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El error de Albert Rivera y el fracaso de los kadetes

El tacticismo se ha impuesto en Ciudadanos. Apoyar al candidato más votado es lo mismo que carecer de un proyecto nacional coherente. Una política de Estado exige movimientos estratégicos

Foto: Albert Rivera. (REUTERS/Jon Nazca)
Albert Rivera. (REUTERS/Jon Nazca)

En la historia del pensamiento político hay un partido verdaderamente singular al que le pasó la historia por encima. Lo llamativo era que estaba llamado a desempeñar un papel fundamental en la Rusia zarista inmediatamente posterior a la revolución de 1905. Y de hecho, de no haber fracasado, es probable que la historia de Europa (y hasta del mundo) hubiera sido muy diferente. En todo caso, jugó un papel relevante antes de la revolución de octubre.

Respondía al nombre de Partido Democrático Constitucional, pero debido a sus iniciales en ruso -KD- fue conocido popularmente como el partido de los kadetes. Su fuerza llegó al extremo que incluso fue mayoritario en la Duma defendiendo el sufragio universal y las libertades civiles.

Los kadetes representaban a los profesionales, a los pequeños industriales, a los funcionarios, a los liberales y a sectores de la minúscula clase media rusa que buscaban a principios del siglo pasado instaurar un sistema parlamentario de corte occidental para poner fin al tiránico régimen zarista. El fracaso fue total. Su política de alianzas fue una chapuza y al final, y debido sobre todo a su posición sobre la permanencia de Rusia en la Gran Guerra, fueron devorados por su derecha y por su izquierda. De hecho, su decisión de abrazar un nacionalismo ruso intransigente con las nuevas clases proletarias fue lo que llevó a sus dirigentes al exilio. O, faltamente, a tener que ponerse delante de un pelotón de fusilamiento obligados por el avance bolchevique, que sí había entendido que había que sacar al país de la guerra.

Desde entonces, el término kadetes se utiliza para describir a un partido inicialmente moderado que sucumbe de forma estrepitosa ante el avance de su derecha y de su izquierda por su incapacidad para entender el momento político.

Ciudadanos corre el riesgo de presentarse en unas regiones como un partido de derechas y en otras como un partido de izquierdas. Un culto a la ambigüedad

En la reciente historia política de España hay ya casos similares, aunque desde luego no con la transcendencia histórica de los kadetes. La política de alianzas fue lo que llevó al desastre al CDS de Adolfo Suárez, quien por ganar Madrid perdió España. El centrismo que impulsaba la ‘Operación Roca’, murió antes de nacer porque en ese momento no había espacio político. Mientras que más recientemente UPyD se encuentra en un callejón sin salida. Precisamente, por su incapacidad para entender que una alianza estratégica con Ciudadanos -que no necesariamente hubiera llevado la disolución de los respectivos partidos a corto plazo- hubiera abierto una importante brecha entre el PP y el PSOE.

En España, como se ve, no abundan los partidos bisagra tan habituales en Europa, probablemente porque la intransigencia tiene raíces históricas, y este país está poco acostumbrado a negociar y a respetar la existencia de minorías.

Una oportunidad histórica

La política de alianzas es, pues, determinante en política. Y por eso Ciudadanos se juega su futuro en los próximos meses. Si falla, no tendrá otra oportunidad. La maquinaria de los partidos mayoritarios es demasiado potente -gracias a una ley electoral que les protege de forma primorosa y a sus recursos económicos- como para poder salvar el escollo. Pero por lo visto hasta ahora, es probable que Albert Rivera acabe como Pável Nikoláyevich Miliukov, el líder de los kadetes.

La causa de ese desenlace, si se produce, tendrá que ver con la táctica de Albert Rivera (no cabe hablar de estrategia) de apoyar, él lo dice con asiduidad, al partido más votado siempre que respete una serie de compromisos mínimos (en Andalucía la expulsión de Chaves de la esfera del PSOE). Es decir, un movimiento puramente táctico -que suena más a excusa que a un problema real- que convierte a Ciudadanos en un partido ideológicamente débil. Y lo que es peor amorfo y hasta asexuado, capaz de decir una cosa en un sitio, y la contraria en otro, en aras de asegurar la gobernabilidad en algunos territorios.

