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Por qué queremos tanto a Haruki Murakami
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Alberto Olmos

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Por qué queremos tanto a Haruki Murakami

El escritor japonés analiza en su último libro tanto su carrera literaria como sus técnicas de escritura o su enfrentamiento con el sanedrín intelectual de su país

Foto: Haruki Murakami. (EFE)
Haruki Murakami. (EFE)

Durante tres años viví en Japón, en la prefectura de Tochigi. Allí conocí a otro español (uno de los ocho que, según datos de la Embajada, había registrados en aquella prefectura), que me dio este consejo: “No te molestes en aprender japonés. En los doce años que llevo aquí, ningún japonés me ha dicho nunca nada interesante.” Mi compatriota no buscaba hacerse el gracioso, pero sus palabras tenían esa gracia que asiste al que dice lo que piensa a sabiendas de que resulta poco diplomático. Algo muy español, como demuestra Twitter.

Foto: Carrère, Cercas y Knausgard, unidos en la autoficción Opinión

En Tochigi no abundaban las almas gemelas de Sion Sono o Takeshi Kitano, ningún Ryu Murakami o Banana Yoshimoto, artistas japoneses que, a lo mejor, tampoco tienen nada interesante que decir; nada interesante para un español.

Los japoneses que traté en aquellos años eran, sobre todo, amables, cristalinos, diría uno que inocentes. La ironía, el sarcasmo, la crueldad, la provocación o la extrema inteligencia no punteaban sus conversaciones.

La ironía, el sarcasmo, la crueldad, la provocación o la extrema inteligencia no puntean las conversaciones de los japoneses

Un día dieron por televisión la noticia de que dos policías habían salido corriendo cuando un ladrón levantó una barra de hierro contra ellos. Lo probaban unas imágenes de vídeo. El primer ministro en persona apareció ante los medios para decirle a su policía que eso no podía ser, que, si ellos no se enfrentaban a los tipos con barras de hierro, ¿quién lo iba a hacer?

Este es el país del que viene Haruki Murakami, un país lleno de gente amable, incluidos los policías; un país en cuya capital, Tokio, los porteros salen en medio de la lluvia para darte un paraguas si ha empezado a llover y no llevas uno; un país con un día nacional para mirar las flores; y, sin embargo, la tasa de suicidios de Japón es de las más altas del mundo. En España se matan 3.000 personas al año; allí, 30.000.

Escribir en inglés

Empecé a leer a Haruki Murakami en inglés, en las ediciones de Vintage que compraba en la cadena de librerías Kinokuniya. Me gustó mucho, pero siempre hay un placer añadido en el hecho de verte leyendo con fluidez en un idioma que no es el tuyo.

Ya de vuelta a Madrid, seguí leyéndolo con gusto en Tusquets, cuyas cubiertas me hacían echar de menos las de Vintage. Después de leer en español casi todo lo de Murakami, aún tengo la sensación de que escribe en inglés, de que lo leía en su idioma original cuando lo leía traducido al inglés.

Por eso ha sido una suerte de epifanía leer 'De qué hablo cuando hablo de escribir' (Tusquets) y encontrar este dato: Haruki Murakami empezó a escribir en inglés, y luego se tradujo a sí mismo a su idioma materno.

En este ensayo sobre la propia artesanía, Murakami confiesa que le paralizaba la obligación de alta escritura que emanaba de utilizar un idioma que conocía perfectamente. Al escribir en inglés, lengua que apenas dominaba, se vio abocado a escribir frases simples y a emplear palabras muy básicas para contar una historia. Murakami se gustó así de simple y así de básico, y luego se tradujo al japonés, poniendo la primera piedra del millón de páginas de sintaxis escolar que le conocemos.

El sanedrín

Y es que la bestia negra de nuestro querido autor ha sido siempre, y como diría Mercedes Milá, el sanedrín. Los literatos e intelectuales de su país nunca lo tuvieron mucho aprecio, y si ya renunciar al estilo, a las pompas del idioma, le granjeó adversarios, su éxito mundial como autor de best sellers le condenó al más explícito desprecio.

Los literatos e intelectuales de su país nunca tuvieron mucho aprecio a Murakami por su renuncia al estilo y por su éxito mundial

Este desprecio, según nos cuenta Haruki-kun, le llevó a vivir varias temporadas en el extranjero, e incluyó un libro entero en su contra: 'Por qué Haruki Murakami no ganó el premio Akutagawa' (especie de 'Por qué Javier Marías no debe ganar el Premio Nobel' que firmaran en España los detractores del autor de 'Los enamoramientos').

Precisamente en España se ha utilizado mucho como arma de desprestigio decir que un autor “parece traducido del inglés”, y el hecho de que Murakami confiese abiertamente que su prosa es un inglés desmigado en kanjis deja muy claro lo poco que le importa la opinión del milieu literario.

Así, no encontrarán en su sincerísimo ensayo expresiones como “recepción” para decir “lector” o “producción de sentido” para decir “escribir”. De hecho, su discurso -¿y qué esperabas?- es de una simpleza enternecedora, y abunda en símiles toscos y un poco infantiles (“El mundo está plagado de piedras preciosas (…) los escritores están dotados de vista suficiente para dar con esas piedras”).

1.800 páginas en seis meses

Haruki Murakami ni siquiera se considera un artista. Leemos: “¿Por qué un escritor tiene que comportarse como un artista?” Cuando está escribiendo una novela larga, se pone como obligación redactar diez páginas cada día. “Diez páginas al día suman trescientas al mes”, nos aclara. “La primera versión de Kafka en la orilla tenía mil ochocientas páginas. Empecé a principios de abril y terminé en el mes de octubre.” Ole tú. ¡Que se torture otro!

Es lógico que las novelas de Murakami se lean a toda velocidad: lo que se escribe a toda prisa se lee también a toda prisa

Es lógico por tanto que las novelas de Murakami se lean a toda velocidad, pues siempre he creído que lo que se escribe a toda prisa se lee también a toda prisa, mientras que un texto muy trabajado resulta por lo general arduo para los lectores.

'De qué hablo cuando hablo de escribir' es, curiosamente, menos interesante que 'De qué hablo cuando hablo de correr', pero Murakami, como tantos japoneses, sigue siendo incapaz de salirse de madre, de sacar el cuchillo o de darse la menor importancia, a pesar de vender millones de libros en todo el mundo y de estar traducido a cualquier idioma que conozcas.

“Escribo mis diez páginas a diario como cualquier persona que ficha a la entrada y a la salida del trabajo.”

¿Cómo no quererle?

Durante tres años viví en Japón, en la prefectura de Tochigi. Allí conocí a otro español (uno de los ocho que, según datos de la Embajada, había registrados en aquella prefectura), que me dio este consejo: “No te molestes en aprender japonés. En los doce años que llevo aquí, ningún japonés me ha dicho nunca nada interesante.” Mi compatriota no buscaba hacerse el gracioso, pero sus palabras tenían esa gracia que asiste al que dice lo que piensa a sabiendas de que resulta poco diplomático. Algo muy español, como demuestra Twitter.

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