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De rodillas ante la pérfida Albión
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Graciano Palomo

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De rodillas ante la pérfida Albión

Los británicos han optado por aislarse y emprender un viaje a ninguna parte, pese a que fue la Unión Europea la que impidió la independencia de Escocia

Foto: Partidarios del Brexit celebran los resultados del referéndum tras el cierre de los colegios, en Londres. (Reuters)
Partidarios del Brexit celebran los resultados del referéndum tras el cierre de los colegios, en Londres. (Reuters)

Ha sido la derrota del sentido común y del progreso. El triunfo del aislacionismo y de un complejo de superioridad que no se corresponde. El primer ministro más estulto desde Richard Cromwell nos ha metido en un fantástico lío, en un embrollo de consideraciones universales.

El general Charles de Gaulle lo advirtió con nitidez cuando en 1961 se opuso con vehemencia a la entrada del Reino Unido en la entonces incipiente Comunidad Económica Europea (CEE). Conocía el fundador de la V República Francesa el alma británica, su insolidaridad y su acendrado egoísmo.

Cincuenta y cinco años después, la premonición del héroe galo se cumple a rajatabla. El problema no es que la Britania se vaya de Europa –en realidad nunca estuvo-, el gran asunto es que su decisión, propiciada por un jefe de Gobierno inexportable, anima al resto de las fuerzas antieuropeas a largarse con viento fresco. Todos los extremismos están hoy de enhorabuena en un viaje a ninguna parte. El señor Cameron pasará a los anales de la gran estulticia y del enorme fiasco. Se le eligió para que tomara decisiones no para que trasladara un asunto tan complejo a una nación profunda que decide por las vísceras y los añejos signos de identidad que no se compadecen ni con la modernidad ni siquiera con su propio interés.

Los británicos han decidido poner puertas al campo. Me gustaría añadir que allá ellos; pero no. Allá nosotros, los que contemplamos un mundo muy pequeño donde las sinergias se quedan cortas. Han decidido porque, dicen, no quieren más inmigrantes cuando ellos saquearon medio mundo y no más porque no les dejaron. No tienen un pase.

Se olvidan de dos cosas. La primera, que son una isla pobre solo amamantada por los despojos. La segunda, que fue la Unión Europea y su esperanza de futuro mejor la que impidió hace escaso tiempo que la Gran Bretaña saltara por los aires con la escisión de Escocia. ¡Así lo pagan!

Se inicia así un rumbo a lo desconocido que repercutirá decisivamente en la vida de muchas personas. A peor, naturalmente. Europa, sin embargo, existe. Sigue siendo una realidad malherida en estos momentos pero cuyo espíritu sobrevivirá a esos vuelos gallináceos de un país que ha demostrado ser lo que no creíamos que era.

Ha sido la derrota del sentido común y del progreso. El triunfo del aislacionismo y de un complejo de superioridad que no se corresponde. El primer ministro más estulto desde Richard Cromwell nos ha metido en un fantástico lío, en un embrollo de consideraciones universales.

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