En definitiva, una política de gestos que escondería, sin duda, una nulidad intelectual. Y que inevitablemente recuerda a aquel debate que se produjo en la Alemania de los años 50 a propósito de un célebre aforismo de Bertolt Brecht: Erst Kommt das Fressen, dann kommt die Moral. O lo que es lo mismo: ‘Primero comer y luego la moral’.

Intelectuales como Günter Grass o Habermas rechazaron de plano esa premisa. Y como recuerda el historiador Tony Judt, hasta el alcalde de Berlín occidental le respondió con una sentencia lúcida como pocas: “Si ahora tenemos hambre y frío es porque permitimos que se instalara la errónea doctrina que expresa esa frase”.

El tacticismo es el mejor camino para la ingobernabilidad del país, sobre todo cuando lo ejerce un partido que ha crecido en forma de aluvión

El error de Rivera, por lo tanto, sería dejar de construir un proyecto político coherente e intelectualmente solvente en aras de tocar poder en aquellos consistorios y comunidades autónomas en los que los votos de sus electos sean determinantes.

Sólo hay una forma de vencer este riesgo. Presentar un programa y discutirlo globalmente con la fuerza política que se elija -esa sería la decisión estratégica y no meramente táctica- inmediatamente después de las elecciones municipales y autonómicas. Es decir, evitar la fragmentación de la posición de Ciudadanos en cientos de voces, muchas de ellas disonantes y hasta incoherentes con un alto contenido oportunista simplemente para alcanzar el poder. La mejor gobernabilidad suele ser -como históricamente ha sucedido en Alemania- en compromisos programáticos, no en meros apaños para alcanzar el poder.

¿De derechas o de izquierdas?

Los pactos globales -como los que se hacen en media Europa- tienen la ventaja de que el elector puede visualizar la posición de cada partido político por escrito sobre las grandes cuestiones que preocupan a los ciudadanos, algo que sería verdaderamente imposible en caso de que Ciudadanos optara por presentarse en unas regiones como un partido de derechas (dando su voto a los candidatos del PP o a formaciones locales) y en otras como un partido de izquierdas (dando su voto al PSOE o, incluso, a los electos de Podemos). Una especie de culto a la ambigüedad.

Esto quiere decir que la política de alianzas va más allá que un mero compromiso momentáneo para garantizar la formación de nuevas mayorías. Tiene que ver con la esencia de la democracia, que se basa en la cultura del pacto a partir de un programa. Pero del pacto entendido como la creación de mayorías sociales más amplias y estables capaces de abordar los cambios institucionales que necesita el país en lugar a construir nuevas mayorías por razones puramente electorales.

El tacticismo es, paradójicamente, el mejor camino para la ingobernabilidad del país, sobre todo cuando lo ejerce un partido que ha crecido en forma de aluvión, y al que sin duda se le ha colado mucho oportunista. Tienen razón quienes opinan que si las nuevas mayorías en las elecciones municipales y autonómicas se hacen sólo para alcanzar el poder, es muy probable que a la luz de los resultados de las generales del noviembre se produzca una explosión de mociones de censura en cadena para lamer las heridas electorales. Un aviso a navegantes no sólo para Ciudadanos sino también para Podemos.

Muchos ediles y diputados autonómicos tenderán a pensar que la causa de su desasosiego y del desastre electoral tuvo que ver con el respaldo a una u otra fuerza política. Y eso sería lo mismo que situar al país encima de un polvorín político. Precisamente, por falta de coraje derivado de la incapacidad de los partidos para coaligarse sobre un programa político común, transparente y de carácter nacional, que es lo que se hace en los países civilizados. Y desde luego no les va tan mal. Lo contrario sería lo mismo que mil partidos en uno solo, aunque se llame Ciudadanos.

En la historia del pensamiento político hay un partido verdaderamente singular al que le pasó la historia por encima. Lo llamativo era que estaba llamado a desempeñar un papel fundamental en la Rusia zarista inmediatamente posterior a la revolución de 1905. Y de hecho, de no haber fracasado, es probable que la historia de Europa (y hasta del mundo) hubiera sido muy diferente. En todo caso, jugó un papel relevante antes de la revolución de octubre.

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