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Los puentes sobre el Ebro
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Jesús Cacho

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Los puentes sobre el Ebro

El editor y ensayista catalán Josep María Castellet, reciente ganador del Premio Nacional de las Letras Españolas, relataba el viernes en un diario madrileño su pesar

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El editor y ensayista catalán Josep María Castellet, reciente ganador del Premio Nacional de las Letras Españolas, relataba el viernes en un diario madrileño su pesar por la “voladura de puentes” ocurrida entre Madrid y Barcelona. “Si no es entre amigos, esto [lo que “nos unía” durante el franquismo y que la democracia ha ido agostando] ya no existe y, la verdad, no veo ninguna posibilidad de arreglo a medio plazo; esto se ha esconyat”, y ello a cuenta “del desarrollo político del Estado español desde 1975 para acá y las políticas culturales de los dos bandos”. Como ocurriera con el famoso Puente Viejo de Mostar sobre el Neretva, bombardeado en 1993 durante la guerra de Bosnia, los puentes que sobre el Ebro comunican Barcelona y Madrid se hallan en pésimo estado. “Si quedaba alguno, está muy dañado”, asegura un empresario barcelonés. “Un malestar profundo recorre Cataluña desde la sentencia del TC. Sobre el error inicial que supuso plantear un nuevo Estatut que nadie reclamaba, se han ido acumulando otros muchos que han dejado huella”.

No es momento de abordar aquí la génesis de aquel “café para todos” que, con Adolfo Suárez al frente, alumbró el Estado de las Autonomías, ardid con el que se pretendió escamotear las demandas de las llamadas nacionalidades históricas. Sí de recordar brevemente cómo los dos grandes partidos “nacionales” evolucionaron rápidamente hacia estructuras muy jerarquizadas, férreamente controladas por una reducida cúpula dispuesta a defender su estatus a sangre y fuego. Lo de los partidos nacionalistas resultó incluso peor. Ante las señales de debilidad que empezó a expandir un centro (Madrid, para entendernos) entregado al pillaje desde la expropiación de Rumasa, las elites nacionalistas decidieron que era llegada la hora de crear su propio Estadito mediante la práctica permanente de un tironeo -competencias y dinero a partes iguales- que ha dejado exangüe al Estado y en pelota la efigie de una España que camina sin rumbo, la saya rota y la mirada extraviada, como esos vídeos dizque sexuales que ahora se exhiben en la campaña catalana. “Votadas las autonomías”, decía Manuel Azaña en uno de sus celebrados discursos, “el organismo de gobierno de la región es una parte del Estado español, no es un organismo rival, ni defensivo ni agresivo, sino una parte integrante del Estado de la República Española. Y mientras esto no se comprenda así no entenderá nadie lo que es la autonomía”.

Las elites nacionalistas decidieron que era llegada la hora de crear su propio Estadito mediante la práctica permanente de un tironeo -competencias y dinero a partes iguales

Es evidente que los nacionalistas no han querido entenderlo, en una manifestación de clara deslealtad a una Carta Magna que ellos contribuyeron a alumbrar. Todo fue bien mientras corrió, abundante, el dinero. Todo se vino abajo cuando la mayor crisis económica de nuestra reciente historia puso en evidencia las miserias de un régimen de corrupción galopante. “Piensan que soy malo, la imagen de la dictadura”, decía Lucio Cornelio Sila (138-78 A.C.), dictador de Roma. “Soy lo que el pueblo se merece. Mañana moriré como todos morimos. ¡Pero te digo que me sucederán otros peores! Hay una ley más inexorable que todas las leyes hechas por el hombre. Es la ley de la muerte para las naciones corrompidas, y los esbirros de esa ley ya se agitan en las entrañas de la Historia”. La gravedad de la situación ha quedado esta semana reflejada en un movimiento tan insólito como que cien  empresarios, venciendo el terror a significarse –la dictadura del miedo- propio de todo español de pro, hayan sido capaces de dirigir un escrito al Rey –semana de agasajos por parte de los emires del Golfo la suya- dando la voz de alarma y pidiendo cambios urgentes, alguno tan básico, tan viejo desde la Toma de la Bastilla, como la separación real entre poderes, y otros tan esenciales para sanar esta pobre democracia enferma como la apuesta por un sistema electoral de verdad proporcional, con rechazo a la ley D'Hondt, lo que en román paladino equivale a pedir una reforma de la Constitución del 78.

