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Cómo rebajar 450 euros de 'mordida' en una aduana de África
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Fran Pardo

'Cruzar África en moto'

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Cómo rebajar 450 euros de 'mordida' en una aduana de África

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Seis semanas ya desde mi salida de Comillas, la villa marinera más bonita de toda la cornisa Cantábrica. Cuando acabe la aventura hasta Ciudad del Caboy regrese, estará a punto de llegar el verano y será el mejor momento para disfrutar de la playa con mi hijo, sus terrazas y relajarme paseando. En algunos momentos me reconforta pensar en casa y esa comodidad que ofrece la vida occidental, tan agradable como los paisajes que continúo viendo por Costa de Marfil. Mi embelesamiento sobre Lydia II se corta estrepitosamente cuando debo hacer una ‘bajada de pantalones’ en la frontera ante un policía que me chuleó unos 8 euros para poder pasar. Este no sería el único obstáculo fronterizo de la semana. De hecho, ojalá hubiera sido así de simple

Pago al policía corrupto de Costa de Marfil y piso suelo ghanés, donde pienso que todo va a ser más fácil por el idioma, y eso que yo no hablo inglés. Pero la comunicación en este idioma es lo mío… “ahora juego en casa”. Y, para que veáis lo que es ya la experiencia, estaba resultando todo tan fácil que intuí que era imposible. El día se debía torcer y “¡aaaajaaaa!”, como dicen por aquí. A los dos minutos empezó a preguntarme el de la aduana por el carnet de pasage, y yo empecé -como es habitual- a hacerme el tonto hacia dicha pregunta. Se levantó y se fue. Y luego volvió con el jefe –el espabilao- que asegura que sin carnet de pasage no puedo pasar… ¡salvo que me hagan un permiso especial por 450 euros! (poned voz de concurso de televisión, como si hubiera tocado un premio). Mira, el ataque de risa que me entró fue descomunal. Cuando me controlé le pregunté si sabía cuánto costaba la moto y le respondí yo mismo: “Lo mismo que me pide por pasar”.

El tema se complica al apretarle un poco las tuercas, “¿cuánto cuesta matricular una moto en Ghana? Seguro que menos que lo que me pide por un tránsito”. Eso le ‘mató’, y se fue poniéndose gallo: “Pues nada, como no hay solución yo me voy a casa”. Ni me inmuté, al contrario de lo que él pensaba, y se volvió para decirme que lo rebajaba a 380 euros. “No hay trato”, le comuniqué, al tiempo que le cuestioné por qué no puedo pasar sin carnet de pasage y con dinero sí. Eso ya le remató.

Un golpe ‘moral’ para dar pena y que me dejen pasar

Sin el jefe me toca un arduo trabajo con dos hombres de la oficina de aduanas. Les suelto un ‘speech’ de mi viaje y les intento convencer de que –dado que el documento que me piden es sólo para asegurar que yo no vendo mi moto- voy a pasar de puntillas por el país. Y ahí saco la artillería enseñándoles vídeos del viaje y les pido que miren en internet El Confidencial para que verifiquen la historia. Con el trabajo enfilado, les ‘ataco’ por la moral explicándoles que la amabilidad me ha acompañado durante mi ruta y que en España están encantados con los paisajes que estoy mostrando… Y, claro, de Ghana no voy a poder enseñar nada si no me dejan. Y les digo, sinceramente, que eso me duele porque es un país muy bonito. Ahí comienzan a flaquear y continúo mi ‘bombardeo hasta que me dicen que ellos me quieren ayudar y llaman a unos cuantos superiores para contarles la historia… hasta que uno accede, me hacen los papeles y salgo como una bala, no sea que se arrepientan. ¡Uf! Cuatro horas después soy libre.

