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La Corte del Rey Florentino
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Nacho Cardero

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La Corte del Rey Florentino

El azar quiso que el mismo día que Florentino Pérez embarcaba en el avión a Lisboa, jueves 22 de mayo, se cumplieran dos años del fallecimiento

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El azar quiso que el mismo día que Florentino Pérez embarcaba en el avión a Lisboa, jueves 22 de mayo, se cumplieran dos años del fallecimiento de su esposa, María Ángeles Sandoval, más conocida con el sobrenombre de Pitina, a la que profesaba la mayor de las veneraciones. El miércoles, víspera de la efeméride, había celebrado una misa-funeral en su recuerdo con apenas treinta personas, la mayoría familiares.

Aunque pudiera llamar la atención tan reducido número de asistentes, quienes conocen al mandatario blanco saben de su discreción y que, a pesar de la cohorte que lo rodea y rinde pleitesía hasta casi rayar la sumisión, apenas tiene amigos. En el universo florentiniano resulta imprescindible distinguir entre los loyal, es decir, los amigos de verdad, y esos otros que se le aproximan cuando saca de la chaqueta el carnet de presidente del Real Madrid igual que si sacara un paquete de donettes.

La vida de Florentino Pérez siempre se ha sustentado en tres vigas maestras: Pitina, el grupo ACS y el Real Madrid. La primera ya no está. Su repentina ausencia le hizo refugiarse aún más en sí mismo, en su familia y en sus escasos loyal, a saber, Nicolás Martín Sanz y Ángel Luis Heras Aguado, ambos de la Junta Directiva del equipo blanco, los únicos con los que puede conversar sin que parezca estar largando un speech a una peña madridista. Ni siquiera Fernando Fernández Tapias o Pedro López Jiménez, también dentro del sanedrín ejecutivo, formarían parte de este reducido círculo de próximos. Como tampoco lo era Juan Abelló, quien abandonó el Madrid porque, como decía, “para ir al Bernabéu gratis no es obligatorio formar parte de la Junta. Basta con que le pida entradas a Florentino”.

La segunda de las vigas maestras, la de ACS, también está sufriendo. Los accionistas le han ido poco a poco arrinconando por una progresiva falta de confianza, por la crisis y, en especial, por el fallido asalto a Iberdrola, que minó sus fuerzas físicas y mentales y drenó los dineros del grupo constructor. Como consecuencia de todo ello, los March le han impuesto un consejero delegado, Marcelino Fernández Verdes, que Florentino ha metabolizado como propio. “Le está preparando para la Junta de ACS del día 29 porque pretende hacer una transición ordenada”, comenta un hombre próximo al mandatario blanco. Lo comenta, eso sí, con la boca pequeña, sabedor de que la gente como Florentino ni sabe irse ni jamás termina de hacerlo.

Así que, con una vida personal capitidisminuida y una ACS que ha dejado de percibir como propia, ya sólo le queda la tercera de las patas, la del fútbol. Su sino se reduce a vivir y morir por el Real Madrid. No hay más.

Número de socio: 3.018

Horas después de la misa en recuerdo de Pitina, se subió al avión de los jugadores. Podría haber esperado al viernes para acompañar a autoridades, vips y directiva, pero prefirió adelantarse y encabezar la delegación blanca. Porque quería estar ahí, al frente, y porque no nos engañemos, tampoco sabe hacer otra cosa.

Florentino Pérez, madrileño, 67 años, número de socio 3018, ni bebe, ni fuma, ni se prodiga en restaurantes michelín, ni tiene vicios conocidos. Viste sobrio y casi con desgana. Jamás lo elegiría El Corte Inglés como modelo para la temporada de otoño/invierno. Rehúye los viajes, las relaciones públicas y las entrevistas. Su vida, ya se ha dicho, siempre ha corrido en paralelo al Madrid. Si los últimos años del presidente de ACS han venido cuajados de sinsabores, lo mismo puede decirse del equipo blanco. Mucho ego, mucho dinero, muchos fracasos, apenas algún título. Por todo ello podía decirse sin exagerar que el futuro de ambos pasaba por Lisboa.

El jueves, mientras el avión se encaminaba hacia Portugal, uno de sus hijos, Chivo, almorzaba en El Telégrafo de la madrileña calle de Padre Damián con un reducido grupo de amigos. “Mi padre dice que tranquilidad, que no hay de qué preocuparse. Está convencido de que nos vamos a llevar la Décima. Nos la vamos a llevar porque ve a los jugadores muy concienciados”, decía para insuflar ánimos. “Porque están concienciados… y también muy descansados después de tres semanas tocándose los cojones”, le contestaban.

El éxtasis o el hundimiento. Del uno al otro había un mundo y al mismo tiempo un único paso, un solo gol. ¿Acaso nadie se había percatado de la confabulación a la que allá arriba, en el Olimpo, habían llegado los dioses griegos para esculpir una tragedia como jamás haya salido de las manos de ningún hombre? Una final de Champions en la que el equipo blanco se jugaba la copa de Europa, pero no una copa cualquiera, sino la Décima, y además no con cualquier rival, sino con su más directo enemigo, el más odiado, el Atlético de Madrid, y tampoco a mucha distancia de la capital de España, sino aquí cerca, en el estadio Da Luz, a apenas seis horas en coche para que toda la afición pudiera compartir en directo la gloria o la terrible derrota.