“Ustedes tienen un problema que se llama 3%

En este marco de crisis aguda está teniendo lugar la campaña de las elecciones al Parlamento de Cataluña. Alguien dijo que los catalanes son los más españoles de entre los españoles, para lo bueno y lo malo, y en este sentido su crisis –más profunda aún, más descarnada que la del resto del país, tanto en lo político como en lo económico e institucional- es fiel reflejo de la gran crisis de valores española. En ningún sitio el abismo que separa a los ciudadanos de la casta política ha alcanzado tal profundidad. Las encuestas más fiables estiman la abstención entre el 45% y el 50%, y ello en circunstancias tan dramáticas como las actuales. El fenómeno no es casual: el votante opta por dar la espalda al espectáculo que proporcionan unos partidos acostumbrados, contentos más que resignados, a vivir en la corrupción. “Ustedes tienen un problema que se llama 3%” que dijo Pasqual Maragall a Artur Mas en celebre sesión parlamentaria. Resulta desalentador comprobar hoy cómo esa clase política instalada en el trapicheo transversal se muestra incapaz de proponer un gran pacto capaz de sanear las instituciones. Y más que alucinante deviene escandaloso que el caso Palau, en el que CiU y la digna burguesía que le acoge empeñó los restos de su viejo prestigio, no haya sido siquiera mencionado en campaña por un PSC que, naturalmente, tiene a su vez que protegerse de las vergüenzas del caso Pretoria.

Esta clase política corrupta -porque de tal cabe calificar a quien no es capaz siquiera de mostrar propósito de enmienda-, ha demostrado ser, además, una pésima gestora de la res publica, los asuntos que afectan a la vida diaria de los ciudadanos. El espectáculo de incuria que ha terminado con la Generalidad en quiebra, incapaz de salir a los mercados de deuda porque nadie está dispuesto a prestarle un euro, se ha agravado hasta lo indecible tras 8 años de Gobierno tripartito. Los líderes de ERC han convertido por obvias razones a Carod Rovira en un “hombre invisible”, pero el camarada Puigcercós [entre 11 y 13 escaños] ha conseguido igualar sus fazañas en solo una semana, al punto de que hoy pocos se reconocen votantes de un partido que representa la peor cara de un nacionalismo insolidario, incívico, gritón y hortera, que a su incultura intelectual une un analfabetismo emocional aterrador. La parroquia inmigrante que habita en las laderas de Badalona se la tiene jurada: nadie debería ofender gratis a quienes –andaluces, extremeños, murcianos, gallegos- con su esfuerzo levantaron Cataluña y han hecho posible su contribución a las arcas del Estado.

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Grave error el de un PSC que ha querido jugar al nacionalismo con los propietarios de la marca. José Montilla ha perdido la apuesta y ha terminado ahuyentando a sus simpatizantes, hartos de tal deriva. Suyo es el votante que el 11 de julio salió alborozado a la calle, banderas españolas por cientos, dispuesto a celebrar la victoria de la selección en el Mundial. Fue la manifestación de un pueblo de origen emigrante cansado de ser manipulado, y dispuesto a levantarse contra la dictadura de unos dirigentes acobardados a los que, por una vez, supremo acto de rebeldía, decidió enseñar que no es malo alegrarse por formar parte de una unidad llamada España, sin que ello signifique negar al día siguiente el bon dia al vecino o despedirle con un adeu, porque -terceras generaciones de quienes llegaron a la Estación de Francia con la maleta de cuerdas-, han hecho el Instituto en catalán pero en casa hablan castellano con el abuelo, y lo hacen con toda normalidad, algo que seguramente ha equivocado un PPC, ¡Ay, Alicia Sánchez-Camacho! [13 o 14 escaños], convencido de que un beso será capaz de convertir la rana en princesa.