Al margen de gente estupenda e increíble como los hombres que me ayudaron a pasar, en Ghana me encontré otro país hermoso. Por el camino paré a tomar un coco con una gente local que al principio me la querían dar con el precio, pero que al final terminamos echándonos unas risas. Como en todo West Africa, Ghana es un país muy peligroso para las motos y el respeto es cero. Conducen muy deprisa por unas carreteras más bien malas y si ven que viene una moto de frente no tienen ningún problema en hacer un adelantamiento y darte las largas para que te apartes. Esto es como el pan nuestro de cada día.

Amanece sobre las 5:30, así que levantarse temprano no es esfuerzo. Piso Accra a las 7:30 horas, momento en el que la ciudad ya era un caos. A 140 kilómetros me esperaba la frontera de Togo y los últimos 60 fueron un poco angustiosos porque entré en reserva y me quedaba para comprar sólo dos litros de gasolina con la moneda local. Temblando consigo llegar… y nueva sorpresa: ¡elecciones en Togo! Cerrado durante todo el sábado. Me lo tomo con filosofía y me voy a la playa. Al día siguiente entro en Togo sin problemas y pronto llego a la capital, Lomé.

Tengo pruebas de que África es muy democrática

Como en casi en toda esta región del mundo, el domingo es día de ir a la playa, jugar al fútbol o hacer deporte. Así me recibe Togo. Tras un buen desayuno me dirijo hasta la frontera de Benin –el país tiene sólo 51 kilómetros de ancho por la costa- y, ¡tachán!: elecciones en Benin. Cerrado. “La democracia contra Fran Pardo”, pienso. Debo quedarme allí y me paso el rato comiendo, reposando un pie que continúa hinchado de caídas anteriores y echándome unas cervezas con unos belgas que viven en Benin y fueron también sorprendidos por el cierre de fronteras.

El lunes soy el primero en la frontera, ¿para qué? Para nada, yo tenía entendido que la visa de Benin se podía sacar en la frontera y cuando llego me dicen que no, que la tengo que hacer en Lomé. Retrocedo y cuando llego a la embajada me dicen que es festivo y que hasta el martes nada… y, para más inri, las visas las reparten los viernes. Les contesto que es imposible, cuento mi caso y me citan para el día siguiente, casi como que ya se buscarán la vida. Pues ni solución ni leches, la persona que me atiende me dice que hasta el próximo jueves no vendrá el embajador para firmar las visas. Ajo y agua.

Y como última gran sorpresa de la semana, después de mi última visita a la embajada de Nigeria, arranco a Lydia II y a los 20 metros se para y noto que no le llega nada de corriente. De repente, empieza a invadirme una gran nube de humo que viene de la moto, pongo los pies en el suelo, quito el contacto y llega un chico corriendo a aguantarme la moto gritándome que me bajase. Huele muchísimo a plástico quemado y con el susto en el cuerpo llamo al mecánico del día anterior, quien tarda en llegar dos horas. Comienza a desmontar a Lydia II y a sacar cables quemados, llama al electricista y en menos de cinco minutos da con el problema: el soporte que se había montado para llevar el equipaje está rompiendo unos cables que hicieron contacto. ¿Cómo lo arregló el mecánico? Acudió a su moto, cogió unas tijeras, cortó los suyos y se lo puso a Lydia II. Así da gusto. De esta simpática manera, a punto de entrar en Benin, me despido esta semana.

Seis semanas ya desde mi salida de Comillas, la villa marinera más bonita de toda la cornisa Cantábrica. Cuando acabe la aventura hasta Ciudad del Caboy regrese, estará a punto de llegar el verano y será el mejor momento para disfrutar de la playa con mi hijo, sus terrazas y relajarme paseando. En algunos momentos me reconforta pensar en casa y esa comodidad que ofrece la vida occidental, tan agradable como los paisajes que continúo viendo por Costa de Marfil. Mi embelesamiento sobre Lydia II se corta estrepitosamente cuando debo hacer una ‘bajada de pantalones’ en la frontera ante un policía que me chuleó unos 8 euros para poder pasar. Este no sería el único obstáculo fronterizo de la semana. De hecho, ojalá hubiera sido así de simple

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