¿Y si fuera así? ¿Y si los dioses se hubieran puesto de acuerdo para elaborar aquel maquiavélico plan y castigar al Real Madrid por su hibris? Porque ese era el mal que aquejaba a Florentino: el exceso de orgullo. Desde la volea de Zidane en la final de Champions de 2002, la hibris había abducido al presidente blanco. De ahí que algunos lo equiparen a Luis XIV, el Rey Sol, y su presidencia a una monarquía absolutista.

Según transcurrían los minutos, todo hacía presagiar que el partido iba camino de una tragedia homérica. Error en la salida de Iker Casillas, icono vivo del madridismo, que supuso el gol del Atlético. Triple fallo de Gareth Bale, el hombre de los 92 millones de euros. Cristiano Ronaldo, desaparecido. El tiempo pasaba inexorable y las cuatro torres que alumbran el paseo de la Castellana parecían resquebrajarse por momentos.

Hasta que llegó el testarazo de Ramos. Y luego el de Bale. Y entonces Florentino Pérez ya no pudo guardar más la compostura y, dejando plantada a la esfinge de Rajoy, se fue a chocar los cinco con José María Aznar, ora vicepresidente virtual del Real Madrid, ora inquilino fantasma de la Moncloa. Aznar y Florentino, aquí dos hooligans.

La Corte del Rey

En ese preciso momento, justo debajo del palco de autoridades, otro empresario vikingo se levantaba del asiento como si le hubieran dado una descarga de diez mil voltios. Ahí emergía, manitas al cielo, Borja Prado, presidente de Endesa. En la parte reservada para los floros, compartían ubicación el exministro José María Michavila, los hijos de Aznar, José María y Alonso, el presidente de Ifema, Fermín Lucas, y su subordinado, Manuel Cobo. Todos ellos juntos a la par que revueltos, como ya es habitual en estos maridajes futbolísticos.

En palco, asiento con asiento, el marido de Cospedal, Ignacio López del Hierro, y su amigo el empresario Blas Herrero, que lucía una gruesa bufanda de Atlético de Madrid. También Fernández Tapias y López Jiménez. Amén del encopetado exministro Eduardo Zaplana. Más allá, un solitario Javier Hidalgo (AirEuropa). Sólo tenía mejor ubicación en el palco el sempiterno Arturo Fernández, presidente de CEIM.

En la grada, zona vip, se sentaban Juan Miguel Villar Mir (OHL), que no se quita la etiqueta ni para ir al fútbol; Manuel Manrique (Sacyr) y su némesis; Luis del Rivero; José María Álvarez Pallete (Telefónica); Alicia Koplowitz (Omega); José Manuel Vargas (Aena); Santiago Fernández Valbuena (Telefónica); Carlos Espinosa de los Monteros (Marca España) y su hijo Iván (VOX); Donato González (Société Generale); Eduardo Montes (Unesa); José Luis del Valle (Lar Real State); José Luis Méndez (ex-Caixagalicia); Juan Carlos Ureta (Renta 4) y un largo etcétera de empresarios que han quedado inmortalizados, para su desgracia, en la panorámica de 360 grados que tomó la UEFA durante el partido… Como dice el eslogan: “They were there”.

Como allí estaban también, y quedaron retratados, la corte de periodistas que suelen frecuentar el palco madridista cada quince días: Casimiro García Abadillo y Eduardo Inda, separados por varias filas, de El Mundo; Bieito Rubido, director de ABC, sentado junto al ex-CEO de Repsol e imputado en la Gürtel, Ramón Blanco Balín; Antonio García Ferreras y Ana Pastor, de La Sexta; la tertuliana Edurne Uriarte; Luis Herrero, íntimo de Aznar y exeurodiputado del PP; el director de TVE, Ignacio Corrales, este sí, en palco. Compartían grada con Isabel Preysler y dos de sus hijas, Tamara y Ana; Jaime de Marichalar y su hijo y nieto de Don Juan Carlos, Froilán, acompañados por el consejero real y de Telefónica, Fernando Almansa.

El palco del Bernabéu, que más que un palco parece un hub para hacer negocios, se trasladó al completo a Lisboa para ser testigo de una nueva era. Ahora está por ver si Florentino ha aprendido la lección después de que los dioses del Olimpo decidieran perdonarle sus pecados en el último minuto o si, por el contrario, entra en modo locura con su habitual estrategia de hacer y deshacer a su antojo de la que no se salva ni el entrenador, Carlo Ancelotti, al que todavía no ha confirmado en el puesto. “El Madrid es eterno”, dijo Florentino… pero la gloria, le recuerdan, puede resultar efímera.

El azar quiso que el mismo día que Florentino Pérez embarcaba en el avión a Lisboa, jueves 22 de mayo, se cumplieran dos años del fallecimiento de su esposa, María Ángeles Sandoval, más conocida con el sobrenombre de Pitina, a la que profesaba la mayor de las veneraciones. El miércoles, víspera de la efeméride, había celebrado una misa-funeral en su recuerdo con apenas treinta personas, la mayoría familiares.

Florentino Pérez Ignacio López del Hierro Juan Miguel Villar Mir Eduardo Zaplana Blas Herrero Eduardo Montes