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Abel Ferrara, el macarra que se atrevió con Strauss-Kahn
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Carlos Prieto

Animales de compañía

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Abel Ferrara, el macarra que se atrevió con Strauss-Kahn

El director estadounidense culmina con su filme contra el exdirector del FMI una carrera marcada por los excesos propios de una estrella del rock 'n' roll

Foto: Abel Ferrara y Gérald Depardieu, cuesta abajo y sin frenos
Abel Ferrara y Gérald Depardieu, cuesta abajo y sin frenos

Todo aquel que se dedica al periodismo cultural tiene al menos una cosa clara: Si Abel Ferrara no existiera, habría que inventarlo. No hay reportero que haya cubierto un festival internacional de cine en las últimas décadas que no tenga alguna anécdota descacharrante protagonizada por el director estadounidense... en alto estado de embriaguez. El chascarrillo medio consiste en Ferrara entrando a las cinco de la madrugada en el antro más antro de la ciudad, Ferrara encabezando una conga con los más crápulas del lugar, Ferrara dando entrevistas a la mañana siguiente tirado por los suelos... En otras palabras: más que un director de cine, Abel Ferrara (Nueva York, 1951) es una estrella del rock 'n' roll recién salida de los bajos fondos neoyorquinos.

Es importante tener esto claro para valorar en toda su magnitud la última polémica que ha salpicado al cineasta: el estreno de su filme (Welcome to New York) sobre Dominique Strauss-Kahn, retratado como un depredador sexual, visión por la que Ferrara recibirá pronto una demanda por "difamación" cortesía de los  abogados del exdirector del FMI.

En efecto, la que se ha liado en Francia con la película ha sido de campeonato. Con no pocas voces, incluidos algunos corresponsales españoles en Francia, agitando la campaña de linchamiento contra Ferrara organizada por el entorno del político. Resumiendo: Ferrara es un yonqui y, por tanto, no tiene ninguna credibilidad.  Un argumento que refleja una curiosa jerarquía cultural: es más de fiar un exdirector del FMI acusado de violación que un cineasta (del Bronx) al que la droga le confunde.

Porque, lo crean o no, resulta que Strauss Kahn es otra vez en un señor respetable, evolución mediática milagrosa dado los niveles de estulticia en los que estaba hundido hasta hace poco tiempo, tras ser acusado de violación por una empleada de un hotel de Nueva York en 2011, caso que se cerró con un sobreseimiento por lo penal y una indemnización millonaria a la víctima por lo civil (se habló de una cifra de 4 millones de euros). El político inició entonces una frenética carrera para rehabilitarse que culminó hace unos meses con su conversión en gurú de las finanzas internacionales: consejero económico de gobiernos (Serbia, Sudán del Sur) y bancos (rusos) y promotor de su propio fondo de inversión (DSK Global Investment).

El filme dispara con bala contra el político, que no sólo sería culpable de todo lo que se le acusa, sino de muchas otras cosas

Un aquí no ha pasado nada que ha quebrado violentamente la irrupción de Welcome to New York, protagonizada por un enfebrecido Gérard Depardieu. El filme dispara con bala contra Strauss-Kahn, que no sólo sería culpable de todo lo que se le acusa, sino de muchas otras cosas.

Una visión tan conflictiva que el filme ha tenido muchos problemas para salir adelante, con varias estrellas del cine francés (Isabelle Adjani, Juliette Binoche) rechazando el papel de la mujer de Strauss-Khan (la periodista Anne Sinclair).

 Un poco como si nadie estuviera suficientemente loco como para participar en una película que iba a acabar irremediablemente en los tribunales. Salvo que se llame Abel Ferrara, esté de vuelta de todo y sea una estrella del rock 'n' roll.  No es que a Ferrara no le haya temblado el pulso a la hora de acusar de violación a Strauss-Kahn, es que el cineasta lleva meses rajando contra el político, su mujer y su entorno. Resumiendo: Ferrara siempre ha sido un punk, un salvaje y un macarra, y cuando pilla presa no la suelta tan fácilmente.

