se encontraron fue una apertura motorizada que, a ritmo de ‘Woke Up This Morning’, recorría algunas de las estampas más características de Nueva Jersey, sin escatimar la fealdad propia de los suburbios industriales. Cuando el conductor llegaba a su destino, el panorama era bien diferente, y el coche se detenía frente a una bonita casa en un barrio residencial.

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