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Todo lo que aprendimos de Mercedes Alaya
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Javier Caraballo

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Todo lo que aprendimos de Mercedes Alaya

Todo lo que aprendimos de Mercedes Alaya está en lo mejor y lo peor del ser humano, el haz y el envés, su tozuda valentía y su endiosada vanidad

Foto: Mercedes Alaya. (Raúl Arias)
Mercedes Alaya. (Raúl Arias)

De Mercedes Alaya aprendimos que la impunidad en política es un estado al que se llega por la cobardía de algunos y el clientelismo de los más. No fue la jueza Alaya la primera que se enfrentaba a la poderosa maquinaria del régimen socialista en Andalucía, una estructura rocosa, megalítica, que parecía inexpugnable, pero sí fue la que con más acierto, con más agallas, la hizo tambalear.

Aquello que parecía imposible, sucedió. En aquella Andalucía de las mayorías absolutas sucesivas del Partido Socialista, no había ni rival ni escándalo de corrupción que pudiera afectar a los dirigentes andaluces porque no funcionaban adecuadamente ninguno de los poderes a los que, en una democracia, se les encomienda el control de las instituciones; ni el legislativo, siempre dominado por arrolladoras mayoría socialistas; ni el judicial, porque ningún juez, ningún fiscal, traspasaba la línea de respeto que aislaba al poder político de las denuncias. Era la misma ‘línea de respeto’ que convertía a los sindicatos, a la patronal y a la más recóndita de las asociaciones gremiales en simples piezas de aquel engranaje.

Cualquier denuncia quedaba reducida a la mínima expresión porque ni tenía más recorrido ni nadie osaba siquiera trasladar o exigir responsabilidades mayores. Como en el caso Juan Guerra, el primero de los grades casos de corrupción: lo que no ocurría jamás es que la denuncia original trascendiera, evolucionara, hasta alcanzar la podredumbre de un sistema clientelar. De la corrupción particular había que pasar a la corrupción general, al sistema que la permitía, que la generaba, pero nadie se atrevía. Tampoco la mayoría de los medios de comunicación de Andalucía, felizmente atados por el poder socialista con la misma estructura clientelar de subvenciones y ayudas publicitarias que les servía de sustento a cambio de docilidad. En esas, llegó Mercedes Alaya​ y decidió tirar del hilo para desenmarañar toda la madeja.

La jueza Alaya solo veía ataques personales y conspiraciones a su alrededor. Solo ella estaba capacitada para desmontar la estructura clientelar

De Mercedes Alaya aprendimos que quien se enfrenta al poder, y actúa como estilete, tiene la recompensa del reconocimiento social porque muchos de los que estaban callados, que no se atrevían, que tenían miedo, que se sentían solos, se sienten respaldados y deciden, ellos también, rebelarse contra los abusos y el sectarismo. Y comienzan a actuar como nunca antes lo habían hecho: sumándose a la denuncia con aquello que permanecía oculto.

Se comienza así a descubrir la realidad de las cosas, las miserias del poder, el reparto arbitrario y siempre convenido del dinero público. Despilfarro a manos llenas que queda fielmente reflejado en alguno de los episodios más chuscos de estos años: “Pero, ¿qué es el ‘fondo Misco’?”, preguntó intrigado el empresario al que le habían prometido 36.000 euros que necesitaba, pensando que se trataba de una nueva línea de fondos europeos, como los Feder. Y no era eso, claro. El ‘fondo Misco’ era el que utilizaba el director general de empleo, Javier Guerrero, para repartir dinero a quien le viniera en gana al gobierno socialista. Y se lo explicó: “Misco es mis cojones; por mis cojones que te van a dar el dinero. ¿Entendido?”.

De Mercedes Alaya aprendimos que nadie está a salvo de que su propio ego se convierta en su mayor enemigo. Que la valentía nunca debe confundirse con soberbia, que uno mismo puede convertirse en su principal rival cuando está cegado por la obcecación. Que la determinación puede degenerar en tozudez. Aprendimos que todos los jueces a quienes se les pone la etiqueta de ‘jueces estrella’ describen la misma trayectoria de endiosamiento inexplicable, cuando comienzan a pensar que todo lo que dicen, hacen o piensan solo puede ser contestado con el aplauso y el asentimiento. “La virtud no iría muy lejos si la vanidad no le hiciera compañía”, dijo un noble parisino en el siglo XVII, quizá para justificar su propia vanidad. Pero puede que tuviera razón, que la vanidad es lo que le otorga fortaleza a la virtud, la que impulsa las mejores empresas cuando parecen descabelladas.

Foto: Mercedes Alaya, el pasado mes de febrero, en Sevilla. (EFE)

Pero los jueces no tienen que ser héroes, es ahí donde está la equivocación, por muy elogiosa que sea su actuación. Los héroes acaban pensando que tienen una misión en este mundo, que están predestinados, y ese convencimiento acaba cegándolos. “Con lo que estoy trabajando, que yo tenga que aguantar esto por 3.500 dichosos euros…”, le dijo una vez Mercedes Alaya a la revista Vanity Fair y con esa sola expresión ya podía entenderse que la jueza se había perdido definitivamente en sí misma. El personaje había devorado a la jueza.

Ella se quejaba de que otros compañeros de la Justicia, jueces, fiscales o abogados, mostraran discrepancias con su forma de instruir los casos. Simplemente porque pensaban que había procedimientos más eficaces y métodos menos inquisitoriales que los suyos. Lo decían por el bien del proceso y por el propio prestigio de la Justicia, pero la jueza Alaya, la jueza de porcelana, más hierática que nunca, solo veía ataques personales y conspiraciones a su alrededor. Solo ella estaba capacitada para desmontar la estructura clientelar de Andalucía y el despilfarro de dinero público.

Acabó abandonando, por voluntad propia, los casos que había instruido, agotada, consumida por el esfuerzo de la instrucción simultánea de tantos macroprocesos. Ahora, cuando alguno de esos casos llega a la fase final del proceso penal y se viene abajo, como ha ocurrido con la pieza política del caso Mercasevilla, debemos rechazar con la misma contundencia el oportunismo de los que amparaban la corrupción y el fatalismo de quienes piensan que cada absolución es un fracaso de la Justicia. Habrá más absoluciones, pero de todo eso ya se viene advirtiendo desde hace tiempo. Así que nada de conclusiones apocalípticas. Todo lo que aprendimos de Mercedes Alaya está en lo mejor y lo peor del ser humano, el haz y el envés, su tozuda valentía y su endiosada vanidad.

De Mercedes Alaya aprendimos que la impunidad en política es un estado al que se llega por la cobardía de algunos y el clientelismo de los más. No fue la jueza Alaya la primera que se enfrentaba a la poderosa maquinaria del régimen socialista en Andalucía, una estructura rocosa, megalítica, que parecía inexpugnable, pero sí fue la que con más acierto, con más agallas, la hizo tambalear.

Mercedes Alaya