Una burguesía que se dejó arrebatar el palco en el Liceo

Ejemplar, en todo caso, el Montilla de esta última etapa, el hombre que se sabe derrotado [30 o 31 escaños] pero intenta, contra viento y marea, solo y abandonado por todos, evitar la debacle. Su argumentario, que hubiera resultado excelente tiempo atrás, suena ahora patético, demagógico y agonizante. No solo pierde la Generalitat: también la secretaría del PSC, que entrega en bandeja a un Corbacho convertido en el nuevo Moisés del españolismo en la periferia barcelonesa. Cataluña está perdida, y solo resta minimizar daños para hacer manejable el problema de dónde meter tanto cargo de confianza y con qué tipo de réquiem –¿Brahms, Berlioz, Mozart?- acompañar los restos mortales del paso por la política del de Iznájar. Tan perdida está Cataluña que ni un solo miembro de su clase política asistió ayer –10,30 de la mañana, tanatorio de Les Corts- al funeral por Francisco Rubiralta, 71, el empresario catalán más importante en décadas, dueño de un grupo empresarial –Celsa- que da empleo a casi 8.000 familias y factura cerca de 5.500 millones de euros, gran benefactor del Teatro del Liceo y del Palau de la Música. Perdón, sí estuvo Antoni Castells, ex consejero de Economía de la Generalitat, de lejos el tipo con más peso intelectual del extinto Tripartito, pero que ni siquiera figura ya en las listas del PSC.

Mas tiene el enemigo en casa y se apellida Pujol, Jordi y Oriol, padre e hijo, embarcados en una irresponsable deriva nacionalista que la feble clase política local no parece capaz de frenar

Mas [entre 60 y 62 escaños] se siente ganador y lucha por la mayoría absoluta. La de CiU es algo más que una victoria electoral que apunta, al menos, a tres legislaturas: es la vendetta; es devolver a la inmigración de los sesenta al lugar que le corresponde, porque ni siquiera sabe lo que significa un pixapins; es reivindicar una clase que jamás debió dejarse arrebatar el palco en el Liceo, ni el titulo de burguesía catalana. Pero Mas tiene el enemigo en casa y se apellida Pujol, Jordi y Oriol, padre e hijo, embarcados en una irresponsable deriva nacionalista que la feble clase política local no parece capaz de frenar. Quienes hace 35 años rechazaron el Concierto Económico para Cataluña a la vasca manera –lo quiso Trías Fargas; le desautorizaron Pujol y Roca: “deja que cobre Madrid, que ya nos encargaremos nosotros después de repartirlo en Barcelona”- se empeñan ahora en reclamarlo a sangre y fuego.

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El editor y ensayista catalán Josep María Castellet, reciente ganador del Premio Nacional de las Letras Españolas, relataba el viernes en un diario madrileño su pesar por la “voladura de puentes” ocurrida entre Madrid y Barcelona. “Si no es entre amigos, esto [lo que “nos unía” durante el franquismo y que la democracia ha ido agostando] ya no existe y, la verdad, no veo ninguna posibilidad de arreglo a medio plazo; esto se ha esconyat”, y ello a cuenta “del desarrollo político del Estado español desde 1975 para acá y las políticas culturales de los dos bandos”. Como ocurriera con el famoso Puente Viejo de Mostar sobre el Neretva, bombardeado en 1993 durante la guerra de Bosnia, los puentes que sobre el Ebro comunican Barcelona y Madrid se hallan en pésimo estado. “Si quedaba alguno, está muy dañado”, asegura un empresario barcelonés. “Un malestar profundo recorre Cataluña desde la sentencia del TC. Sobre el error inicial que supuso plantear un nuevo Estatut que nadie reclamaba, se han ido acumulando otros muchos que han dejado huella”.

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