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La lección de Rafael Martínez-Simancas
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Graciano Palomo

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La lección de Rafael Martínez-Simancas

Me llamó mi colega y amigo Diego Armario para anunciarme la muerte de nuestro hermano Rafael Martínez-Simancas que llevaba más de tres años luchando a brazo

Foto: Rafael Martínez-Simancas.
Rafael Martínez-Simancas.

Me llamó mi colega y amigo Diego Armario para anunciarme la muerte de nuestro hermano Rafael Martínez-Simancas que llevaba más de tres años luchando a brazo partido con el cáncer. Trabajé a sus órdenes en diversas radios; era un tipo esencialmente bueno por encima de su talento descriptivo y para resumir en un titular las situaciones. Ya sé que se trata del día de las alabanzas. Pero no es eso. Mi oración fúnebre es sincera y nunca tuve por qué dorarle la píldora.

Su lección ha sido la vida misma. Unas semanas antes de morir nos reunió a Diego y a mí en su restaurante favorito (Salvador) donde nos arrullaba con anécdotas graciosas descritas con mucho talento. Hacía planes para el futuro mediático –“si nos dejan”, era su apostila final- y héte aquí que unos días después recibimos la noticia de que padecía una leucemia. ¡Hasta me daba miedo llamarle para preguntarle cómo estaba! No era persona que le gustara que le compadecieran y creo que de ahí viene su ironía a la hora de referirse a su propia enfermedad, que magistralmente describe en su libro póstumo “Sótano octavo”. Rebautizó las máquinas de la clínica La Paz como “cacharritos de feria… Yo creo que me he montado en todos…”.

La muerta de Rafa nos sitúa, dentro de un mundo tan agresivamente lobezno, en la justa medida de las cosas y en la propia caducidad de la vida humana. Martínez-Simancas presumía de ser muy izquierdoso, en el plan de la justicia lo era, y nunca supe a ciencia cierta si era creyente o no. Da igual. Quien esté más arriba (o abajo) habrá recibido un alma compasiva, buena, directa y cabal.

Por ti rezo, Rafa.

Me llamó mi colega y amigo Diego Armario para anunciarme la muerte de nuestro hermano Rafael Martínez-Simancas que llevaba más de tres años luchando a brazo partido con el cáncer. Trabajé a sus órdenes en diversas radios; era un tipo esencialmente bueno por encima de su talento descriptivo y para resumir en un titular las situaciones. Ya sé que se trata del día de las alabanzas. Pero no es eso. Mi oración fúnebre es sincera y nunca tuve por qué dorarle la píldora.