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La estupidez trabaja en la Junta de Andalucía
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Javier Caraballo

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La estupidez trabaja en la Junta de Andalucía

La corrección de género se ha instalado en un absurdo impracticable, un ejercicio de patetismo que provoca risas y convierte el lenguaje político en una jerga insufrible e inaudible

Foto: La presidenta andaluza, Susana Díaz. (EFE)
La presidenta andaluza, Susana Díaz. (EFE)

La polémica no es nueva ni, por desgracia, será la última, de ahí el cansancio que ya se va arrastrando desde la primera línea por la pesadez de siempre lo mismo, pero incrementada con el paso de los años. No es la primera vez y, de hecho, hace 10 o 15 años una de las consejeras del Gobierno andaluz planteó la posibilidad de cambiar la letra del himno de Andalucía, porque le parecía de un machismo insoportable. “Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, hombres de luz que a los hombres alma de hombres les dimos”. ¡Cómo seguir cantando aquel himno machista!

Si desistieron y no siguió adelante la corrección de género del 'Himno de Andalucía' fue solo por la imposibilidad de adaptarlo a la música después de introducir los ‘ajustes’ en la letra; fue por eso, no por otra cosa. “Los andaluces y andaluzas queremos volver a ser lo que fuimos, hombres y mujeres de luz que a los hombres y mujeres alma de hombres y mujeres les dimos”. Por suerte, el compás lo estropeó. Pero si hubiera cuadrado, hoy se estaría cantando ese himno en los colegios y en las celebraciones. Porque lo que nunca se ha considerado aquí es que la corrección de género se haya instalado en un absurdo impracticable, un ejercicio de patetismo que provoca risas y convierte el lenguaje político, especialmente el político, en una jerga insufrible e inaudible.

De hecho, cuando pasados unos años tras la intentona del himno, el Parlamento Andaluz se dirigió a la Real Academia de la Lengua (RAE) para pedirle doctrina sobre la corrección de género, la reacción del ‘establishment andaluz’ ante el dictamen que le hicieron llegar fue del todo clarificadora: “El error -dijeron- ha sido consultar con la Real Academia de la Lengua”. Porque lo que hizo la RAE fue desaconsejar el uso de ese nuevo lenguaje porque, precisamente, lo que conseguía era lo contrario de lo que pretendía, además de resultar artificial, engorroso y contrario a toda norma lingüística. ¿Por qué no pensar que la igualdad real que se persigue radica, precisamente, en el uso del genérico en vez de la constante diferenciación y oposición de sexos? El lenguaje sexista, que existe, de la misma forma que existe un sustrato machista en la sociedad española, no está en la estructura de una frase, sino en el contenido de una frase. No es cómo se dice; es lo que se dice.

La RAE desaconsejó su uso porque lo que conseguía era lo contrario de lo que pretendía, además de resultar artificial y contrario a toda norma lingüística

Como en la Real Academia intuirían que los argumentos normativos iban a pesar poco, que se los saltarían a piola en los respectivos ‘comités de lenguaje no sexista’, intentaron persuadir de la tontería con un argumento final: Y además, es imposible. “Un buen paso hacia la solución del 'problema de la visibilidad' sería reconocer, simple y llanamente, que, si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar. Mucho me temo, sin embargo, que las propuestas no estén hechas para ser adaptadas al lenguaje común”, decía el informe de la RAE. Y, efectivamente, todas estas guías que se hacen, que se siguen haciendo, que imponen nuevas prohibiciones en el uso del lenguaje, se quedan ahí, en el discurso político.

Se trata de utilizar el lenguaje, manosearlo, para convertirlo en un ariete más de la lucha política y en una expresión más del sectarismo de la Junta de Andalucía. “La RAE es una institución anacrónica que pertenece a otros tiempos”. “Se pretende invisibilizar a las mujeres”. “La polémica la crean las personas que se encuentran cómodas utilizando un lenguaje machista”. Se deriva la polémica a esos enfrentamientos inventados, de nuevo la alargada sombra del franquismo, y se consigue ocultar el problema mayor de la educación en Andalucía, los elevados niveles de fracaso escolar, la precariedad del profesorado o los cientos, miles de escolares que acuden a clase en aulas prefabricadas, las ‘caracolas’ que la Junta de Andalucía ha pasado a denominar eufemísticamente “aulas de fabricación rápida”.

Desde hace años, en Andalucía se elaboran periódicamente guías de corrección de género, que abarcan todos los campos. Y de la misma forma que se aprobó una 'Guía sobre comunicación socioambiental con perspectiva de género' que proponía utilizar “l@s niñ@s vendrán a clase con ropa cómoda” (se les olvida decir cómo se lee eso), luego se impuso la elaboración de un informe de impacto de género en la elaboración de los planes urbanísticos (¿?) que llevó a la anulación en los tribunales del Plan de Ordenación de la Costa del Sol, precisamente porque el Tribunal Supremo le reprochó a la Junta de Andalucía que no hubiera incluido en el plan el informe de género que ella misma consideraba preceptivo.

Se trata de utilizar el lenguaje, manosearlo, para convertirlo en un ariete más de la lucha política y en una expresión más del sectarismo de la Junta

La polémica de ahora, de estos días, es por la aprobación del Plan por la Igualdad de Género en la Educación, que incluye su correspondiente manual con recomendaciones varias a los profesores, tales como hablar de “población andaluza”, en vez de andaluces, o “clase política”, en vez de políticos, además de la consabida repetición de alumnos y alumnas o profesores y profesoras. Pero, como queda dicho, aunque se haya tenido noticias de este plan en toda España, la realidad en Andalucía es que la corrección de género es, acaso, la política más constante, la más concienzuda.

Tan solo unos días antes de que se aprobase ese plan, en febrero pasado, la Junta andaluza colgó la siguiente campaña de su página web: “Desde el Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Andaluz de la Juventud, os invitamos a sumaros a la iniciativa ‘Cuentos y cuentas del amor romántico’, coincidiendo con la celebración del 14 de febrero, día de los enamorados, para hacer llegar a la juventud el peligro de caer en la falsa idea del ‘amor romántico”.

Alguna vez se ha citado aquí a Carlo María Cipolla como referencia, por su nítida intuición del principal problema del ser humano. La estupidez humana, según la tesis de Cipolla, está subestimada pese al potencial nocivo que ha ejercido a lo largo de toda la historia de la Humanidad, mucho más determinante que cualquier otro grupo mafioso o cualquier depredador económico y político. “Se trata de un grupo no organizado -decía-, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible”. Ahí erró Cipolla, o se quedó corto; al final, resulta que la estupidez también ha conseguido organizarse en grupo, con presidente y estatuto.

La polémica no es nueva ni, por desgracia, será la última, de ahí el cansancio que ya se va arrastrando desde la primera línea por la pesadez de siempre lo mismo, pero incrementada con el paso de los años. No es la primera vez y, de hecho, hace 10 o 15 años una de las consejeras del Gobierno andaluz planteó la posibilidad de cambiar la letra del himno de Andalucía, porque le parecía de un machismo insoportable. “Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, hombres de luz que a los hombres alma de hombres les dimos”. ¡Cómo seguir cantando aquel himno machista!

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