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La agónica muerte por asfixia de las farmacias españolas
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Alberto Artero

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La agónica muerte por asfixia de las farmacias españolas

Salir ahí fuera a palpar el ambiente resulta, por días, más desolador. Es difícil encontrar colectivo sin queja, profesión con futuro, iniciativa que atisbe un mínimo

Salir ahí fuera a palpar el ambiente resulta, por días, más desolador. Es difícil encontrar colectivo sin queja, profesión con futuro, iniciativa que atisbe un mínimo de visibilidad. Se cuentan con los dedos de la mano los que son capaces de asomar la cabeza por las rendijas de la crisis, siempre con el miedo a cuestas de cuánto durará lo que se antoja un espejismo. Algunos negocios de los considerados ‘intocables’ empiezan a morir de inanición, víctimas de la indolencia pública y, por qué no decirlo, también de los errores privados. Es el caso de las farmacias.

La situación que viven los farmacéuticos es dramática. Son víctimas de una gestión populista de los excesos del estado del bienestar que hace descansar sobre ellas el peso de los ajustes, siendo como son, en el ranking del desembolso, un escalón inferior. Cualquiera se atreve a cerrar hospitales, a concentrar servicios de urgencia de un modelo que genera abusos por la excesiva proximidad, a fiscalizar el gasto por prescriptor para detectar posibles irregularidades. Se está convirtiendo en una mala costumbre actuar sobre las consecuencias en vez de atajar las causas.

Más de veinte disposiciones en la última década –genéricos, dosis, precios de referencia- ha reducido el margen neto medio del sector del 13,5% al 6,4%. La caída en el precio de los medicamentos en el periodo 2005-2010 ha sido del 27,1% contra el +14,5% de Alemania, el +5,6% de Italia o el -3,1% de Portugal. Tal es la presión en el punto de venta que incluso se empieza a hablar de turismo farmacéutico: visitantes de otros países se pagan el viaje llevando desde España determinados principios a sus naciones de origen adquiridos a una cuarta parte su valor en el mercado local.

Estas iniciativas legislativas han contenido los costes del servicio a la sanidad pública prestado por las farmacias. Mientras, el resto de los consumos sanitarios de las Comunidades Autónomas se ha disparado. De hecho, en diez años, el ritmo de aumento de la factura de medicamentos ha sido una tercera parte del correspondiente al total, pese al crecimiento de la población y su envejecimiento. No hay que olvidar esta regla de tres: la inversión que se realiza en una nueva instalación hospitalaria es equivalente al gasto anual directo e indirecto de su mantenimiento. Echen cuentas (V.A., El Apocalipsis Sanitario llama a la puerta de España, 13-12-2011).

A ello se une su situación en la cola del cobro de lo adeudado por las Administraciones Públicas, toda vez que entran en el segundo cupo, el de las regiones, y no en el primero correspondiente a los entes locales. A los problemas operativos se unen pues los financieros que llevan a muchos profesionales a una situación insostenible de adelantos a empleados y proveedores, créditos para financiar circulante o avales personales. La indiferencia roza el surrealismo cuando las autoridades exigen inversiones, por ejemplo la tarjeta sanitaria y la factura electrónica, que luego la propia Administración no termina de poner en marcha. Sal a la herida.

Baja volumen, ticket medio y margen. Están en riesgo más de 80.000 empleos -a añadir a los 5.000 que ya se han perdido en los fabricantes-, muchos de ellos pertenecientes a colectivos tan desfavorecidos como los menores de 30 años y las mujeres. Siendo eso importante lo es aún más el hecho de que pueda, en un momento dado, cortarse el suministro al ciudadano, algo que ya comentamos en su día en Valor Añadido (V.A., Los farmacéuticos también lloran, ¿2011, el año de los impagos?, 27-01-2011). Hasta dos millones de personas acuden cada día a las boticas. Pues bien, el 1% de las farmacias españolas, unas 200 de un total de 21.000 se encuentra en la actualidad en concurso de acreedores. Eso por no contar las que han tenido que cerrar sus puertas a resultas de la actual coyuntura.

Paradójicamente existe en la industria una contradicción entre los que defienden la liberalización sectorial y los que creen que el ajuste sirve para adecuar una estructura excesiva a la realidad de nuestro entorno. El 10% de las farmacias están en localidades de menos de 1.000 habitantes, de las que la mitad apenas llegan a 500, ¿puede combinarse el negocio con la función social? Hay un establecimiento por cada 2.200 ciudadanos frente a los 3.800 de Alemania y Portugal, los 3.400 de Italia o los 4.750 de Reino Unido, ¿es razonable?

Los farmacéuticos miran con envidia a Francia. Apenas 2.900 personas por farmacia, 700 más que en España. Con unas ventas medias anuales de 1.600.000 euros frente a los 800.000 de nuestro país o los cerca de dos de Alemania. Probablemente, no tenga que ser ni tanto, ni tan calvo. Estamos, en cualquier caso, jugando con fuego. Lo último que nos quedaría por ver sería una nacionalización del servicio con el fin de garantizarlo. Y esto, que suena a ocurrencia, puede a este paso convertirse en triste realidad en algunas regiones.

Salir ahí fuera a palpar el ambiente resulta, por días, más desolador. Es difícil encontrar colectivo sin queja, profesión con futuro, iniciativa que atisbe un mínimo de visibilidad. Se cuentan con los dedos de la mano los que son capaces de asomar la cabeza por las rendijas de la crisis, siempre con el miedo a cuestas de cuánto durará lo que se antoja un espejismo. Algunos negocios de los considerados ‘intocables’ empiezan a morir de inanición, víctimas de la indolencia pública y, por qué no decirlo, también de los errores privados. Es el caso de las farmacias.