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Artur Mas ya es oficialmente un pollo sin cabeza
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Javier Caraballo

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Artur Mas ya es oficialmente un pollo sin cabeza

Tras la ruptura de Convergència con Unió tras un pacto que duraba ya 37 años, podemos decir oficialmente que Artur Mas se ha convertido en un pollo sin cabeza

Foto: Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña. (EFE)
Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña. (EFE)

La discordia y la concordia se citaron en Madrid con unas calles de distancia. En el Palacio Real, se conmemoraban los 30 años transcurridos desde la firma del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, la actual Unión Europea, y a no demasiada distancia de allí, en el Congreso de los Diputados, los nacionalistas catalanes de Convergència i Unió escenificaban la ruptura de su coalición, después de 37 años juntos. En el Palacio Real y en el Congreso, casi en paralelo, el cisma y la fusión se miraban de reojo. Imposible no sobrevolar las calles que separaban esos dos acontecimientos para observar juntas las dos noticias y contemplar el imposible social y político en el que se ha instalado la clase dirigente catalana y la deriva a la que están abocando a la sociedad.

Un imposible precisamente por aquello que ha caracterizado siempre a la política catalana y que ahora han olvidado; aquello de lo que se sentían más orgullosos, el sentido común, el pragmatismo, el entendimiento. Si la sociedad catalana volviera, por un momento, a ese pragmatismo observaría lo alejada de la historia que se ha situado con este impulso independentista. No es porque la Unión Europea haya supuesto el mayor periodo de prosperidad económica y, al mismo tiempo, de libertades que se puede encontrar en la densa historia de España; es, sobre todo, porque la Unión Europea es la única salida que tiene el viejo continente si quiere seguir sobreviviendo en el mundo globalizado de la actualidad.

En términos exclusivamente electorales, la ruina de los nacionalistas catalanes, tanto tiempo hegemónicos, es una evidencia constatable

Europa ya no es el eje del mundo, como había ocurrido hasta ahora, y si no fuera por la Unión Europea, la debilidad y la decadencia serían mayores de las que ya se observan. Si hay una salida para los europeos, es la unión; si hay una posibilidad de seguir contando en el mundo, es la moneda única, el mercado único, las políticas homogéneas. La globalización impone borrar fronteras, unir estados, y justo ese momento histórico es el elegido en Cataluña por unos políticos para levantar barreras, abandonar España y, en consecuencia, dejar la Unión Europea.

Como llevamos tanto tiempo de historia repetida, en estos años del estallido del independentismo en Cataluña las hemerotecas se han puesto a parir textos antiguos que, si alguien no hubiera colocado la fecha en una nota al pie, podrían haber pasado por recién escritos y horneados en las rotativas.

Uno de ellos es el de Gaziel, una referencia en el periodismo catalán. En un análisis de los problemas catalanes con la uniformidad española, decía: “Desde que España se constituyó en unidad nacional a fines del siglo XV (…) Cataluña ha vivido, políticamente hablando, en un Estado de malhumor y enfurruñamiento constantes. Unas veces, la mayor parte del tiempo, dormitando acurrucada al margen de la vida pública, replegada en sí misma (…). Y otras veces dando, de pronto, unos bruscos estallidos anárquicos, que nunca, ni remotamente, le resolvían nada a ella, pero tan fuertes, de una realidad tan brutal, que bastaban para hacer tambalear a España entera”. Gaziel, que era director de La Vanguardia, lo escribió en noviembre de 1930, poco antes de estallar la Segunda República. Y lo que venía a refrendar es ese otro dicho del carácter político catalán, cuando se dice que pasan del “seny a la rauxa”, de la moderación y la sensatez al impulso irreflexivo y alocado.

Puede que, como se ve en los sondeos, que la rauxa independentista haya alcanzado su máxima expansión y que, desde hace bastantes meses, la balanza haya comenzado a equilibrarse otra vez a favor del seny. Quizá sea ésa, incluso, la razón oculta que ha llevado a Duran Lleida a dar el paso de la ruptura,después de tragarse tantos sapos, entre la cobardía y el tacticismo exasperante.

La globalización impone borrar fronteras y justo ese momento histórico es el elegido en Cataluña por unos políticos para levantar barreras y abandonar España

Sea como fuere, el problema de todo esto son los daños que se provocan. “¿Dónde he leído yo que Artur Mas es un tipo inteligente? Es tan inteligente que se ha cargado a CiU y ha dejado a su partido como un solar…”, decía ayer un lector en los comentarios sobre la ruptura de CiU. En términos exclusivamente electorales, la ruina de los nacionalistas catalanes, tanto tiempo hegemónicos, tanto tiempo referencia, es una evidencia constatable. Tan evidente como las fisuras creadas en la sociedad y las trabas puestas al progreso económico. A ver quién recupera el tiempo perdido y cuántos años cuesta.

El diez de septiembre de 1945, un granjero de Colorado, en Estados Unidos, cogió uno de los pollos que tenía en el corral y se lo llevó debajo del brazo hasta el tronco de madera, junto al cobertizo, en el que solía sacrificar a los animales. Colocó al pollo en posición y, con un golpe certero, le cortó el pescuezo.

Fue a dejarlo sobre la mesa cuando, para asombro del granjero, el pollo dio un salto y salió disparado hacia el campo. Levantó la alas, se las sacudió, y siguió caminando como si tal cosa, pero sin cabeza. Fue tan grande el impacto de aquel acontecimiento, que el granjero acabó exhibiéndolo en ferias y concursos. “¡El extraordinario caso del pollo sin cabeza!”. Pero la aventura duró poco más de un mes; un mal día al pobre pollo se le atragantó un grano de maíz en el trozo de pescuezo que le quedaba y la palmó asfixiado. Algunos se sorprendieron de la muerte, quizá porque habían olvidado que un pollo no puede vivir sin cabeza. Desde entonces, el símil se aplica a todos aquellos que comienzan a correr de un sitio para otro, sin sentido, sin cabeza, hasta que, inevitablemente, caen desplomados. Ahora que ha consagrado su primera ruptura traumática, podemos decir oficialmente que Artur Mas ya es un pollo sin cabeza.

La discordia y la concordia se citaron en Madrid con unas calles de distancia. En el Palacio Real, se conmemoraban los 30 años transcurridos desde la firma del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas, la actual Unión Europea, y a no demasiada distancia de allí, en el Congreso de los Diputados, los nacionalistas catalanes de Convergència i Unió escenificaban la ruptura de su coalición, después de 37 años juntos. En el Palacio Real y en el Congreso, casi en paralelo, el cisma y la fusión se miraban de reojo. Imposible no sobrevolar las calles que separaban esos dos acontecimientos para observar juntas las dos noticias y contemplar el imposible social y político en el que se ha instalado la clase dirigente catalana y la deriva a la que están abocando a la sociedad.

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