Ferrara ha superado sus adicciones de un modo muy americano: abrazando la espiritualidad

Llegados a este punto, hay que aclarar una cosa: Ferrara lleva limpio varios años. El muchacho, que ya tiene una edad (en concreto: 63 años), no sólo ha bajado el pistón nocturno (adiós a sus cacareadas adicciones al alcohol , a la cocaína, a la heroína y a cualquier cosa que acabe en ina y te ponga como una moto), sino que lo ha hecho dando un giro muy americano y muy ferrariano a su vida: abrazando la espiritualidad.

Si el protagonista típico de sus películas (de Teniente corrupto a Welcome to New York) es un varón en crisis (nuclear) de mediana edad que, atrapado por diversas adicciones, busca redimirse, Ferrara ha hecho lo propio. El director, cuya raíz familiar de católico atormentado es típica de los cineastas italoamericanos de su generación (Scorsese y compañía), ha acabado abrazando el budismo. Evolución que dejaba clara en una de sus últimas películas, la encantadoramente disparatada 4:44. Last Day On Earth, donde despachó su particular visión mística sobre el fin del mundo.

Ahora que sus días son mucho más largos, el director parece tener todo el tiempo libre del mundo para hacer la vida imposible a Strauss Kahn

La mala noticia (para Strauss-Kahn) es que un Ferrara limpio de drogas sigue siendo mucho Ferrara. Quizás demasiado: Ahora que está sobrio y sus mañanas son mucho más largas, el director parece tener todo el tiempo del mundo para hacer la vida imposible a ese excandidato oficioso del socialismo francés a la presidencia llamado Dominic Strauss Kahn. En efecto, la paradoja del Ferrara tardío y espiritual es que ha entrado en fase hiperactiva.

Este reportero, de hecho, tiene su propia batallita que contar sobre el Ferrara renacido. Corría el año 2011 y el director estaba presentando 4:44 Last Day On Earth en la Mostra de Venecia. Mesa redonda con cuatro periodistas internacionales (dos estadounidenses, una japonesa y un español). Tras escuchar la primera pregunta, Ferrara reflexiona durante unos segundos, se levanta, sale corriendo y entra metiendo voces en la habitación de al lado, donde están entrevistado a William Dafoe [protagonista del filme], al que Ferrara trata de arrastrar a su entrevista porque, asegura a grito pelado, la pregunta que le han hecho la contestaría mucho mejor el actor...

Tras rechazar Dafoe su invitación entre carcajadas, Ferrara vuelve al redil. Dos preguntas después, el director vuelve a salir en estampida de la habitación sin mediar palabra. Cinco minutos más tarde, reaparece en tromba junto a un tipo mayor vestido como un pincel -pañuelo de seda, gafas de Prada y pulseras de oro- y aspecto de mafioso italoamericano. ¿Nos van a pegar un tiro a todos por hacer preguntas impertinentes? No, se trata de su diseñador de producción habitual, Frank De Curtis, al que Ferrara planta allí para que responda por él al resto de cuestiones (ante el pasmo de los periodistas). Y así todo. Resumiendo: delirante no, lo siguiente.

En otras palabras: la cabra tira al monte. ¡Tiembla Strauss Kahn!

Todo aquel que se dedica al periodismo cultural tiene al menos una cosa clara: Si Abel Ferrara no existiera, habría que inventarlo. No hay reportero que haya cubierto un festival internacional de cine en las últimas décadas que no tenga alguna anécdota descacharrante protagonizada por el director estadounidense... en alto estado de embriaguez. El chascarrillo medio consiste en Ferrara entrando a las cinco de la madrugada en el antro más antro de la ciudad, Ferrara encabezando una conga con los más crápulas del lugar, Ferrara dando entrevistas a la mañana siguiente tirado por los suelos... En otras palabras: más que un director de cine, Abel Ferrara (Nueva York, 1951) es una estrella del rock 'n' roll recién salida de los bajos fondos neoyorquinos.

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