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¿Se puede acabar con los paraísos fiscales?
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Alberto Artero

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¿Se puede acabar con los paraísos fiscales?

En octubre de 2008, Francia y Alemania se plantaron y exigieron conjuntamente, en la refundación del sistema financiero mundial que estaba sobre la mesa tras la

En octubre de 2008, Francia y Alemania se plantaron y exigieron conjuntamente, en la refundación del sistema financiero mundial que estaba sobre la mesa tras la sorprendente quiebra de Lehman Bros., la extinción de los llamados paraísos fiscales. Se trataba de elevar el daño individual a cada país derivado de su existencia a la categoría de acción colectiva, actuando directamente sobre los refugios de los defraudadores.

Desde entonces ha habido algunos avances en ese sentido, que no obstante quedan muy lejos del planteamiento maximalista que se hiciera en ese momento. De hecho, los convenios internacionales para mejorar la transparencia fiscal (Valor Añadido, "Cuidadito con las aventuras fiscales: Suiza se pone dura", 05-05-2011) o la estigmatización pública de aquellos que han ocultado parte de su patrimonio en tales territorios, esporádicamente revelados, no han impedido que hayan seguido activos, tanto más cuanto más laxos son los requisitos para que el dinero entre en sus fronteras.

¿Por qué esta desidia colectiva que va en contra del interés de unos estados desesperados por obtener recursos para financiar sus precarias cuentas públicas? Las razones son las mismas que apuntamos hace cinco años y medio cuando inicialmente lanzamos la pregunta "¿Se puede acabar con los paraísos fiscales?". Recordemos lo que decíamos entonces (en cursiva, las correcciones realizadas sobre el texto original):

'Hay una primera consideración, a mi juicio, de extraordinaria importancia y es la que hace referencia a la falta de definición específica, más allá del listado de la OCDE, de lo que es un paraíso fiscal y, por tanto, de su capacidad de actuación sobre él. Para centrar el tiro añadiremos a las ventajas impositivas la opacidad porque, de otro modo, podríamos considerar el dumping fiscal para expatriados (personas físicas) o compañías (sociedades) de algunas naciones desarrolladas como causa suficiente para convertirlas en candidatas a entrar en la categoría objeto de nuestro análisis hoy (sirva de ejemplo Malta, sobre la que publicamos en junio de 2010 "Los ricos españoles, ¿en busca del halcón maltés?"). Seguramente de forma errónea. Sorprende que esta característica del oscurantismo se dé, en ocasiones, como ocurre en Gibraltar, bajo el paraguas de países miembros de esa Europa protestona que, de repente, descubre problemas palmarios que han existido siempre.

Además, el origen del fraude hay que buscarlo, con exclusión del que se deriva de actividades ilícitas -en cuyo caso entraríamos en materia penal primero y, complementariamente, tributaria-, en una legislación fiscal que, para el defraudador, se convierte en excesiva bien verticalmente (parte de mis ingresos que efectivamente van a parar a manos de las distintas Administraciones Públicas en concepto de impuestos) o bien horizontalmente (por el número de actividades cotidianas y extraordinarias que están sujetas a gravamen). La mayor presión sobre el ciudadano y el aumento de la complejidad normativa inciden en la actividad evasora. Y sin actuar sobre estos factores de forma preventiva, cualquier actuación paliativa será siempre ineficaz y tendrá más un carácter disuasorio que recaudatorio visto el pacto de silencio colectivo que existe sobre el particular'.

Ambos factores mantienen su plena vigencia a día de hoy. Gran Bretaña, por ejemplo, sigue sin actuar de manera contundente contra esos protectorados que sirven de tapadera para que ciudadanos de todo el mundo evadan sistemáticamente impuestos. Por otra parte, con el fragor de la crisis, los sistemas tributarios se han complicado aún más: no sólo se han multiplicado las figuras impositivas, sino que se han disparado los tipos en vigor hasta alcanzar niveles cuasi-confiscatorios. Esto ha sucedido mientras se producía una ruptura total, a los ojos de los ciudadanos, entre sacrificio asociado al tributo que paga y lo que recibe de la acción pública (rescates bancarios vs. ausencia de apoyo a la economía real). Añadan a ello el elemento incertidumbre sobre el ahorro privado –quita o devaluación- que inusuales decisiones políticas y de los bancos centrales están alimentando, y el cóctel para la supervivencia de los paraísos está servido con creces (V.A., "Esto empieza a dar miedo, mucho miedo, 'miedísimo'', 05-04-2013).

De hecho, al calor de este mismo análisis, ya concluíamos entonces que

‘en la medida en que exista un puerto para el fraude, las naves de la evasión acudirán a él en busca de refugio. Y la actuación global y coordinada es, en mi modesta opinión, una quimera. De hecho, y estaré equivocado, pienso que es un fenómeno que va a tender a ir a más y no a menos ya que puede convertirse en la única vía de supervivencia financiera para determinados territorios que nazcan fruto del triunfo de un nacionalismo completamente anacrónico. Un País Vasco imaginariamente independiente sólo podría subsistir con artimañas de ese tipo, creo yo. 

Pero no nos equivoquemos. La existencia de paraísos fiscales no es la causa del fraude, sino el medio a través del cual el mismo se materializa. Sin embargo, para que el propósito de enmienda tenga efectos prácticos se requiere primero el examen de conciencia y después el dolor de los pecados. Esto es: el reconocimiento de que el propio sistema, en su concepción y articulación, puede ser el que esté alentando la actuación delictiva, por un lado; la voluntad política de corregir sus potenciales excesos estableciendo un marco que aliente la creación y la permanencia de la riqueza dentro de la economía oficial, por otro. Desde ese punto de partida sí que se puede tratar de actuar contra la asimetría impositiva que ofrecen los paraísos. De lo contrario, el dinero oculto buscará, ahora y siempre, otros medios de mantenerse en la sombra. No les quepa ni la menor duda’.

¿Morirán por tanto los paraísos fiscales? La incompetencia política y la necesidad social indican a las claras que no. Incluso hay algunos que opinan, como mi añorado Fernando Suárez, que "son un mal menor y, ahora, más necesarios que nunca. Si no existieran habría que inventarlos…" (Teatro del Dinero, "Paraísos fiscales y miseria tributaria", 06-03-2009). Ahí queda eso.

Que disfruten del fin de semana.

En octubre de 2008, Francia y Alemania se plantaron y exigieron conjuntamente, en la refundación del sistema financiero mundial que estaba sobre la mesa tras la sorprendente quiebra de Lehman Bros., la extinción de los llamados paraísos fiscales. Se trataba de elevar el daño individual a cada país derivado de su existencia a la categoría de acción colectiva, actuando directamente sobre los refugios de los defraudadores.