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El chiste sobre la clase media que están contando en Davos
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Esteban Hernández

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El chiste sobre la clase media que están contando en Davos

Según el 'Barómetro 2017 sobre confianza de Edelman', la gente cree que "el sistema está roto". No es extraño, cuando las élites tienen esta consideración con las capas medias

Foto: Ray Dalio, CEO y fundador de Bridgewater y uno de los integrantes del panel sobre la clase media. (Reuters/Lucy Nicholson)
Ray Dalio, CEO y fundador de Bridgewater y uno de los integrantes del panel sobre la clase media. (Reuters/Lucy Nicholson)

Hasta ahora, Davos era un pequeño teatro en el que se escenificaban discursos aprendidos, donde “había gente con estatus y poder relacionándose con gente con aún más estatus y poder”, y que era, por tanto, una forma de ampliar la red social. Los líderes globales, además, tenían la oportunidad de difundir sus ideas, de hacerse ver como personas intelectualmente valiosas y como ejemplos de las trayectorias exitosas. Este año es diferente: aunque conserve ese elemento de celebración del sistema, hay elementos oscuros en el horizonte.

En primer lugar, la élite global está comenzando a ser menos global que nunca. En otras ocasiones, sus temas centrales, como la cuarta revolución industrial, trataban de diseñar el futuro, de reorganizar los horizontes económicos y humanos y dirigirlos hacia transformaciones sustanciales. Hoy, los cambios parecen estar aconteciendo no fuera, sino dentro de las élites. Empiezan a estar preocupadas por sí mismas. La llegada de Trump al Gobierno estadounidense, su acercamiento a Rusia y el incremento de las tensiones con China, la presión del presidente sobre Alemania y su postura favorable a que la UE se rompa, además del regreso del proteccionismo y el auge de los populismos, suponen una creciente incertidumbre para las élites de Davos.

Los grandes ausentes han sido aquellos líderes que, como Trump, Marine Le Pen o Beppe Grillo están triunfando electoralmente

La edición de 2017 no se celebra, como era costumbre, la última semana de enero, sino que se ha adelantado por petición expresa del presidente chino, Xi Jinping. Pero dado que tiene lugar en las mismas fechas que la inauguración de la presidencia de Estados Unidos, no habrá miembros significativos del gabinete de Donald Trump en Davos. El presidente del foro, Klaus Schwab, acudió a visitar al presidente a la Trump Tower, quizá para rendirle pleitesía y que no lo viera como un ataque personal.

Mejor China que Trump

Quizá sea coincidencia, o quizá sea que el presidente chino, defensor de este peculiar proceso de globalización que ha enriquecido enormemente a su país a costa de las clases populares y medias europeas y estadounidenses, no veía con buenos ojos que la gente de Trump tuviera mayor presencia en el foro, o quizás el mismo WEF entienda que las políticas que el nuevo presidente ha venido defendiendo distan mucho de las que el foro promueve y por eso prefiere cerrar filas con los fieles.

Davos está deshaciendo las naciones, los pueblos y las democracias para dejar el campo abierto al libre mercado

En todo caso, los grandes ausentes han sido aquellos líderes que, como Trump, Marine Le Pen o Beppe Grillo, están triunfando electoralmente. Quizás hubiera sido lógico que, en el foro de debate de las tendencias futuras, y el gran espacio de reflexión de las élites, ellos o sus representantes hubieran tenido un espacio para exponer sus ideas. Pero esto es un espacio cerrado, y también tiene su lógica. Gente como Le Pen es vista como el principal enemigo. No en vano, la líder del Frente Nacional ha dejado escrito en las redes que “Davos está deshaciendo las naciones, los pueblos y las democracias para dejar el campo abierto al libre mercado, a los financieros y al multiculturalismo obligatorio”.

Es a los grandes responsables de que las clases medias lo estén pasando mal a quienes se encarga que propongan soluciones

Pero la falta de conexión con la realidad de Davos se percibe cuando programan paneles de expertos sobre cómo arreglar los problemas de la clase media integrados por Christine Lagarde, la directora del FMI que acaba de ser condenada en Francia, el multimillonario Ray Dalio y Larry Summers, secretario del Tesoro con Clinton, consejero económico de Obama y uno de los responsables de que la crisis financiera estallase al contribuir a derogar la ley Glass-Steagall y a negarse a que los derivados se regulasen. Suena a chiste, pero no lo es: es a los grandes responsables de que las clases medias lo estén pasando mal a quienes se encarga que propongan las soluciones.

“El sistema está roto”

No es extraño que esto se les vuelva en contra. Según el 'Barómetro Edelman sobre confianza', que lleva publicándose desde 2001, y que analiza las opiniones de 33.000 personas de 28 países (recogidas desde el 13 de octubre hasta el 16 de noviembre de 2016), la mayoría de la gente piensa que el mundo de la política y de la economía les está fallando. La percepción es clara: “Creen que el sistema está roto”, aseguró a Reuters Richard Edelman, director de la empresa que realizó el estudio.

La mitad de los que cuentan con ingresos altos y que poseen educación universitaria también creen que el sistema no funciona

Lo más llamativo del barómetro es que "la mitad de las personas que cuentan con ingresos altos, que poseen educación universitaria y que están bien informadas también creen que el sistema no funciona”. Quizá podían esperar que las personas con menos recursos, que no tienen una carrera y que no muestran particular interés en las noticias estuvieran decepcionadas, porque en esos estratos han situado a quienes han señalado como los creyentes posverdad. Pero no es así: el descontento está presente en todas las capas sociales (especialmente en las medias, perdedoras en este proceso de globalización, ya que tenían mayores expectativas). Y no podía ser de otra manera cuando la época ha traído deterioro económico, descenso generalizado en el nivel de vida, corrupción y prácticas poco democráticas por parte de aquellas instituciones que deberían defenderlas.

Las clases cosmopolitas

Hasta ahora, Davos era una especie de celebración del capitalismo contemporáneo organizada por quienes estaban extrayendo los réditos. Ahora también: la diferencia está en que sus participantes empiezan a ser vistos no como los modelos a seguir, sino como la causa del problema. Trump y el Brexit han triunfado, y Le Pen está aumentando su aceptación, precisamente porque les señalan como los principales enemigos, esas clases cosmopolitas causantes de la crisis, gente que desprecia el estilo de vida de la gente común y que no tiene ningún apego a las raíces. Ese tipo de argumentos son los que han estado presentes en las últimas campañas y lo seguirán estando en el discurso populista de derechas. Y precisamente por ello tendrán éxito, y más si continúan cerrando los ojos a la realidad.

Hasta ahora, Davos era un pequeño teatro en el que se escenificaban discursos aprendidos, donde “había gente con estatus y poder relacionándose con gente con aún más estatus y poder”, y que era, por tanto, una forma de ampliar la red social. Los líderes globales, además, tenían la oportunidad de difundir sus ideas, de hacerse ver como personas intelectualmente valiosas y como ejemplos de las trayectorias exitosas. Este año es diferente: aunque conserve ese elemento de celebración del sistema, hay elementos oscuros en el horizonte.

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